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domingo, 3 de marzo de 2013

MEMORIAS DE CELEDONIO

A una partida


Celedonio Añez Sánchez  y Rosario Sánchez Sánchez. Manzanillo (Cuba), c. 1925.




La memoria es tiempo pasado que recopila e interpreta los recuerdos, los convierte en imperecederos y los   rescata del olvido para que duren tanto como el amor; hasta que la muerte los separe. 
Porque los recuerdos pueden desaparecer o marchitarse y diluir el color que tuvieron en el pasado. Un pasado que se perfila melancólico cuando desestima al porvenir. 
En cuanto al presente, lo voy a mostrar como una ilusión que deseo compartir.



He pensado escribir estas memorias porque, escribiendo, afianzo y prolongo mi vida en ellas, evito su fuga y paralizo los recuerdos para que el tiempo no los destruya. Pensé hacerlo de forma continuada, o en primera persona, transfigurando la verdad en irreal mediante la fantasía, porque el relato siempre es una aproximación de lo vivido.
Al final me he decidido por la más cómoda y sencilla para todos, escribir en primera persona como un diálogo con mi yo, y fragmentarlas en tres partes porque… el tres es número de carácter místico, agota menos la lectura y así, conciso y siendo breve en el escrito, se evita un exceso de palabras que impida comprender el contenido.
Me gusta contar mi historia personal y la visión que tengo de los hechos que por ella han sucedido. También, la de los otros. Se comenta que escribir de uno mismo se activa en el cerebro unas áreas igual que cuando comes o te dedicas al sexo… de ahí mi gran interés. 
En fin veremos qué va a suceder con esta primera parte que voy a empezar y no sé cuándo ni cómo finalizar.


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A la edad donde el recuerdo se condensa y marchita y, antes que el olvido logre triunfar, me gustar recorrer esta vía que ha sido la mía, perdida como tantas en la otra, inmensa y brillante llamada: Vía Láctea.

Esta crónica, las inicié hace tiempo sin intentar hacer novela porque soy consciente de mis lagunas y además, lego en dicha materia. 
Tampoco pretendo archivarlas en un diario aunque, si algún episodio puede parecerlo, nace de la verdad que me ofrece la vida. 
Más bien, es terapia personal por medio del escrito que aprehende y ordena una realidad que se presenta transitoria y caótica y lega lo fugaz y mutable de la vivencia de ser humano.

Ni siquiera deseo perdurar en este medio singular (mis datos ya constan en documento oficial), solo soy un testigo que mira con el color del iris castaño claro que Dios me dio.

Los personajes y lugares son reales los hechos, algunos supuestos. Los ideales, evidencian un combinado de realidad y deseo. 
Quien escribe, miembro de la quinta generación de un linaje cuyo bombo -así se define el padre de mi tatarabuelo o trasabuelo- era de Pisa -reyno (sic) de Italia- que llegó al pueblo de Darrícal en la segunda mitad del s. XVIII de nombre: Vicente Añez.

Siempre he creído que Dios, se manifiesta a través de todo lo que existe y nos deja libres en este "paraíso" que nos legó. 
Un dios al que quiero y admiro, pues me inspira amor y respeto por ser el Hacedor de las estrellas e inspirar una enseñanza moral de ámbito cristiano. 
También lo alabo por los dones familiares y la dote material con que enriqueció a este humilde servidor: una esposa, siete hijos y un cortijo con alguna haza de cultivo, varios olivos centenarios y, doscientos almendros repartidos por barrancas y secanales, Un gran mulo castellano y otro romo de carga más una manada de cabras.

Creo en el dios que no te obliga a mostrarte llano con los viles y malsanos, si éstos, son reos de conducta inmoral y hay motivos que lo confirmen. Un dios que me comprende, en quien pongo mi fe y me mantiene cauto para apreciar la miseria, la malicia y la sinrazón inherentes a la naturaleza del hombre. 
En definitiva, el dios a quien se le teme menos, que al juicio de nuestros semejantes.

