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viernes, 15 de junio de 2012

EL REGRESO DE SAID. La sombra de Orfeo es alargada.


Arnold Böcklin La isla de los muertos, 1880.


 "No haber nacido nunca, puede ser el mayor de los favores" 

(Sófocles)


-Introducción-


A veces me pregunto de dónde vienen las "historias" que escribo y hacia donde van; qué aportan a los demás. Imagino que son como humo en el aire, como si transitaran unos instantes por la red de Internet para desaparecer después sin que nadie las lea ni las vuelva a recordar. Sin embargo las historias o las fábulas, obviamente, no las pueden escribir los personajes. Hay quien fabrica coches, otros amasan el pan. Las leyendas se escriben para alegrar a quienes hacen coches u hornean el pan. 

Es difícil explicar cómo surgen porque ni yo mismo lo sé. Tal vez sea un independiente soñador que no ha logrado realizar sus sueños y sólo ve la parte frontal de las cosas e intenta describir imaginando cómo será la otra parte, la que no se ve. No sé, influyen algunos factores y para eso tendría que escribir una historia de la historia y robaría un espacio y un tiempo a los demás. Creo que no es el lugar ni el momento apropiado.

Mark Twain decía que: " La realidad se diferencia de la ficción en que la ficción tiene que ser creíble". 
No siempre se consigue, aunque uno lo intenta.

Los estudiosos de la mente humana (psiquiatras, psicólogos…) afirman que todos estamos algo neuróticos pero sabemos distinguir entre lo que es real de lo que no lo es; si no lo supiéramos diferenciar entraríamos de lleno en el terreno de la psicopatía.
Estoy seguro que se sabrá discernir qué hay de cierto en todo lo que cuento y cuánto inventado…, por si acaso.

Al escribir transmitimos una información o bien una opinión, algo que todos somos capaces de hacer sin demasiada dificultad. Yo pretendo ir más allá; intento comunicar, mover las emociones; conseguir dicho propósito, aunque sea de un solo lector, ha merecido la pena. Espero poder lograrlo de nuevo.

- - - 


-Exposición-


A menudo dudo si el recuerdo es lo que tengo, o bien lo que he perdido. De cualquier modo deseo desempolvar del arca de la memoria la leyenda de Said Ben Yunez Almegixirí y lo que sucedió después, cuando abandonó su patria chica y partió exiliado hacia Berbería. El viaje de retorno al pueblo donde nació, y tratar de encontrar una explicación al misterioso lamento que lleva el viento y sobrevuela por la cresta del monte frente al pueblo de Benínar las noches que la luna está en cuarto menguante.

Said, el agareno, se negaba aceptar la muerte de su idolatrada Marién Ben Fannefaire. Después de haber exhumado el cadáver en la cueva Fifa para transportarlo a Berbería, una tierra adonde el viento traslada los ruidos rotos de cualquier parte, en un periplo de muchas vicisitudes. Cruzó en barco el estrecho, como un prófugo que huye de la justicia asaltado por la acedía. Un huracán de viento y lluvia lo transportó navegando a cabotaje por los reinos norteafricanos cuyos habitantes, gentes hostiles, recibían el éxodo de los moriscos como un regalo; aprovechaban la trágica circunstancia para despojarles de sus pertenencias e incluso asesinarlos si oponían resistencia.

Llevaba dentro de una bolsa de guadamecí los dinares de oro y dirhan de plata que pudo lograr salvar, ocultos en el sudario verde perfumado de almizcle que envolvía el cuerpo de Marién (los norteafricanos musulmanes respetaban o temían a los muertos) evitando de esta manera el robo [hubo moriscos que escondieron las joyas y las monedas de oro enterrándolas en alguna parte, incluso la llave de su casa; pensando regresar algún día]. Parte del dinero lo había gastado ya en el trayecto; bien para sobornos, bien para el transporte hasta llegar a una población del norte africano llamada Orán (de donde se decía que procedían sus antepasados).

