Érase que se era: la palmera
La palmera nace cuando Dios descubre el día y pone en el cielo al sol y en la tierra, como estrella que envía..., a ella. Fue una mañana sin nubes; mientras unos rayos tibios atravesaban las rejas de palma, y una brisa serena levantaba la niebla. Vino de una tierra extraña del Oriente medio. Se establece en un altozano cuyo terraplén se extiende sobre la corriente de un río que sale de madre cuando brama el agua cuya corriente, lleva.
Corriente que
fluye por un cauce que vulnera una tierra afligida, y se funde, como milagro de
savia enamorada, con las peñas, y arrastra una vieja melodía. Corriente que
libera la sierra, y corre hacia un valle que a su vera yace el agua que brota
de una montaña que funde la nieve al sol. Agua que se despeña hasta llegar serena
al crisol del Llano.
No se entiende cómo
pudo vivir, frente a la puerta del cortijo La Vegueta. Ni se supo qué pudo
influir. ¿Sería la mano del hombre quien la ayudó a mantenerse? Lo cierto fue que, como perro vigía, siempre permaneció apostada frente a la entrada
principal. No pudo desarrollar el elegante porte de princesa del reino vegetal; como si Dios le hubiese concedido el síndrome de Peter Pan.
Se ignoraba hasta del género que era: ¿será macho o…, tal vez
hembra?, alguien pensó, mientras, la palmera, lucía cimbreando, un penacho de
afiladas hojas que interpretan con las cuerdas una partitura de cadencioso movimiento, que atrae irresistible el pensamiento.
Le era indiferente la poderosa sombra oscura que proyecta el
castaño del barranco Baena y a las esbeltas figuras de unas alejadas gemelas que
estaban junto a la carretera -frente a la calle Real-. No era un árbol donde
colgar emblemas ni de amoríos grabar, pues no tiene madera, todo lo más, un arbusto
que sueña con la arena del cercano río que a sus pies besa la pared rocosa del
tajo las Palomas.
En ocasiones, recibió con escasa continuidad, el agua procedente
del desecho familiar. No siendo gentil ni cristiana -sino pagana-, esa lluvia recibida
por la mañana, era una bendición aunque no cayera de nube, ni trepara por la
cercana acequia del haza la Vega, y fuese impura procedente de la zafa de
un muladar.
Agarrada a un suelo ruinoso de
poco alimento y dudoso porvenir, se gloriaba de su victoria sobre la tierra
morena y seca, y hundía la raíz entre los cantos de piedra que marcaban un camino
de tierra que llega al Cortijuelo. Era enemiga del frío; más bien gozaba
con el calor del estío. Apenas llegó a percibir, lo que la fatalidad perfila
como un coletazo final que da la existencia de ser.
Pese a todo,
mantuvo erguido el penacho de palmas con grandes deseos de fructificar, pues el
tronco labrado, pecado venial, matizaba la línea del horizonte coronada de
laureles que era un pecado mortal. Cada vez que un nuevo brote se abría como una
granada producía un no sé qué, que de alegría colmaba el día; porque no todos
los años salían nuevos retoños como manda su condición vegetal, dado que el
terreno y la indiferencia del campesino así lo decidió.
Ver nacer aquellos
brotes de belleza verde, era una experiencia personal que… no sé cómo explicar;
tal vez una pequeña catarsis que libera el inconsciente para seguir caminando.
Hojas teñidas de un verde melado de encinas que encierra un misterio. Hojas que
invitan a vivir el presente sin perder la magia y el encanto que tienen las
fuentes de Benínar.
¿Qué fue de la palmera datilera que pasó por la vida; desterrada señera?, ¿Porqué se la abandonó entre terrones de escombros que el tiempo reparte
con gran generosidad?, ¿Qué será de aquella exótica imagen sumergida en el valle
donde el agua borró el vestigio del ayer? El cielo, descubridor de todo,
cuando van y vienen los días, con celo, nos recuerda que la vida es un continuo
cambio de materia podrida.