Me considero un hombre de bien además de labrador honrado que se esfuerza en llevar una vida como manda Dios. 
Aún sin ser hombre de letras ni haber servido a las armas, ni esté adobado de virtudes, recibo la honra que mis compatriotas me otorgan. 
Intento seguir una línea correcta y una recta creencia que me permita vivir en loor de la integridad, tanto más en cuanto mi conciencia lo considere. 
Soy orgulloso sin llegar a ser soberbio que es pecado vanidoso, a la vez, triste y semblante melancólico, como aquel caballero de la Triste Figura. 
No soy de mucha estatura pero sí grande de espíritu, pues a medida que me examino veo que eso es preciso. He aquí pues, un retrato que no pretende ser de maltrato.

Nací en la población de Darrícal, provincia de Almería en el territorio español que es patria chica y también natural. Fue un 13 de febrero de 1889 a las 18 h. 
Darrical es un pueblo vecino de mi actual residencia, y natal de Rosario, mi consorte, de cuyo nombre sí logro acordarme: Benínar (o Benimar según los antiguos) epónimo, quizá, de una persona o una tribu que la habitó en primer lugar, originaria de Orán: los Banú Amar o Banú Imar. Juzguen Vds. si guarda relación.

Darrícal es tan chica como Benínar, ambas parecen alquerías. Sin embargo, Darrícal posee una extensión de terreno mayor que otros pueblos de la comarca que sacian la sed en el mismo río que nace en Sierra Nevada y tributa en el Mediterráneo. 
Río jalonado de chopos y álamos que reflejan su sombra en el agua que sigue el curso de la ribera. 
Tiene un cauce parecido al de una mujer: unas veces embravecido, se ensancha como caderas. Otras, como cintura, estrecho y pulido como tiene el Cejor la pared. 
La población se centra en una comarca seca porque las nubes no lloran lo suficiente.


Contemplad la beldad de esta corriente

de su fuente al fluir.

Parece una polícroma serpiente, que la piel

se dejara para huir.

(Almotacin o al-Mutasin Billah,
-rey de Almería 1051-1091-)


Mi infancia empieza como tantas, desde aquella inicial que, a veces, cuesta alejarse. Una infancia enriquecida con las vibraciones del sonido que produce una nana materna, entre sombras y mantilla. 
Una edad que recorre la primera hasta alcanzar esa otra donde la razón se empieza a oscurecer y los trienios pasan inexorables por ella, como señala Covarrubias: "desde la niñez a la decrepitud"
Una existencia que aprendes tanto que pocas veces meditas sobre ello.

Nunca fui un emprendedor ni tampoco aventurero. Mas, no me pesa buscar la diosa, ciega y cambiante, Fortuna. Mi familia y la necesidad de mejorar mi sino, fueron los ideales que iluminaron el camino y me dieron coraje para enfrentarme a lo desconocido, además del equipaje que viajaba conmigo.

Por eso, salí de Benínar una mañana al alba, cuando un silencio religioso susurraba al campo y lo cubría de neblina. 
Un silencio imponente que llega hasta las estrellas y allí rompe los tímpanos. Antes que el gorjear de los pintados pajaritos saludaren al vasto amanecer. 
Fue una madrugada de 1920 cuando, me dispuse emigrar a la isla de Cuba para "hacer dineritos" sin ínfulas de hacerme rico -porque la riqueza da más trabajo-. Solo, de ir a la zaga de otros que ya lo hicieron antes con igual interés: ahorrar lo necesario para salir de una economía de subsistencia que estaba en el ambiente y, adquirir nuevas y mejores propiedades que ayuden a salir del hoyo, porque el dinero es el mejor cimiento donde asentar la hacienda.

Tenía gran esperanza en dicho periplo porque crees que todo es posible. Allí, donde todo es expectativa y sueños y con tal bagaje embarqué en el puerto de Almería hasta la isla de Cuba, haciendo escala en las islas Canarias.