A las dos semanas de estar instalado en una sencilla morada, aún se mantenía unido al cadáver de Marién, resistiéndose a desprenderse del mismo. Su vida se había convertido en un ritual. Vestía el cuerpo exánime por la mañana, lo desnudaba por la noche y se acostaba junto a ella en el lecho. Constantemente quemaba incienso y mirra, pero el hedor y la tomaína se hicieron insoportables despertándolo de esa locura que le había perturbado la razón y le ahogaba los sentimientos. Decidió, por fin, enterrarla en un macabrán (cementerio). Fue entonces cuando vio salir el alma del cuerpo de Marién para quedar un instante suspendido en el aire hasta volar al lugar de origen esperando de nuevo posarse sobre otra entidad que lo conformase.

Después de cierto tiempo, logró montar un pequeño negocio que le permitió vivir con menos estrechez gracias a su destreza como tejedor de tafetán y damasco y ese don especial que poseía para mercantilizar la seda.

["Hay una conciencia después de la muerte, una experiencia ultra sensorial retrasmisora de ondas, aunque el cerebro deje de funcionar la conciencia se perpetúa a sí misma. Esa especie de energía invisible la provoca nuestra expectativa y esperanza; irradia hacia fuera y la percibimos por una acusada percepción de la belleza, así, apreciando la belleza de una persona absorbemos la energía suficiente para sentir amor o desamor como si de una experiencia mística se tratara. Los seres humanos somos los únicos que proyectamos y recibimos la energía conscientemente. El universo nos proporciona todo lo que necesitamos, sólo hace falta abrirse al mismo"] 


-Trama-


Pasaron los años hasta que un día Said, mientras se mesaba la corta barba gris, decidió poner en práctica una vieja idea que le rondaba por la cabeza: volver a las añoradas colinas azules de Benínar, la pequeña alquería donde nació del derrotado reino nazarí de la hermosísima Granada, paraíso de Mahoma, que pertenecía a la taha de Berja, ahora dividida en dos barrios que sumaban entre ambos una veintena de casas; muchas derruidas y algunos marchales (cortijos) repartidos por los alrededores. Un caserío que antaño estuvo habitado por una tranquila y floreciente población que fue derrotada en la Guerra de Granada hasta quedar despoblado y…, unos cristianos venidos de otros lugares de la península y del extranjero, cuya fama de gente belicosa era comentada por los poetas árabes, se instaló allí para colonizarla.

Era verano, la tierra despedía fuego cuando decidió volver al país de sus antepasados, la patria chica de la satisfacción perdida de cuya estirpe bereber de los Banú Imár era descendiente (probablemente la que dio nombre a la población). Así, una mañana, cuando el alba llamaba a su puerta, dio a su vida una vuelta de campana.

Pensaba que Alá, el dios que a pesar del tiempo transcurrido desde su querella por haberle arrebatado a Marién, se las había arreglado para seducirle con la idea de volver a ese lugar utilizando para ello su estado emocional, un tanto hechizado como una muerte en vida. Él añoraba al-Ándalus como un dolor histórico imposible y el deseo de poder encontrar de nuevo a su amor le devoraba el alma con una cerrazón destructiva y devastadora; como el cáncer que devora todo lo que encuentra a su paso.

[Al-Ándalus, la España del sur un espejo del Paraíso semejante a Siria por la suavidad del clima y el aire puro de sus montes, igualaba al Yemen por la paridad de las estaciones; a Persia por sus riquezas; a China por sus piedras preciosas; y Adén por la fertilidad de sus campos… Almería era famosa por sus rubíes y Málaga por los circones]