No concibo la vida
sin la felicidad de ese frágil recuerdo, cuando en un despertar placentero idealizo
a la palmera. Me trae a la memoria la gente que ha nacido, crecido, y murió en
un tiempo que se aparta de mí, cuando todos vivíamos a su vera, hasta ver cómo
desaparece el pueblo que estuvo allí.
Vieja y solitaria palmera, cadenciosa y altanera, de sutil movimiento
que alegra a la vez que apena el pensamiento. No llegó la polilla a perforarte
el ombligo, ni pudo el zureo de la paloma hacer en tus hojas nido. Las abejas,
bañadas en un rayo luminoso, se retiraron zumbando al oír el lamento de tus palmas cimbreando.
Empobrecida se vio
la primavera que no pudo madurar al dátil como vio, en el Campillo, colorear el
olivar y el trigo. El verano perece desabrido si no se halla contigo. El
viento de otoño avisó tarde al invierno que se olvidara también porque ya te
habías ido. Los campos quedaron cubiertos con escarcha de brillantes que animan
la danza de las mariposas al son de la flauta que suena el pastor,
sobre florecicas silvestres de los
Blanquizales y del barranco las Coscojas.
Yo también, como en
el pasado, me alejo de ti. Sólo el correr del viento grita con desaliento y
clama al río que se enlazó contigo. Aparto de mi el ayer y despido al
mañana porque nada tiene sentido. Olvido el mirar de la amada y huyo de quien
dice ser amigo.
Si el morir te liberó de este mundo entregando cuerpo y alma en aras del sacrificio. Si tu hoja de palma sirvió de emblema algún santo, como ayuda el quebranto al llanto, oirás suspirar y elevar las quejas tanto más cuanto de mí te alejas.
Quiero perpetuar la memoria del bisabuelo Esteban, y del abuelo Celedonio con un desesperado canto y triste lamento. No soy yo quien reclame una morada, tan sólo explicar cómo eras cuando la tarde caía sobre ti, ¡Hermosa palmera! de amplio plumero y mástil ligero. Cuando tu presencia, junto al cortijo la Vegueta, alejado de la del Colón, tenía aquel plante que Dios otorga a todo lo bello para hacerlo amable
Si el morir te liberó de este mundo entregando cuerpo y alma en aras del sacrificio. Si tu hoja de palma sirvió de emblema algún santo, como ayuda el quebranto al llanto, oirás suspirar y elevar las quejas tanto más cuanto de mí te alejas.
Quiero perpetuar la memoria del bisabuelo Esteban, y del abuelo Celedonio con un desesperado canto y triste lamento. No soy yo quien reclame una morada, tan sólo explicar cómo eras cuando la tarde caía sobre ti, ¡Hermosa palmera! de amplio plumero y mástil ligero. Cuando tu presencia, junto al cortijo la Vegueta, alejado de la del Colón, tenía aquel plante que Dios otorga a todo lo bello para hacerlo amable
José Añez Sánchez (alias: Pedro Sánchez) BCN
Pura poesía al referirte a vuestro arbol familiar por excelencia. Desde siempre, al nombrar al cortijo la Vegueta, la primera imagen que venía y se viene a mi mente es la de la palmera poniendo su toque de singularidad en el lugar.
ResponderEliminarDelante de la entrada principal de mi casa, tambien había una palmera que crecía más lentamente que yo. Ella, había superado el metro y medio de altura cuando la ví por última vez.
Por lo visto, a las primas Rosario y Constanza les gustaban las palmeras.
Felíz Navidad, tambien para vosotros.
Hubo un tiempo en el que la misión de la palmera fue la de dar cobijo con su sombra y comida con sus dátiles al viajero. A Benínar llegó por el XIX y como símbolo de rareza. Árbol agradecido ya que da más de lo que recibe y su queja es el suave susurro del vaivén de sus palmas a merced del viento.
ResponderEliminarUn saludo y a la espera de más. Feliz Navidad.