Después de un mes de larga y penosa navegación, atracamos en el puerto de La Habana muy cerca del Malecón. 
Me quedé embelesado al contemplar el mar del Caribe; el color verde turquesa era distinto al azul zafiro del mar de Alborán. De aguas claras y quietas que cabrillean y encandilan como una plancha de acero a mediodía. 
Las playas son de una arena muy blanca, colonizada de palmeras que llegan hasta la orilla. Forman un maridaje de cristal con el cielo que cubre de plata antiguos y hermosos edificios coloniales. 
Mas cuando el furor del viento huracanado sopla con ese aire asesino que viene de lejos, creí hallarme en el luminoso Llano los aciagos días de la Reconquista, donde se dieron crueles e infames batallas para rememorar la Historia.

Asimismo, en la isla crecen unos árboles esculpidos por el viento, desconocidos en nuestra tierra y allí, abundantes. Me refiero a los seibas que guardan en unas cápsulas una especie de lana o fibra de miraguano que utiliza el cubano para rellenar almohadas del rico hacendado. 
Hasta aprovechan la hojas de palma real, que es la principal de tantas palmeras como allí proliferan. La usan para fabricar las cajas donde embalan los puros habanos y, sobre todo, la caoba o cajoba como allí se denomina cuya madera se comercializó en tal cantidad, durante el siglo XIX que casi la exterminan, cuando Cuba era parte del extinto Imperio español.


Ayuntamiento de Manzanillo



Del embarcadero de La Habana fui a Manzanillo, provincia isleña de Oriente. El país gobernado por Alfredo Zayas y Alfonso, cuarto presidente de la república desde la independencia de España. 
Los primeros días de mi estancia en la isla no fueron muy edificantes pero sí provechosos.

La vida cultural y literaria de la sociedad cubana era más elevada que aquella que yo dejaba. Era una nueva sociedad que muestra la vida tal y como debía ser a quien esté dispuesto a trabajar a conciencia y con entusiasmo. 
Había rasgos en el hablar de la gente que recordaba mucho a Benínar. Su manera de expresarse, la dificultad de vocalizar algunas consonantes, sobre todo las finales y el rico vocabulario de la población: poquitico, mismitico (sufijo de ico), mi gente (por mi familia), chismes (cotilleos, muebles), compadre (al dirigirse a otro), etc. No obstante, las personas eran afables, abiertas y bulliciosas; generosas y presta a murmurar y fisgonear a todo recién llegado -como en cualquier lugar-.

Gracias a la energía y ese brío que caracteriza al alpujarreño, cuando sale del hogar, me sentí muy apreciado por los nativos allí instalados. 
Al cabo de cierto tiempo del duro trabajo como jornalero de la cañaduz -yo era ducho en ese oficio, porque conocía los ingenios de Adra y Motril donde trabajé de temporero- y, a merced de los pesos que logré ahorrar, pude iniciar una pequeña empresa para transportar mercadería. 
Para conseguirlo, con más ingenio que recursos y más voluntad que talento, compré varios mulos que abasteciera el comercio de género, en especial de bananas.

Desde el puerto de Manzanillo distribuía los productos por los almacenes y establecimientos de Holguín y demás poblaciones cercanas. 
[La abundante cosecha de bananas determinó que O. Henry en 1904 acuñara el término de república bananera por la cantidad que allí se cosechaba]. 
Las bananas son algo más grandes y menos dulces que los plátanos de Canarias además, allí las cocinan salteadas en aceite de coco.

Un tiempo después, compré una finca pequeña que incluía una casa ancha de aldea con muchos cuartos carentes de puertas interiores. No había calefacción porque el clima tropical de la zona no se rige por las mismas estaciones que hay en España: mantiene todo el año una temperatura húmeda y estable en verano con una estación lluviosa y otra más seca. Más que un país aquello era todo un clima. 
Por todo, pagaba un módico alquiler. 
Vecina a mi casa y separada por un huerto con un pequeño cobertizo, se hallaba la comisaría de la policía local. 

*


Al principio de vivir en la isla me apañé como pude. Terminaba la jornada derrengado y vivía como espartano. No era hombre dado a los placeres mundanos que el medio me ofrecía. Sin embargo, cuando el demonio incitaba a la tentación, necesité un esfuerzo para no caer en la concupiscencia, porque por fuerte que fuera mi condición, la carne siempre es débil y requiere contactos aunque, mi juicio de fiel cristiano me indicó que aquello no era bueno ni tampoco muy sano.