Inició la repatriación cruzando, de nuevo, el Mare Nostrum de los romanos. Al llegar a la costa de Adra subió por el Wadi Adhra, el río homónimo de la población, hasta alcanzar el pago de Cintes del Zohor. Avanzaba por una angosta vereda jalonada de peñas y retamas que se erguía tallada sobre un profundo barranco. Buscaba localizar la entrada de una vieja caverna cuya oscura boca permanecía oculta. La cueva era conocida con el nombre de Quifalvant, estaba no lejos de los barrancos Peneque y Las Quiebras y cerca del Castillo de Askarayatis en los montes de Lucainena, que tan bien conocía. Actualmente la zona eran unas tierras de realengo pues pertenecían a la corona española. Said recordaba un atajo olvidado por la gente y el tiempo, y se enfiló por él cavilando en voz baja con una idea fija:

>>--"Si tuviera la vista de un lince y pudiera ver lo que hay bajo tierra, todo sería distinto. Temo estar sólo en una oscuridad donde no pueda hallar ni el alma ¿Quién sabe si en ese mundo que voy a descubrir no encontraré otra ley distinta a la saría (ley musulmana), otras costumbres, otros seres y otra religión? ¿Quién sabe si mi cordura se descompondrá en locura cuando arribe a esa desconocida naturaleza que se encuentra bajo mis pies?





Entrada de la cueva Fifa


El tiempo y la fuerza destructora de la naturaleza habían ocultado la entrada de la caverna cubierta de breñas, tarajes y otros matorrales que disimulaba el acceso a extraños, excepto Said que sabía dónde encontrar la entrada. Obcecado con tal decisión, comenzó a escarbar apartando las piedras que impedían el paso hasta conseguir abrir una orificio suficientemente grande para introducirse por él. Iba provisto de un candil. Al entrar en la gruta imaginó que se iba al origen y al fin del ciclo de la vida, como si entrando en la gruta se perdiera la genealogía del árbol familiar y con ella los antepasados que le dieron cobijo, la lengua con la que expresar los sentimientos y hasta el país que le acogió al nacer. Como si dejara de ser una figura de carne y hueso imposible de recomponer la cirugía más avanzada.

Una vez en el interior de ese extraño y desconocido submundo poblado de ocultas presencias, creyó que la vida se terminaría en el momento que perdiera la luz sideral del día.

Dentro reinaba la penumbra, fue entonces cuando prendió la mecha del candil cuya luz se reflejó en los ojos de una lechuza que brillaban en la oscuridad del recinto. Ésta, al ver entrar al intruso comenzó a ulular taladrando el silencio de la cueva. El techo, estaba tapizado por miríadas de racimos de murciélagos que volaron buscando la salida hasta destacar sus minúsculas sombras bajo la luz del sol.

A medida que avanzaba dejó de oírse el resonar de los bronces de la iglesia cristiana dando sus clamores cuando avisa de la hora del ángelus (suplantando la voz del almuédano que anunciaba la plegaria) hasta que, finalmente, se hizo el silencio. Iba meditando como un pensador que todo lo duda y continuó repitiendo:

--¿Por qué nos tenemos que morir? ¿Será porque somos inmolados por un orden superior que nos traslada del espacio-tiempo de esta dimensión para pasarnos a otra dimensión? ¿Transmutará nuestro cuerpo en alma? Es injusto que Alá nos regale la vida fusionando la abundancia y la alegría con el hambre y la tristeza.  

Mientras, un viento frio le recorrió el cuerpo que se revelaba como el anuncio de una fatalidad. Sintió como si estuviera muerto y daba sus primeros pasos entre una nube de polvo de la que levanta los rebaños. Después de horas de caminar por senderos serpenteantes que iban descendiendo gradualmente, se encontró frente a un túnel al final del cual había una tosca escalera tallada en la roca que no parecía tener fin. 
Descendió por ella hasta llegar a un inmenso espacio, un lugar fantasma lleno de una luz que surgía de insólitos lugares, no imaginado en los sueños más creativos. Un espacio de atmósfera agobiante y hechizada un tanto siniestra que genera miedo a lo desconocido; misterioso y sereno a la vez que perturbador. Ningún viento alteraba la quietud del aire. El silencio absoluto permitía oír el crepitar del candil.


