LA ZANJA DE FAUSTINO.
Una joven de rompe y raja, de postín,
encandilaba a los hombres y dejaba con los ojos perdidos a las mujeres, llega a
Benínar y nadie sabía su procedencia. Nadie la conocía por referencias ni por
la técnica de “la pinta” (parecido con los rasgos familiares).
Siempre contestaba con una sonrisa
cuando se le preguntaba su origen o a cualquier otra pregunta. Con una mano
atrás y otra delante, más pobre que las Ánimas Benditas, al llegar sin un hatillo.
Ha comenzado a andar por las calles y se ha sentado en el escalón de una
puerta en la Calle Ancha. Va corriendo de boca en boca por todas las calles del
pueblo (para las mujeres una mocica y para los hombres una diosa) que ha
aparecido una desconocida y como siempre son los infantes los que salen
corriendo para llegar los primeros para encontrarse con aquella recién llegada.
Cuadro de Raimundo de Madrazo. La modelo Aline Masson
Después de ser analizada e interrogada a la persona recién llegada, los
niños solían ser crueles o todo lo contrario, correr a casa para traerle un
trozo de pan cuando se encontraban con alguien que llegaba al pueblo por
primera vez. Una vecina que estaba barriendo su puerta cuando la vio llegar,
que se sentó en el escalón de tres puertas más abajo, la observa en todo
momento y ve como se le van acercando mocosos que no hacen más que preguntarle
sin que ella dijese palabra alguna. Se acerca la autóctona al grupo y con la
escoba en la mano dice al corro de zagales que la dejen en paz con el argumento
que aquella persona tenía frenillo.
La mujer que barría su puerta se desvive por encontrarle una casa que la
acogiese para que trabajase como criada. Consigue encontrársela pero lo que no
podría ni conseguir ni evitar era el asedio de todos los jóvenes, hasta que
llega a oídos de un encargado de las minas de la llegada de aquella mujer al
pueblo. A aquella mujer le hacía falta como el agua de mayo la protección de un
hombre, que tan solo uno se fijase en ella, que el resto de los hombres sacasen
la conclusión de estar los dos enamorados. Pues bien, todos los hombres
llegaron al convencimiento, sacan la conclusión que aquella hembra ya tenía
macho y por ello, ya podía salir y entrar al pueblo cuando tenía que ir a lavar
al río o a por un cántaro de agua sin ser acosada. El encargado Faustino cuando
se encuentra la primera vez con la moza del frenillo se miran y mantienen la
mirada lánguida el tiempo suficiente como para que los estaban presenciando
dicho encuentro presenciasen una de las cosas más hermosas y raras que podía
pasar en Benínar.
Aquel encargado que estaba en el pueblo a la fuerza, la mirada de aquella
joven lo apacigua y comienza a ver con otros ojos aquel pueblo alpujarreño.
Sentado en el Cerro de la Balsica contemplando aquel valle, piensa y razona que
aquel pueblo necesita otro molino de harina, una almazara y una molineta.
Llega como tantas veces donde se encontraba el cortijo de Aurelio, que para
él aquel trozo de terreno representaba la frontera y en aquella tarde en su
mente tiene la planificación del derribo de aquel muro que encontraron
generaciones y generaciones de benineros y que fueron incapaces de derribar.
Por culpa de aquel accidente natural la población de Benínar estaba viviendo
cicateramente de los alimentos que se producían en unos cuantos bancales
regados por la acequia principal del pueblo.
Quiere formar un ejército formado por los niños mineros, jornaleros e
incluir a aquellos que van por los caminos recogiendo excremento de los
animales. Reúne a todas las mujeres en la plaza después de una novena y les dice:
Vuestros hombres trabajan bajo mis órdenes por un puñado de monedas de
sol a sol.
A vosotras y vuestros hijos os presento un proyecto de aumentar el doble
las tierras de regadío y por ello el doble de alimento. Mañana por la mañana os
espero en el cortijo de Aurelio con azadas y espuertas.
Espuerta
Al otro día al despuntar el alba mujeres y niños parecían abejas en la
puerta de la colmena dispuestos a emprender el vuelo hacia donde se encontraba
la floración más grande jamás conocida para dar los viajes que fuesen
necesarios para llenar los panales, hasta que el néctar saliese por la piquera
de la colmena.
Faustino tiene en una mano una espuerta llena de yeso que empieza a marcar
una raya blanca, que comenzaba donde terminaba en aquel momento la Acequia de
la Vega y por donde tenía que trascurrir hasta el otro lado de aquella colina.
Al bajar (para empezar a marcar) justo al lugar donde tenían que comenzar la excavación,
se da cuenta por primera vez que aquella obra ya fue iniciada con anterioridad
pero fue abandonado el proyecto.
Desde lo alto de la loma ve que empezaron con coraje pero de forma
desorganizada y comienzan a destacar aquellas mujeres que intentan organizar a
los demás pero sin doblar la cintura. Se marcha lleno de pesadumbre pensando
que antes de una semana aquel proyecto se quedaría sin trabajadores
voluntarios. Comienza a hacerse una serie de preguntas:
¿Cómo es posible que ejecutar aquella zanja aún a nadie (de todas las
generaciones pasadas) se le ocurrió a sabiendas que aquella obra aumentaba el
doble la zona de riego y por ello los huertos?.
Trabajar en mejoras para la comunidad: ¿Cómo se puede explicar dicho
concepto a una sociedad donde la mayoría son analfabetos?.
¿Qué formas de solidaridad existen en el pueblo, en esta comunidad tan
cerrada e incomunicada?.
Todos los días nada más levantarse Faustino va casi corriendo a ver el progreso
de la zanja. Cada día comprueba que avanza más lento a ir abandonado
progresivamente las mujeres y quedar nada más que críos que se toman al trabajo
como un juego al no estar pendiente de ellos los mayores.
Un día estando en los pozos de extracción de mineral se le acerca un mozo
al encargado y le ¿Sabes cuantas veces comenzaron la construcción de la zanja
(que yo sepa) desde que el pueblo pasó de los quinientos habitantes?
No.
Pues son unas cuantas querido “mesías”.
¿Cuál es la razón de abandonar los que empiezan?
Se miran los dos, pero el obrero Ramón vuelve al tajo al ver que son unos
cuantos los oídos que orientaban sus orejas (como lo hacen los mulos y los
burros buscando sonidos) para escuchar lo que estaban hablando.
Aquel comentario le sienta lo mismo que al profesor que casi tiene la
pizarra llena de contenido, se vuelve, mira para atrás y nadie está pendiente,
nadie le sigue. Faustino borra con coraje todo lo que tiene confeccionado en su
mente del proyecto de la zanja, decide ir a donde se estaba construyendo para
mandar a “cada mochuelo a su olivo”, pero cuando llega, se encuentra que solo
estaban trabajando la frenillo y dos niñas más. Al verlo llegar la joven le
recibe con una amplia sonrisa y vuelve a ruborizarse como lo hace cada vez que
se encuentran.
Paco R. Maldonado Ruiz.
En Benínar se hicieron "obras faraónicas", la primera fue el murallón, que nos defendía de la voracidad de las aguas de su río, la segunda fue aquel trozo de acequia cincelada con mucho sudor y martillo en la piedra. Obras de ingeniería hechas por alpujarreños que en su mayoría no sabían leer ni escribir pero capaces de construir una casa, una acequia, una mina, una muralla... sin asistir a ninguna facultad de ingeniería o de arquitectura.
ResponderEliminarSería interesante que alguien con interés recogiera ese saber popular antes de que se pierda.
Saludos Benínar.