Mas al pasear por aquel bulevar de calles trufadas con viejas tabernas donde, un perfume nocturno y luz de luna, son vehículos que te transportan a fecundar el polen de la rumba y también del danzón, el bolero y la guajira.
No puedes mostrar indiferencia ante esa vida musical, estimulada y oportuna que sale de todos los antros y se incrusta en los poros. 
Te invita a entrar y saborear con la mirada a las mulatas de piel de miraguano tan dulces como mantecados de Laujar. 
Morenas de mirada encendida, arrogantes de pechos que revientan las costuras y te seducen el pensamiento.
Después, cuando el ron llegaba al cenit, y la lengua se desataba, es cuando recuerdas a la familia y un verso de Antonio Machado:


"Oh soledad, mi sola compañía"


Se desborda, al instante, la tiránica pasión que no puedes controlar por seductora y natural. Un choque entre las ideas y lo humano que te inclina a lo desconocido; hasta el ayuntamiento furtivo. Hacia la unión lúdica sin ninguna emoción y ausente de expectativas. 
Se crea una experiencia mística carente de intensidad en la que, al final te zambulles en una placidez aletargada como un animal en celo.


"Dame a un hombre que no sea esclavo de sus pasiones
y lo colocaré en el centro de mi corazón,…"

(Hamlet a su amigo Horacio)


Pero... usar la prostitución para satisfacer el cuerpo, no es honesto porque ni amas ni intercambias deseos. No gozas de esa manera y niegas el amor. Entonces, echas mano del Génesis:

"No es bueno que el hombre esté solo…"

Mientras intentas combatirlo con un aforismo cartesiano:

"No hay alma tan débil que no pueda ejercer un control absoluto sobre las pasiones"

En definitiva, un combate entre la virtud y el vicio; entre el bien y el mal que, finalmente vence el segundo por agotamiento. Te liberas de ciertos escrúpulos porque no siempre puedes vencer el deseo ni evitar que nos domine. 
Crees que la vida no está hecha para vivir en soledad. Somos como la flor que no le basta el pistilo ni los estambres, necesita los insectos y el viento para fecundarse.

Si hasta ya lo dijo Aristóteles: 


"El hombre es un ser naturalmente inclinado a formar una pareja, más incluso que a formar una ciudad"


En fin, la vida contiene su propia esencia y también un vacío que lo rellena el otro, y yo soy hombre de voluntad inclinada a dejarse vencer antes que permanecer soltero. 
Mi fuerte no es la virtud de la abstinencia, ni me conformo con amores platónicos; soy generoso y caritativo con las necesidades rondeñas.





*

Aunque el trabajo llenaba mi vida, alejado de la tierra que me vio nacer, sufres de melancolía y sientes gran pesadumbre cuando recuerdas el hogar familiar. 

Después de dos años, escribí a Rosario. Quería que viniera con mis tres hijas: Rosario -la mayor- María y Mariana a llenar mi soledad pues... siendo cinco la nostalgia deja de molestar.
Además, para que visitara al médico una de mis hijas que sufría de oftalmía en un ojo -provocada por el polen del esparto, que abunda en Almería- y evitar el tracoma. Los cirujanos de Cuba gozan de mejor fama.

La llegada de la familia constituyó la mayor dicha que hasta entonces me había sucedido. 
Rosario y mis tres hijas vinieron acompañadas con otros vecinos: Dolores la de Barbarica -cuyo marido Juanico el de Doloricas la Parrona- ya se había instalado en la isla. 
Celebramos el encuentro con un convite entre los paisanos, amigos y vecinos. Comimos frijoles con papas, langosta... y bebimos ron de caña. Los hombres fueron obsequiados con esos puros hechos a mano.