--Decidme por qué: ¡Oh silencio!, no me puedes dar lo que Alá me arrebató ¿Por qué te llevaste el agua y no me dejaste beber de ella? Sólo deseé dar un supremo y amoroso abrazo carnal, palpar como un ciego el cuerpo de Marién, aunque mi ceguera no fuese natural porque traspasaba los pensamientos. La deseé besar con besos de mi boca en un impulso de placer y muerte para consumar avaricioso un acoplamiento místico ¡Pero no, no! tuve que dominarme, detener el fuego, la llama de la pasión que me quemaba para transformarlo en ternura. Mi amor es tan fuerte como el tiempo.

Sin que él supiese cómo, la ropa que le cubría iba desapareciendo a medida que avanzaba: la marlota, almalafas, almaizar (faja), las calzas, el alquicer (capa de lana blanca) y las babuchas hasta mostrar un robusto cuerpo desnudo como el de un recién nacido. De pronto, mientras hurgaba con ojos inquietos el objeto de su deseo, apareció ante él un jardín que no se parecía en nada a los eriales trabajosos acostumbrado a dominar al principio de su llegada a Orán.

Por un momento pensó que había muerto y se hallaba gozando en el Paraíso. El reino de Hades, tal y como se describe en un sura del Corán: "El lugar donde el vino corre rumoroso; donde las huríes de mirada recatada nunca habían sido iniciadas. Vírgenes cuya virginidad era constantemente renovada". Un lugar de inmortalidad licenciosa, donde los cuerpos se funden en santa comunión de los sexos, una ósmosis que cierra el abismo entre cuerpo y alma.

Sobre una roca, de la que brotaba agua, halló un laúd y una túnica de lino blanco con la que cubrió su desnudez. Siguió vagando sin controlar el tiempo, guiándose de las fuentes que surgían por doquier del húmedo suelo y por los arroyos zigzagueantes de los manantiales que desembocaban en un inmenso pantano; como un mar de agua dormida tan grande como la laguna Estigia. Una extensión irisada por las corrientes de agua que abocaban en él. Una densa neblina cubría la superficie del agua que reptaba por la orilla, como una tela de tul blanca que tiembla al menor tropiezo. El pantano se nutría con el agua de los siete ríos del Paraíso Terrenal. Ríos de agua sedosa que vertían su producción en aquella inmensa laguna subterránea.

Said conocía sus nombres y los fue enumerando uno tras otro atrapado por la nostalgia:

--Bayarcal, Paterna, Alcolea, Darrícal, Verde, Grande y Chico.

Llevado por el instinto se aproximó a la sinuosa línea del agua para sumergirse en ella y poder atravesar la corriente de cada uno de los ríos de agua de rosas que purificaba su cuerpo y lo dejaba vigorosamente ingrávido.

A medida que alcanzaba la orilla opuesta, con el aliento entrecortado y jadeante, tocaba, a la bucólica, el laúd a la vez que recitaba poemas del príncipe persa de la poesía memorizados en la medersa del pueblo cuando era un niño de espíritu abierto; ávido de conocimientos. Cuando, con acompasada letanía aprendía de los santones y doctores del saber sublimes palabras sobre lo divino y lo humano. El eco de la naturaleza vibraba con su pesar. Intentaba de este modo poder encontrar a su amada Marién para sacarla del Averno con su armoniosa voz. Said no era rapsoda ni creaba poesías, pero tenía un timbre poderoso en la voz al declamar los versos, bellos como la Naturaleza, que sosegaba el alma humana con el esplendor que irradiaba. De este modo empezó recitando las primeras estrofas:


"Si los que aún no han venido vieran cuánto sufrimos

por culpa del destino, no vendrían jamás.

