Las fechas inmovilizan tanto como las fotografías.
María “Maita” Sánchez Rincón.
Hoy, día veinticinco de enero de 2025,
fecha que evoca una triste noticia o un gran acontecimiento en función del mes
elegido, sea enero o diciembre del calendario gregoriano: En diciembre nació
Jesús, en enero ha muerto Maita, un miembro fundamental y entrañable de mi importante
y esclarecida familia, entre otras virtudes, por su dedicación al cuidado de sus
progenitores.
Una condición humana que se trasmite de
madres a hijas, marcada por el sufrimiento ante el dolor ajeno de los últimos
años de una vida que ha sido parte de la suya.
Una vida entregada al cuidado de quienes
lo han necesitado, especialmente en la vejez que limita y vulnera, y toma
conciencia encarnando así los principios del humanitarismo y la moral. Un sentimiento
que honra y preserva la dignidad del hombre.
“La obra humana más
bella es la de ser útil al prójimo pues en el servicio desinteresado se
encuentra la verdadera grandeza del alma”
(Sófocles)
María Sánchez Rincón, niña. Con sus hermanos, Dolores y José
María, sentada en el centro. Con sus hermanos Dolores y José.
¡Qué bien bordaba!
¡Con qué gracia y arte lo hacía!
Con dulzura, sus manos tejían,
Sobre la seda pajiza,
ella siempre cosía
flores de su fantasía.
(Basado en un poema de F. G. Lorca, reinterpretado en mi propio estilo)
Maita y Juan, durante el noviazgo y boda, década de los 50.
MarÍa y Juan. Ella, ejemplo de virtud intachable, honrada y pura como el armiño, reflejo cristalino de rectitud, archivo vivo de honestidad -como dirían los clásicos-, y fiel a sus cuitas y principios: usque ad aras.
Según dicta la tradición, mi familia y las generaciones que nos precedieron nacieron en un mundo de silencio, donde el esfuerzo se forjaba con las espaldas dobladas sobre una tierra soñolienta acostumbrada a la vida dura y severa, fértil y generosa de extraordinario esplendor que hunde sus raíces en el silencio y la lejanía. Un vergel bendecido bajo un cielo misericordioso, en un pueblo que amaba la naturaleza, animal o vegetal; criaturas sagradas de Dios.
En el gran día, todos compuestos y acicalados para la boda de tía Maita y Juan, con Dolores C. y José, hermanos
de la novia y José Pedro, hijo de Dolores, el escribidor que subtitula y
narra este “Laudatio funebris”.
Maita, mantuvo unida la familia y de ella aprendí que,
al igual que cada dedo de la mano, (-así como cualquier miembro del cuerpo
humano- ego dixit) es único: algunos
ocupan un lugar central, otros se sitúan a los lados, pero todos son
esenciales, pues forman parte de nuestra existencia. Indispensables para abrazarnos
y santiguarnos, invocando el nombre de Dios cuando llega el final.
Y el dolor o la alegría enfatizan cada fibra del
cuerpo, fruto de compartir la misma carne; su intensidad crece con la cercanía
y el lugar que ocupan en la mente y en el corazón (corrazón).
El amor verdadero es absoluto. Este
amor no conoce límites ni condiciones; se eleva más allá de lo efímero y se
convierte en la manifestación pura de lo divino. Es la fuerza que transforma el
alma, imbuyéndola de una luz inmutable que guía hacia la plenitud y la
redención.
(Agustín de Hipona)
Con su madre, Clemencia, y sus dos hijas: María y Elisa y este que escribe, José, sobrino.
Nuestras vidas -la suya y la mía- han
recorrido senderos distintos, pero igualmente significativos y aventurados,
impregnados de sentimientos que permanecen inalterables a lo largo del tiempo y la distancia. Nacimos en el mismo
pueblo: yo cuando Maita cumplió quince años; y ambos bebimos de la misma fuente,
del agua con la que fuimos bautizados, aquella que enlaza con Sierra Nevada.
¿Qué más puedo decir de tía Maita que
no sepan quienes la conocieron, quisieron y compartieron su vida? De niña tenía
la cabellera rubia y rizada, y los ojos, de un ámbar profundo y elocuente que reflejaban
la emotividad, empatía y temperamento perseverante que la caracterizaban. Estos
rasgos que la definieron, la acompañaron hasta el final, en un camino marcado
por la gracia divina.
Una mujer digna de su tiempo, luchadora
incansable, emprendedora y laboriosa como tantas otras que hicieron célebre el “matriarcado”
del pequeño pueblo de Benínar (Almería); un paraíso rural, escenario de su
niñez y de gran parte de su juventud que fue testimonio de su espíritu
indomable.
El pueblo que le otorgó su ser, donde aprendió a cultivar una lengua local que se ha mantenido incólume desde un tiempo ancestral rica en giros, calificativos y refranes del castellano clásico, musicalizada con acento del sur que evoca la esencia del paisanaje profundamente humano.
Mientras en el norte se precisa tiempo para desentrañar los hechos, en el sur estos se comprenden por instinto natural, en un pueblo de una cultura sutil y enigmática, cuyos secretos solo Dios lo sabe y, Su divina generosidad, nos ha legado.
De
izda. a drcha. Clemencia –madre- Maita, Dolores e Isabel Mª. En San Roque.