No tardamos mucho en adaptarnos a las costumbres que tenían los isleños. Yo mismo, cambié mi vestuario: usaba un sombrero de alta copa y alas remangadas que anudado con un barboquejo; botas de caña de cuero flexible y muy encerado que llegan a los corvejones y protegen de mordeduras de ofidios y demás fieras que pululan por allí. Recuerdo alguna anécdota relacionada con esos bichos.

Rosario se encargaba de criar las gallinas y pollos en el cobertizo del patio. Durante un tiempo, notó cómo se reducía su número sin hallar explicación. 
Un día mientras revolvía el aparejo de las bestias bajo un cañizo, apareció una enorme boa enroscada en el mismo. 
El miedo la paralizó, un sudor frío recorrió su frente, la primera reacción fue salir gritando y pedir ayuda en la vecina comisaría. 
Un policía de guardia, echó mano al machete, usado para cortar caña, y le cercenó la cabeza de un certero tajo al bies, pues, en ángulo recto, las duras escamas de la culebra hubiera impedido "segarla" de un machetazo.

El policía, tranquilizó a Rosario diciendo que no era de las mayores que allí había. Efectivamente no debía ser tan grande pues tiempo después tuve ocasión de comprobarlo. 
Mientras me recogía para ir a casa volviendo de la ciudad con las bestias cargadas, en el camino se cruzó una de aquellas enormes boas que se arrastraba lenta y sinuosa con la seguridad que da su envergadura. Tuve que detenerme un rato hasta que terminó de pasar y refugiarse en la espesa selva.

En Manzanillo nació nuestro cuarto hijo. Fue el primer varón y el único, de mi prole nacido en la isla. Lo bautizamos con el nombre de mi padre: Esteban.

Aconteció por aquel entonces que había en la isla un gran movimiento social que influía en los obreros. Un movimiento llamado anarcosindicalismo -heredero directo del anarcocolectivismo de Bakunin-. 
Sus dirigentes leían proclamas solidarias en fábricas de tabaco y plantaciones de caña. 
Querían la revolución a través de propaganda y enseñanza en escuelas laicas y libres. 
Fue allí donde me enteré de una ideología desconocida hasta entonces. Tal vez utópica, pero de fuerte base social y trabajadora. Intentaba abolir los privilegios de la clase represora, principalmente: el Estado y al capital.

El anarquismo manifiesta que el Gobiern no es necesario si nos sabemos gobernar pero, de momento no es posible, el gobierno tiene que decir a los ciudadanos lo que deben o no deben hacer y promulgar leyes que vienen de empíricas costumbres que organizan la convivencia. "Nos dan libertad para elegir el bienestar personal y social".
Solón decía que las leyes eran como una tela de araña: atrapa a las moscas chicas y deja escapar a las grandes.

El ideal anarquista es luchar por la justicia, la igualdad y la solidaridad pero sus dirigentes no han encontrado el momento oportuno. La libertad que pretenden no siempre hace más feliz al hombre. Aunque, es cierto que la enseñanza abre los ojos y muestra que la única libertad que realmente tiene importancia es la del pensamiento; te produce placer aunque no alcance el poder.

El gobierno cubano reprimió con saña ese movimiento obrero. Llenaba las comisarías y torturaba al prisionero. 
Vivir tan cerca de una, a menudo, se oían gritos de dolor que salían de allí. Una situación muy triste que consiguió infundir miedo a mi mujer y a mí también.

*


A través de aquella vivencia, en la excolonia española, llegué a visualizar aspectos inimaginables de las barbaridades que puede cometer la malicia humana con sus semejantes. 
Sólo lo repetí, años después, durante la contienda incivil española. Una belicosidad que los seres ocultamos hasta el día que somos capaces de descubrir el demonio que llevamos dentro. 
No podemos negar que somos competitivos por condición natural y cuando nos falta imaginación damos garrotazos sin ton ni son y andamos a cuatro patas.

Rosario, a menudo se sentía indispuesta, con sensación de vértigo. Pensé que la causa podía ser el nuevo embarazo, pero estaba equivocado; no soportaba los gritos de angustia de aquellos desdichados y los castigos que implicaba mutilación.