Envié mi alma a cruzar lo invisible, para descifrar que hay 

más allá; pero mi alma volvió y declaró: Yo soy el cielo, soy 

el infierno, soy la eternidad"



Milagrosamente la ropa permanecía seca; la humedad no empapaba su cuerpo. Era una inmersión en un agua de calor trascendente y purificador. Un agua que sana el pecado de la carne herida por el deseo. Unos momentos de meditación le hicieron cavilar para continuar recitando en voz baja:


"¡Cuántos la gloria buscan en este mundo vano!

¡Cuántos van tras los goces mundanos!

Dime, ¡vil oro!, poco o mucho eres mezquino decoro.

Aunque excites la codicia de los humanos

Y seduzcas con sonido de instrumentos lejanos"



Continuó caminando por pendientes abruptas y pasillos tortuosos hasta que se detuvo ante una maciza puerta dorada que impedía traspasar hasta los sentimientos. Tenía una enorme aldaba de hierro forjado que golpeó con insistencia. Al otro lado se oyó una voz sobrecogedora, mitad humana mitad cavernosa, que preguntó:

--¿Quién llama a la puerta?

--Said, un humilde servidor.

--¿Qué te trae por aquí?

--Vengo a buscar aquella que me robaste, quiero mendigar su amor, por el cual renuncié a fortuna y posición.

--Yo no he robado a nadie, a ella se le había acabado el tiempo. La vida de los hombres se enciende y apaga cuando Dios quiere. Mi oficio es tan duro como una maldición, porque sé que cosecho el odio de los humanos por obedecer a Dios. ¿Quién te acompaña?

--La fragancia de mis poemas, mi laúd y un candil.

--Con eso pretendes convencerme a mí, que soy eterno. ¿Qué esperas conseguir de mí?

--Que me concedas entrar, y me devuelvas a Marién. La muerte me quitó a mi amada, quiero buscarla ahí dentro, y que me des permiso a los dos para después partir, pues el amor que siento por ella es tan fuerte como la muerte.

El can Cerbero dejó en las manos de Said que cambiara el destino, como última oportunidad, pues se apiadó de su situación y, rechinando, abrió la puerta. 
Al traspasarla vio un ser con una antorcha de brea encendida cuya presencia le heló la sangre. Era una especie de Belcebú superior, una hidra de varias cabezas y ojos que despedían fulgor amarillo, una réplica de las pesadillas infantiles. Un ser hosco, desconfiado y de bestial expresión; un can llamado Cerbero que le impidió continuar.

[El can Cerbero era el portero del averno, del reino de Hades, que aterra a las almas que entran y retiene a las que quieren salir. Guarda a los muertos que atraviesan la vida dirigiéndose hacia su meta a cumplir su destino]

Said, balbuciente, insistió que buscaba una joven cuya belleza le había cautivado hasta hacerle perder la razón y su atribulada alma debía seguir incansable porque quería desposarla.

El can Cerbero señaló a dos mujeres que se hallaban cubiertas con ricos chador bordados en plata en la penumbra de un rincón. No se distinguía muy bien el rostro por lo que preguntó:

-- No sé cuál de ellas puede ser mi amada Marién.


El can Cerbero respondió con malévola voz:


--Ninguna, puesto que éstos son ángeles del infierno y no 

pertenecen a ningún serrallo. No son volubles como mujeres ni son 

"ciegos" como los hombres. Un aura los separa del mundo porque 

son eternos y no computan el tiempo como se hace en la tierra. No 

son carnales ni animales, son naturalezas incorpóreas como 

espíritus divinos. Tienen el alma desnuda pero su desnudez no es 

obscena porque está revestida de magia, su belleza radia una luz 

como las perlas del mar. Son los sostenedores del infierno. Los ha 

creado directamente el Eterno, el Misericordioso, el Invisible, el 

Poderoso juez de la vida.

