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jueves, 7 de marzo de 2013

..., y aún no había aparecido el viento. (I)

Anica siempre autosuficiente menos de cariño. Casi en el tiempo que se pierde el agua entre las manos se marcharon para siempre en primer lugar su abuela y poco después su abuelo. Se ha quedado sola en un pueblito en Cuba cerca de La Habana. Se ha quedado sin cariño y como sin él no puede vivir, se plantea encontrarlo donde sea.
 
Cuando le pregunta por el color de su piel, ella contesta: es de color moruno como su abuelo. Cuando le pregunta que si está casada, ella contesta: aún nadie le pidió en matrimonio. Cuando le preguntan por los años que tiene ella contesta: ¿Y ese interés? Anica se siente capaz de volver a empezar tantas veces como sea necesario, y: ¿Puede ser un buen intento retomar el sueño que le dejó su abuelo?






Su abuelo Facundico nació y creció en las laderas de la Rambla de Murtas, en la Baja Alpujarra, a la altura del ramblizo, el que está casi frente al Cortijo del Canónigo, y desde que pudo tirar del ronzal de una burra fue arrierillo, y cuando no tenía nada que hacer era pastorcillo. Siempre le pagaron en comida sus trabajos hasta dejar la adolescencia que le daban algún real. Siempre escuchó en bolsillos ajenos, el sonido más deseado, los reales, las pesetas y algún duro. En fin, que existía el dinero, pero jamás entre sus manos, en sus bolsillos sonaran los cuartos. No logró poseer nada hasta que llegó un extranjero (podía ser de Murcia, en aquella tierra, el que no era conocido, del entorno era extranjero) al Meloncillo.
 
El empresario le dijo que quería montar un molino que la energía motriz fuese el viento ya que el lugar estaba lleno de sementeras y además existía una era. Facundo se convirtió en la sombra del extranjero y fue cuando logro escuchar en su bolsillo el sonido soñado, el que tanto añoraba aunque para él, el sonido más importante que siempre le llenaba de ilusión, lo transformaba era el sonido del aguacero, el que llenaba de vida los cerros. Con la llegada de aquel personaje con perras, fue cuando comenzó a relacionarse, a visitar tabernas, a conversar de temas que no fuesen del campo con los jóvenes de su edad y esconderse entre los cañaverales, cuando sabía que aparecería una joven que le había sonreído y que le había dado palique.
 
En poco tiempo está construido el molino, pero ya llevaba tiempo encaprichado con la mujer equivocada ya que, Remedicos desde su nacimiento los padres de la joven la apalabraron, que se casaría con un beninero con bancalillos. Como consecuencia de aquel empecinamiento de los dos enamorados, las cosas se complican y ante la amenaza de perder su vida, se une a dos y deciden marcharse para hacer "las américas". Cuando empieza a moler el molino de harina Facundo ya estaba en Cuba. Aquel alpujarreño en tierras extrañas, siempre soñó con ser molinero, con la rentabilidad de aquel molino y fue el tema de conversación en todas las tertulias entre sus conocidos.
 
Anica, la abogada brillante de Cuba le costaba trabajo aceptar que su abuelo no volviese a España, al Meloncillo, al molino que funcionaba con el viento, a trabajar en lo que siempre había soñado. Por ese motivo aquella cubana, ahora que los suyos habían desaparecido, que su trabajo no le aportaba nada interesante, quiere volver a las raíces de sus antepasados, quiere convertirse en molinera.
 
Por lo que el abuelo le había contado en infinidad de ocasiones, conocía cada grupo de casitas que estaban cerca de los tres pueblos, cada cortijo de Murtas o de Turón, donde estaba el algarrobo más grande, la encina que el suelo estaba lleno de bellotas, donde estaban los álamos más grandes del río, la silueta de la iglesia de los tres pueblos con sus campanas, las calles, las plazas. Incluso una vez empezar a andar la Rambla de Murtas, desde Benínar, cada curva, los árboles que estaban en sus laderas, puesto qué, su abuelo en cada uno de ellos tenía una anécdota, una aventura, un recuerdo.
 
 
En aquella curva del camino, allí estaba,…. Debajo de aquella encina, recuerdo que allí deje, allí aprendí, allí descubrí,… Para cada uno de aquellos árboles, Anica traía un abrazo de su abuelo. Antes de comenzar a subir por el ramblizo la cubana tenía que ir a la Fuente del Canónigo para saciar su sed, para platicar, para contarle, para recordarle, para agradecerle, … Todo el tiempo del mundo le dedicaría a aquel encuentro, hasta que se pusiese ronca estaría con el chorro de agua transparente, que cada vez que lo recordaba su abuelo se le transformaba el rostro. Uno de los tratos más importantes era firmar con aquella fuente el suministro de agua, al menos dieciocho años, los que firmase su abuelo y la fuente.
 
Cuando la cubana llega a Adra decide alquilar un caballo y entrar a Beninar por el río. El dueño de la caballeriza al escuchar los planes de aquella mujer la pone al corriente de la realidad de aquel valle. Le cambia el itinerario diseñado y le aconseja que entre a Benínar por Pañarrodada.
 
 
 




Sentada en la aljibe del llano contempla unos cerros plantados de pinos donde ella creía que estarían sembrados de sementeras, olivos, almendros, tomillos (…) y pendejos. Donde ella esperaba escuchar los cencerros de manadas de cabras o de ovejas, ni siquiera escucha el canto de un pájaro. Presta atención para escuchar algún humano (…), allí no hay nadie. Comienza a preguntarse:
 
¿Se habrá equivocado el gobierno de turno con realizar esta obra la presa transformando por completo la faz de la tierra, la siembra generalizada de pinos?
 
¿Se habrán equivocado sus moradores al marcharse y dejar de sembrar la tierra?
 
¿Mi abuelo para justificar su escasa adaptación a aquella tierra de Cuba, a aquellas costumbres, idealizo la tierra de procedencia, buscó argumentos para soñar, sin que nadie los discutiera al estar al otro lado del mar?
Ana situada en El Llano de Benínar, teniendo en frente todos los cerros del Meloncillo, decide en primer lugar ir a Darrícal, a Alcolea para pedir información donde se encontraba el molino de viento. Se vuelve a subir al caballo y comienza a gritar:
 
     Pero si es qué,... en esta tierra que mi abuelo idealizó, ..., ya llevo una semana y no apareció el viento.
 
Mirando para arriba y levantando el brazo le dice a su abuelo que en gloria está: ¿No estarías embarajando con lo que nos contabas?
 
Pues yo aún no estoy descuajaringa del todo, pero ya empiezo.


Paco R. Maldonado Ruiz.

1 comentario:

  1. Paco, cuando leí este artículo en tu blog el Pabilos allá por Enero, pude ver la decepción de Anica la cubana al llegar a los alrededores de Benínar y encontrarse con un paisaje totalmente diferente al que le había descrito su abuelo.

    Que es lo que sentimos nosotros cuando llegamos y no encontramos el paisaje que habíamos vivido, disfrutado, padecido?...Creo que pena más que decepción, y rabia más que resignación.

    Definitivamente: se equivocaron ellos en construir una presa en donde jamás se debía haber construido, y nos equivocamos nosotros, al no haber opuesto mayor resistencia.

    Saludos.

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