Un día la noté con la voz tomada y el semblante inquieto. Pensé que, seguir así acabaría poniéndose enferma. Tenía taquicardias que la desequilibraba, como si la vida se le escapara por momentos. 
Antes que la ansiedad pasara a delirio, sin saber si era intuición o como se quiera llamar, vi una solución sin pensar cómo pero sí porqué.
Lo cierto fue, que abandonamos la isla como prófugos huyendo del enemigo, porque aquella realidad no se podía aguantar.

Después de vender los enseres y esperando otro hijo, regresamos a España. Con los pesos ahorrados y más cosas, recordé una antigua leyenda. Un cuento que los santeros enseñan para explicar a los zagales el nacimiento de la muerte y transmisión oral de padres a hijos.
La leyenda era el fruto combinado de elementos religiosos y profanos que recuerdan a Noé. Tanto me atrajo el relato que yo, a menudo, se lo recito a mis nietos alrededor de la mesa-camilla intento que no se levanten y permanezcan atentos para escuchar la leyenda de Ikú:


"Al principio del mundo, Oloffin hizo el hombre y la mujer y les dio la vida. Oloffin hizo la vida, pero se le olvidó hacer la muerte. Pasaban los años y los hombres y las mujeres cada vez se ponían más viejos pero no se morían; la tierra se llenó de viejos que tenían miles de años y que seguían mandando de acuerdo con sus viejas leyes; los jóvenes tenían que obedecerlos y cargar con ellos porque siempre habían sido así las cosas. Pero cada día la carga se hacía más pesada. Tanto clamaron los más jóvenes que un día sus clamores llegaron a oídos de Oloffin.

Y Oloffin vio que el mundo no era tan bueno como él lo había planeado y que el dolor se había adueñado de la tierra. Sintió que él también estaba viejo y cansado para volver a empezar lo que tan mal le había salido. Entonces Oloffin le dijo a Odduá que llamara a Ikú (la diosa de la muerte) para que se encargara del asunto. Y vio Ikú que había de acabar con el tiempo en que la gente no moría.

Hizo Ikú que lloviera y lloviera sobre la tierra durante treinta días y treinta noches sin parar y todo se fue quedando bajo el agua. Sólo los niños, y los más jóvenes pudieron trepar a los árboles gigantes y subir a las montañas más altas. La tierra entera se convirtió en un gran río sin orillas, hasta que la mañana del día treinta y uno paró de llover. Los jóvenes vieron entonces que la tierra estaba más limpia y más bella y corrieron a darle gracias a Ikú porque había acabado con la inmortalidad".


Mirando hacia atrás sin ira, con el sol naciente del Este a través de esa inmensa y vacía amplitud de la mar, salimos de la isla un mes de septiembre de 1926. 
Zarpamos del puerto de La Habana rumbo a España. En el barco íbamos mi mujer embarazada yo, y cuatro hijos arropados por nuestro cariño y de gente alegre y pensativa que iniciaban el camino de retorno. 
Espectadores de un futuro lleno de esperanzas. Sin tener en cuenta los avatares que nos tenía preparado el destino, divisamos al fin la costa del viejo continente.

Cuando huyo trecho a trecho del pasado,
pongo la mar entre Cuba y Almería.
Puntual vuelve el recuerdo cada día,
de gentes y costumbres que he dejado.




"Si la música es manjar de amor… tocad, saciadme de ella"


3 comentarios:

  1. Desde que pusiste esta historia en tu blog La Vegueta, lo he leido varias veces y no me canso. Es como si me lo quisiera aprender de memoria.

    Tambien he dicho varias veces que soy muy mal lector, pero este relato biografico lleno de personajes reales y tan cercanos, me pone la piel de gallina en algunos de sus pasajes.

    A ellos, a los personajes, he tenido la suerte de conocerlos a casi todos a lo largo de mi vida.
    Miro la joven cara de tu abuela Rosario, e intento buscarle parecido con la de mi madre, su prima Constanza.

    José, te felicito por este magnífico trabajo.

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  2. me encanta leer esta esta biografia de una familia tan especial y saber como la vida deesa familia una familia luchadora y que todabvia viven entre nosotros

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