Said insistió que le acompañase hasta encontrar con la naturaleza que había dado cuerpo a su deseo. Y para lograr convencer a Cerbero continuó recitando para seducirlo con su voz y el sonido del laúd que acompañaba los versos del poema hasta que… Cervero, al fin conmovido, tomó con gran resolución los remos de la barca para llevarle a la otra orilla del inmenso lago:


"De las vidas aquéllas que traspasaron la cortina oscura,

nadie retornó a mostrarnos sus huellas,

porque abren nuevas rutas entre las estrellas.

¡Mi, dulce amada! llenó mi copa que hoy liberta

de pasados dolores y viejas esperanzas:

¡Mañana! ¿qué? Mañana, si mi vida despierta,

mil años idos llamarán a mi puerta"


Said, que se había debilitado mucho por la temprana muerte de Marién, reverdecía de deseos amorosos recobrando nuevos bríos que transformaba su entusiasmo en energía, empuje y fe al recordar el cabello de azabache volcado sobre la piel nacarada y el verde glauco de sus ojos almendrados, imposible de no mirar. Verdes como un lago sereno velado por tiernos álamos. Sintió que el pasado volvía a renacer de nuevo.


Contó nuevamente a Cerbero mientras navegaban:

--Si ella me hubiese mirado una sola vez con los ojos de la luna, hubiese sido su esclavo y nadie se hubiese interpuesto entre los dos. No tuve la culpa si la amé demasiado y continúo huérfano de este amor sin poder desahogar en ella la llama de mi pasión. Ni toda la magnitud del agua que se abre ante nosotros puede ahogar mi celo ¡Aunque la fecundidad perteneciera sólo a la gente de probada virtud! ¡Aunque el licor seminal se seque en los gónadas del libertino! Yo seguiré amándola y con mi voz abriré paso en este submundo que me permita alcanzar la salida:

El barquero, que en un principio se mostró reacio a cruzarle (puesto que Said no había muerto y sólo servía a los difuntos) estaba impresionado por la fuerza que trasmitía la voz melodiosa del acompañante. Hasta la barca se bamboleaba chirriando al oír la poesía del musulmán.

Al llegar al otro lado del lago ¡la felicidad hizo su aparición! Frente a él se hallaba Marién resucitada tal y como era antes de morir. Ella, al verle enmudeció un instante y al recuperar la voz dijo palpitando:

--Soñaba que vendrías a verme. No dejes que me vuelva a ir. Llevo mucho tiempo en silencio encerrando tu imagen y mis pensamientos dentro de mí. Temía que tu rostro se hubiera desdibujado y haber olvidado tu hermosa cabeza de filósofo franqueada por los años que, sin embargo, llega intacto. Ese rostro de mirar obstinado y melancólico iluminado por el calor de la pasión.

--Temía no recordar el timbre musical de tu voz que me tenía subyugada, no reconocer el estímulo de tus labios, ni el mirar centelleante de tus ojos. Hoy has removido emociones muy fuertes. Me conmueve estar hablando contigo en persona.

Él, cuyas palabras de Marién aceleraron el ritmo de su sangre respondió:

--Te fuiste como una niña inocente, y no quiero perderte otra vez. Esta vez serás mía y no te abandonaré. La noche de tu pelo cubría mis tinieblas mientras realizaba ese acto sexual incompleto, esa práctica solitaria tan llena de soledad al pensar en la espiga de tu cuerpo nacarado. La resignación y mi desdicha fueron lanzas de dolor rebelde a cualquier tratamiento.

--Deseo terminar de una vez con todo esto. Deseo que el cielo conozca el luto de mi alma pues no sabe el papel que has representado para mí. Aún veo tu cara tan hermosa como antes y me produce una oleada de emoción que sé qué lo provoca. Quiero que sepas que nunca había sentido nada semejante por otra mujer, por eso sé que esto que siento es amor.