Alguien planteó a un sacerdote la siguiente cuestión:"¿Acaso solo los bautizados somos hijos de Dios?" De manera unánime, el clérigo respondió: No, todos son hijos de Dios; sin embargo, unos, lo son por creación y los bautizados lo son por adopción participando de toda la herencia del reino de Dios, siendo conscientes de la revelación divina que Dios otorga, y se regocijan en ello.
El cristiano pisa y mira la tierra con insistencia, pero sin olvidar mirar limpiamente al Cielo, como la última meta del hombre.
Benínar, el pueblo de La Alpujarra (AL) cuna de Maita,
ubicado entre una tierra abrupta que para algunos parecía dura mientras que
para otros, se transformaba en un pequeño paraíso, pero grande por la
intensidad y el color con que la contemplaban. Allí la sociedad honraba el divino
mandamiento: ganarse el pan con el sudor de la frente y multiplicar la especie,
cuidándola con devoción cristiana.
"In sudore vultus tui vesceris pane"
(Ganarás el pan con el sudor de tu frente. Génesis, III, 19)
Un pueblo engrandecido y laborioso, que fue forjado
con incansable esfuerzo hasta el ocaso de sus días, su historia recuerda a los
hijos de Israel, pues la gente tuvo que abandonarlo y aventurarse a lugares
prometidos que ofrecieran un buen destino.
De izqda. a
decha: María, Clemencia –madre-, Araceli, Isabel Pérez y la madre de esta
última, Dolores Añez, ambas primas. Limpiando tripas en diciembre durante la
matanza del cerdo, en el almacén de su propiedad.
La vida laboral de Maita transcurrió en diferentes lugares: Desde el molino a la taberna, de esta última a un hotel en Ibiza para, finalmente, volver al lugar de partida y concluir así una estructura circular, y volver a empezar con entereza en labores cotidianas mejoradas con el idioma del corazón que deja una impronta imborrable en el recuerdo.
Cuatro generaciones de la misma familia: Tita Maita, Elisa, Elisa Mª y su bisnieta Chloe, 2025.
No considero a las Parcas como enemigas mortales, pues cada año, con su ineludible y melancólica visita, me recuerdan la fugacidad de la existenciay la revelación de la terrible eternidad. Hay aspectos de la vida que encierran un misterio insondable; la muerte, en su abrazo total, abarca y da sentido a todas las cosas.
“Dentro de poco estaré muerto y habré desaparecido
para siempre. ¿Qué puede importarme si obro ahora como ser inteligente,
sociable y que tiene las mismas leyes que Dios?
(-Soliloquios- de Marco Aurelio)
Vida y muerte son dos conceptos que solemos evitar unir, sin embargo,
juntos constituyen el fundamento de la fe, un enigma que solo la divina
providencia sabe desvelar.
“Si nadie sabe ni por
qué reímos ni por qué lloramos
Si nadie sabe ni por
qué venimos ni por qué nos vamos,
Si en un mar de
tinieblas nos movemos, si todo es noche
Y alrededor arcano, a
lo menos amemos, quizás no sea
En vano”
(Amado
Nervo “Amemos”)
Mi querida tía Maita, cuando llega nuestra
hora, Dios siempre perdona. Si bien a veces no empañamos los ojos con lágrimas
que resbalan, en ocasiones lo hacemos con lágrimas de sangre del corazón. Y si
alguien nos pregunta por qué, respondemos que la emoción es incontrolable por
naturaleza, y fluye para redimir y consagrar nuestro lóbrego dolor.
Lloramos, incluso por aquellos que en este
mundo no pueden hacerlo. En este hogar en el que por y para quienes nos han
precedido, honramos su existencia. Los recordamos para que jamás queden
sepultados en el olvido.
"No temamos
a la muerte, pues mientras la vida transcurre en nosotros, ella permanece en la
lejanía; y cuando llega, ya no estamos para recibirla”
(Epicuro)
Cuando llega el día y la hora en que los privilegios se disuelven y nos liberan de esa deuda contraída, el pasado se desvanece y se consume; el presente se viste de incertidumbre y el futuro perdura, dejando como legado, la sombra de aquellas vidas que se han alejado y delegaron en nosotros continuidad. Porque la vida y la muerte son inevitables; pues la muerte es cierta y natural a los hombres y la hora y el día incierta y, Dios, en su infinita sabiduría, así nos lo ha transmitido.
Señor, concédele
reposo eterno y acoge el alma de este corazón, que lleva consigo parte del
nuestro pues el día y la hora en que nos volveremos a reunir de nuevo convertidos en presencias espirituales benignas... ese día solo Tú
lo sabes.
“¿Quién me causa este dolor?
Amor.
¿Y quién mi gloria repugna?
Fortuna.
¿Y quién consiente en mi duelo?
El cielo.
De este modo, yo recelo
Morir deste mal estraño,
pues se aumentan en mi daño
amor, fortuna y el cielo.”
(Cervantes, -El Quijote-)
Aventad
mis cenizas al pie de la peña
que
besa la fuente de la Higuera,
como
cristiano que espera,
ser
algún día primavera.
***
Magnífico José. Has conseguido transmitir tal sentimiento que mis emociones están a flor de piel. Gracias por compartir.
ResponderEliminarBuenas noches,
EliminarNecesito escribirle en relación a un artículo que publicó hace un tiempo en su blog. Soy descendiente de benineros y busco a mis antepasados... por favor, ¿podría indicarme una dirección de correo a la que pueda escribirle?
Muchas gracias
pedrosanchez7999@gmail.com
EliminarMaita, ya se nos adelantó hacia el Benínar del Cielo...
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