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viernes, 21 de diciembre de 2012

LA NOCHEBUENA SE VIENE…

Belén montado por José Mª Millá Marin



Cada vez hay más personas, que manifiestan abiertamente no soportar la navidad; y es, que a pesar de ser la fiesta más familiar; la que llevamos dentro desde pequeños, y la que siempre intentamos compartir con las personas que más nos importan, por desgracia, en muchos casos queda empañada por los muchos problemas familiares como enfermedades y muertes; enfados, y las cada vez más frecuentes separaciones matrimoniales. También van en aumento las dificultades económicas, que influyen bastante en los ánimos de quienes las padecen y más concretamente llegando estas fechas.

Tengo que confesar que desde un tiempo acá, he empezado a comprender mejor a todas esas personas que por un motivo u otro no quieren oír hablar de ella.

En los lejanos días de nuestra infancia en Benínar, aprendimos a quererla porque aparte de enseñarnos su significado, nos la presentaban rodeada de todos los aderezos necesarios que hacían de ella la fiesta más entrañable y esperada durante todo el año. Actualmente, todos aquellos “ingredientes” siguen estando presentes, aunque con cambios sustanciosos como el consumismo exagerado al que hemos llegado, y el olvido en parte, del sentido religioso de la misma.

Como en nuestro pueblo la religión tenía su peso específico, la navidad se potenciaba con ella. El portal de belén que se instalaba en la iglesia; los villancicos y ceremonias como las misas de Madre de Dios; misa del Gallo; adoraciones al Niño; e incluso alguna escenificación con pastores y ángel, contribuyó durante muchos años, a darle mayor relieve.

Igual de importante era el sentido familiar que desde siempre tuvo. Y es que unos días así, si no se celebraban con la familia les faltaba lo principal. 
Aquellas reuniones en casa de los abuelos donde se juntaban hermanos y cuñados; tíos y primos de ambas familias; compadres, e incluso parientes retirados y algún que otro amigo o vecino, creaban una atmósfera acogedora y cálida que nos marcó de por vida y nos mantiene llenos de recuerdos inolvidables. 

Otro de los ingredientes era el gastronómico. Las Pascuas, ¡se tenían que celebrar como Dios manda! 
La abundancia propia de toda navidad que se precie, no podía quedar oculta en nuestro pueblo. El olorcillo a productos de la reciente matanza; a los mantecados, roscos y tortas que se escapaba por las chimeneas y se desparramaba por las calles mezclado con el blanquecino humo de las mismas, era el preludio, y anunciaba lo que darían de sí los días que se avecinaban. También las alacenas guardaban como tesoros los olorosos panes de higo, y algunas botellas de aguardiente, coñac y licores “escarchaos”, mientras en el corral, los poyos vivían ajenos a lo que se les vendría encima con la llegada de la cena más importante del año.

Ya en aquellos tiempos, tampoco faltaban los regalos para los pequeños. Las motos y coches de latón; pelotas, pitos y peonzas compradas por nuestros padres o hermanos mayores con antelación y sigilo en algún viaje a Berja o Ugijar, hacían que año tras año los niños mantuviésemos la inocente ilusión en los Reyes Magos.

Incluso el tiempo invernal blanqueando las sierras y el Cerrajón; los “escarchazos” que caían de madrugada en la vega; las ropas de invierno sacadas de arcas y baúles, o la nueva para estrenar en las mañanas de caras del reducto, o en las tardes de remolinos de la plaza, cerraban la lista de requisitos para que las pascuas estuvieran completas.
Pasaba el tiempo y la televisión nos presentaba unas navidades más modernas, pero nosotros en Benínar éramos felices, y las seguíamos celebrando de la misma manera que siempre se había hecho, o con algunos pequeños cambios.
Los que por una causa u otra marchamos a vivir fuera de nuestro pueblo, accedimos con unos años de antelación a la cara más consumista de la navidad. Por desgracia también empezamos a padecer la añoranza de todo lo nuestro en esas fechas tan señaladas, a la par que nos íbamos enriqueciendo como personas, mientras compartíamos tradiciones de familiares y amigos nacidos en diferentes partes de nuestra España.