--Tal vez el destino de nuevo nos traslade a este submundo de Hades. Tal vez volvamos de nuevo transformados en sombras. No sabremos si éste es un mundo mejor que el de arriba -adverso y cruel- pero es el nuestro y lo quiero compartir contigo. Pronto saldremos de aquí. Sí, sí, esto será muy pronto.

Para permitir la salida, el can Cerbero, esbozando una sonrisa casi invisible, les impuso una sola condición:

--Ella siempre deberá caminar detrás de ti hasta llegar al lugar de los vivos y jamás debe girar la vista atrás hasta que el sol no la ilumine completamente y la llama del amor os descubra el deslumbrante día.

Said, confundido, le dijo al can Cerbero:

--Cumpliremos esta promesa tal y como lo deseas ¡Gracias por dejarnos partir! ¡Ahora yo la protegeré! La sacaré de este lugar y si nos trasladas en tu barca continuaré recitando bellos poemas.

Y así, animados con los versos, continuaron el regreso.

"Y esta preciosa hierba cuyo verde apacible


guarnece tu ribera que me hospeda grata,


piso en ella suave, pues saber no es posible


de qué labios brotó la amante ingrata.

Cuando ambos lleguemos sin dejar nuestro rastro

el sol no cambiará sus leyes ni sus ciclos;

pues vivió sin nosotros incontables siglos,

y no para complacer luce su ardiente astro.

Ella conmigo, entre vistoso ramaje,

un ánfora de vino, y un manojo de versos,

será un Edén el yermo más salvaje"


Exhaustos por el viaje, llegaron por fin a la boca de la caverna. Marién siempre iba detrás de Said hasta que… éste, cuando ya se disponía a cruzar el umbral y encontrarse de nuevo con la luz, una terrible duda le invadió y se giró para ver si ella le seguía, sucedió que entonces Marién se desvaneció al instante y desapareció muriendo por segunda vez para siempre, porque aún mantenía parte de su cuerpo en la sombra.

Said quedó inmóvil, petrificado, como esculpido en mármol de Macael. Un rayo solar iluminó su rostro de expresión severa y atormentada. Un rostro de una belleza helada al no conseguir el poder necesario para lograr salvarla.

Y la oscuridad se hizo más oscura cuando Marién desapareció de la escena sin saber dónde había ido ni cuál sería de nuevo su sino.


-Desenlace-

--¡Aaah! ¡Aaah!

Un grito sordo de muladí se oyó en la penumbra de la estancia rompiendo el silencio en pedazos. Said, desconsolado, jadeante y sudoroso se despertó gimiendo sobresaltado, adormilado y con la respiración pesando al ver que nada había sido real. Se percató que todo había sido un sueño o un delirio que la mente elabora cuando es incapaz de aceptar la realidad. Palpó su cuerpo y vio que no era un muerto viviente; sin embargo en ese momento se sintió como un cadáver al que le han hurtado un dulce sueño del que no quisiera desprenderse porque Marién fue la única que le dio sentido a su vida.

Tiempo después, Said, resignado en su desdicha, se le dibujó -en un ya demacrado rostro- una sonrisa pasajera que dio paso a un dolor intenso que lo laceraba rebelde a cualquier tratamiento y le contraía como a un moribundo haciéndole tiritar de frío. Los ojos secos y velados de su rostro arado mostraron una rigidez perpetua desde aquel funesto día.

Transcurrieron los días, Said, se fue consumiendo en una devastadora fiebre que le remitió a seguir recordando el ensueño cuyo dolor permaneció hasta abatirlo y llegar al momento final en que su alma, como el alma de Orfeo, escogió la condición de cisne y abandonó su cuerpo para unirse al de Marién en el espacio eterno y conseguir aquello que no había sido posible en este mundo.

Con ellos dos, también se esfumaron los recuerdos. Abandonaron este mundo desmaterializando la existencia humana.

Y la tragedia que hirió de muerte su amor los fundió en almas luminosas para alumbrar el recorrido de la Vía Láctea.

Cuentan que desde entonces, Eco -la ninfa cuya voz nunca se pierde- transporta por la sierra de la Contraviesa y la larga cadena montañosa de nevadas cumbres, el lúgubre poema que no pudo acabar Said y encarga al viento esparcir las notas tristes por los alrededores del lugar.





"Después con el labio frío el vaso terreno besé,
en pos del secreto del Pozo de la Vida,
previno mi ardiente contacto,
¡Bebe, sin freno en vida, pues dormirás en el eterno seno!

En sueños, una voz me repitió y advirtió:


-«La flor abrirá al besarla mañana»;
mas un rumor que pasa, te dirá despierto:
-«La flor que expandió su aroma ya ha muerto»
El viento de Levante rasgó el velo a la flor,
La nube entre sollozos sobre la hierba lloró,
La luz de la luna cubre la noche con un mantón.
Porque aquellos que amamos con santo temor,
quienes ya el tiempo apuró su vendimia,
también su copa alzaron y ciñeron de honor
a reposar se fueron hacia un mundo mejor"


-Fin-

(Dedicado a Juan José, cuyo consejo me indujo a escribir el argumento. Y el aria de la ópera Orfeo y Eurídice de Glukc a José María, gran amante -como yo- del bel canto.

  )

José Añez Sánchez (alias: Pedro Sánchez) BCN

5 comentarios:

  1. Esto ya son palabras mayores!!! Felicidades por tu maravillosa fábula con "raices".

    Mi comentario ya no es espontaneo, por las veces que he intentado introducirlo (cada vez cuesta más. Igualmente le pasa a otros asiduos que no pueden contestar a las cosas que se escriben en el blog)

    Te decía en veces anteriores, que tu fábula, aparte de producirte el placer de la creación, no pasará como el humo por este blog de Plaza Benínar. Se deleitarán con ella, panaderos, mecánicos, amas de casa etc. Todo lo que se escribe aquí tiene una difusión muy grande. Me contaba la otra tarde una persona que sabe mucho de estas cosas, que la humilde carta que dediqué a mi Nicolás, había sido leída (o empezada) más de mil veces.

    Imagínate tus artículos y fábulas las veces que serán leidos.

    El que no te contesten por este medio muchos de los que lo leen, se debe a la dificultad que existe para colgar comentarios. Yo, es la tercera vez que lo intento esta mañana; ahora pruevo en anónimo a ver que pasa.

    Lo dicho, felicidades y gracias.

    Juan Gutiérrez.

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  2. LLevo unos días leyendo tu fábula en el blog la Vegueta.

    Juan Gutiérrez.

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  3. Te planteas de dónde nacen las fábulas... si tú no sabes de donde nacen, cuando eres capaz de crearlas tan llenas de magia, ¡menos lo sabremos los que nuestra fuente de inspiración literaria es apenas un hilillo a punto de secarse!

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  4. Parece que hay algunos problemas con blogger ya que a veces no te aparece la posibilidad de introducir comentarios o fallan al intentar publicarlos. Me parece que se resuelve, mientras blogger encuentra el fallo, símplemente cargando de nuevo Plaza de Benínar (por ejemplo pulsando sobre el texto "Plaza de Benínar" en la barra de arriba del blog.

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  5. Cuando termino de destilar la última gota de la esencia de tus escritos, me viene siempre la misma imagen a la cabeza, te veo como pasas las horas delante de un trozo de papel, como das tachones, uno tras otro buscando siempre la perfección en tu obra.
    Said Ben Yunez Almegixirí bien pudo llamarse García Guzmán, el Gongí, nombre cristianizado de un morisco de Benínar que huyó a Berbería (norte de África) en 1566. Sus recuerdos ahora pueden ser los tuyos.
    El sueño de Said era el mismo de todos, él la llamó Marién, nosotros Benínar.

    Saludos Benínar.

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