También tuvimos ocasión de comprobar lo sosos que somos los almerienses, y más concretamente los benineros, cuando metidos en juerga, nos “medimos” con nuestros paisanos andaluces de Sevilla, Málaga o Cádiz.
Los platos típicos de cada región, las bebidas alcohólicas y los villancicos populares, nos ayudaban y nos siguen ayudando a superar la nostalgia, que cada cual sentimos de nuestro terruño.
Desde hace unos años, con la excusa de recaudar fondos para los viajes “fin de curso”, se ha puesto de moda por estas tierras una costumbre que me hace recordar a nuestra querida Andalucía.
El día 24 de diciembre, al oscurecer, a esa hora en que en todas las casas los hornos y fogones no dan abasto en la elaboración de la cena de nochebuena, y mientras el teléfono te trae las felicitaciones de los amigos que viven lejos, llama a tu puerta algún que otro destartalado y casi siempre mal “instrumentado” coro infantil, y con el desparpajo y descaro de los niños de hoy día, te piden si quieres un villancico a cambio de unas monedas. Esa costumbre del aguilando importada de otras regiones, nos trae recuerdos muy lejanos a los que somos mayores y alegran el alma en esta fecha tan señalada. 

Muy deprisa pasan los años. La Nochebuena viene y va…y hace mucho tiempo que en los corazones y en las mesas de todos nosotros van quedando huecos que nunca se volverán a llenar. Aunque gracias a Dios tengamos a niños y jóvenes que aporten alegría a nuestras familias, llega un buen día en que las ausencias pesan tanto… que hay personas a las que se les hace muy cuesta arriba afrontar esta época tan señalada del año, y es seguramente por eso cuando empiezan a aborrecer estas fiestas tan queridas e idealizadas desde siempre. 

Me temo que este año, recién estrenada la noche del 24 y mientras los amigos me estarán deseando por teléfono las mayores venturas, alguien llamará a mi puerta ofreciéndose para cantar un villancico. Seguramente no estaré para villancicos y les diré que no…O tal vez sí…Habrá llegado la alegre - triste Navidad.
Juan Gutiérrez, diciembre 2012.

2 comentarios:

  1. Juan, nuestros buenos recuerdos de antaño son los de nuestros hijos de hogaño. Por desgracia siempre va haber una silla vacía en nuestra mesa que no en nuestra memoria.
    Conservar nuestras tradiciones está en nuestra mano, si queremos recoger otras, también. Las culturas se engrandecen de esa forma.
    Recuerdo esas navidades en las que los villancicos se ponían en el tocadiscos, con sonido mono, disco Lp y a 33 rpm una y otra vez. No había casa que no tuviera botella de anís el mono con la copilla al lado. Ahora nos vestimos de boda, llegamos con la mesa puesta, nos hacemos doscientas fotos para subirlas al Facebook y nos embuchamos de cochinillo, cordero y mariscos, al terminar el banquete nos sentamos la mitad delante de la tele para ver el programa hortera de Nochebuena y la otra mitad de visita a la farmacia en busca de omeprazoles y sales de frutas para poder digerir el atracón.
    Los almerienses no somos unos sosos, ¿Cuántas veces hemos visto bailar sevillanas en Benínar? Yo ninguna, pero sí muchos pasodobles en las fiestas y holga decir que muy bien bailaos. Que toquen esa música y ya verán lo bien que baila un beninero.
    Saludos Benínar.

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  2. José M. Millá Marín, es catalán con raices alicantinas, y cada año monta unos belenes muy peculiares. En este, se puede ver un elemento muy de estas tierras, utilizado tanto en los "Pastorets" (obras de teatro referentes al nacimiento de Jesús) como en algunos belenes. Se trata de los "dimonis" que están a punto de echar a Urdangarín a la caldera en cuanto el político de turno (yo hubiese puesto a A.M.) esté bien hervidito.

    Tambien podeis ver el funicular y un edificio de Montserrat. Una caseta de viña (cortijillo) y el "cagané" que estará por algún lado escondido...

    Saludos.

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