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viernes, 30 de noviembre de 2012

MI MAESTRO ESCUELA

Anoche soñé que tenía cinco años. Llevaba la cabeza rapada al cero; el pantalón de tirantas; las sandalias de goma, y una cartera en bandolera hecha con un retal de tela gris. 

Bajaba de la mano de mi hermana por la vereilla las escuelas, flanqueada por grandes alcaparreras, y bordeando las albarrás de Frascorro me acercaba hacia aquella deseada y temida meta de mi vida, que era el primer día de colegio. 

Llevaba mucho tiempo observando desde mi casa el ir y venir de los niños más grandes del barrio, y preguntándome cuando me tocaría a mí, bajar aquel lugar de diversión y algarabías, en donde el griterío en los recreos anulaba al piar de los gorriones en los aleros del trasformador, o desde donde se escuchaban a través de las ventanas las cadenciosas cantinelas de las tablas, y las lecciones de geografía que las niñas aprendían cantando.

                                                         Córdoba histórica, granada bella
                                                         la hermosa Cádiz, Málaga y Huelva
                                                         con Almería, Jaén y la graciosa Sevilla
                                                         forman las ocho provicias, la región de Andalucía.


También escuchaba las del mes de mayo y las del movimiento nacional, que con la solemnidad y el recogimiento requerido, abrían o cerraban la jornada escolar mientras se “alzaba”, o se “bajaba” la bandera.


                                                         Viva España,
                                                         alzad los brazos hijos, del pueblo español
                                                         que vuelve a resurgir.
                                                         Gloria a la patria que supo seguir
                                                         sobre el azul del mar y el caminar del sol.


No conocí la de la plaza como tal, pues comenzé en las “nuevas” que me parecieron inmensas con sus seis ventanas (tres en la clase de las niñas, y las otras en la de los niños) por donde entraba el “solecico” en invierno, iluminando al Crucifijo, al cuadro de la Virgen, y a los retratos de Franco y José Antonio.


Los mapas también destacaban sobre las blancas paredes… y los viejos pupitres y bancos manchados con el azul de la tinta que se hacía con agua de la acequia y unos polvos, desentonaban un poco en aquella nueva y luminosa estancia. También disponían de retretes, cosa inusual en nuestro pueblo a mitad de los años cincuenta. 

Seguramente, los lloros de algún cortijerillo en aquella mañana otoñal, nos contagiaron a unos cuantos de los nuevos que terminamos “embarracaos” y mirando con ojos muy abiertos hacia aquel señor con gafas, del que habíamos oído contar a los mayores unas “terribles historias”, sobre los métodos que empleaba para mantener el orden, y para que “entrase la letra” en las jóvenes y duras cabezas de los chiquillos. 

Los primeros días pasaban con la rapidez de un momento mágico o con la lentitud de una tortura. Pronto comprendí que había que acatar el estar en silencio, sentado en los últimos bancos y escuchando las enseñanzas impartidas por D. SALVADOR. No fue fácil asimilar tantas cosas y en tan poco tiempo, por la mente de una criatura de cinco años que se separaba por primera vez de las faldas de su madre.



A la par que maduraban en la vega las “granás”, membrillos, caquis, “azafaifas”, almecinas… y las chirimoyas en el huerto de Loretico, también cambiaban de color de tanto manosearles, los “tesoros” que diariamente porteaba en mi cartera. No llegué a tiempo de la pizarrilla y el pizarrín; por eso, la cartilla Rayas Primera; la libreta; el lápiz y la goma Milán (cuyos olores quedaron “archivados” en mi mente), maduraban en mis manos y empezaban a tener otro significado cuando aprendía las bocales, o llenaba los renglones con infinidad de palotes “torcíos”. 

Pasaron los meses y los cursos… y un buen día, yo también comenzé a “cantar” las tablas.


Las cartillas “Rayas” habían quedado atrás, y la enciclopedia Álvarez que había costado un dineral, era la fuente donde calmaba la sed de aprender propia de todo niño, incentivado por las calificaciones que nos ponía D. Salvador en el cuaderno.


El lápiz rojo utilizado para tal fin, era como un “cetro justiciero”, o una “barita mágica” que impartía castigos, o abundantes bendiciones. Había tres maneras de calificar: con una letra; con todas las letras, e incluso añadiendo el muy… 
Regular, bien y muy bien en positivo; y mal o muy mal en negativo, rubricaban en rojo nuestras “cuentas”, dictados o ejercicios de redacción.

No había que ser muy observador para darse cuenta de que aquel señor que inspiraba tanto respeto, cuidaba al máximo su higiene, y hablaba educadamente pronunciando y vocalizando cada una de las frases y palabras; no solo lo hacía cuando corregía la lectura del Quijote a los mayores, o cuando con infinita paciencia enseñaba a los pequeños a enlazar las primeras frases como el famoso: “mi mamá me mima”.Consciente del ejemplo que tenía que dar, “ejercía” las veinticuatro horas del día los trescientos sesenta y cinco días del año; y no “bajaba la guardia” cuando subido en la borriquilla con su sombrero de paja se dirigía a Cintas o al “haza Limón” a trabajar y supervisar a los peones; ni cuando hablaba con la gente a la salida de misa los domingos; o… cuando al pasar por la calle Ancha lo veías en su taller de carpintería haciendo “bricolage” y juguetes para sus hijos, los cuales compartíamos muchos niños del pueblo.


En mi sueño de anoche estaba mi MAESTRO. El que vino de Dalías y enraizó en Benínar; el serio y severo; el simpático y gracioso; el educado al que le hacíamos perder los nervios; el servicial que iba a Almería a buscarnos la “leche en polvo, el queso y la mantequilla” de los americanos, pagando el trasporte de su bolsillo; el que cuidaba de los pequeños y enseñaba las raíces cuadradas a los mayores; el que cuando “tirábamos los “papelicos a la mar” al finalizar el curso, no nos dejaba lanzar al aire los que caían al suelo, para que no nos “escalabrásemos” con una piedra cogida sin querer… y el que me enseñó a leer y escribir; a comportarme bien, y todas las cosas que un niño debía saber… hasta que marché sin haber cumplido los doce años. 

En estos tiempos que corren, cuando los métodos de enseñanza han cambiado tanto, y en donde el fracaso escolar y el poco respeto hacia los docentes pone de manifiesto que algo está fallando, quiero rendir este humilde homenaje al que fue mi maestro: D. Salvador Callejón Miguel. 

Juan Gutiérrez, Noviembre 2012.

5 comentarios:

  1. Hace sólo unos días, el 21 de noviembre, don Salvador cumplió 101 años.
    Me hubiera gustado sentarme delante de él y preguntarle por las generaciones de benineros a los que enseñó, ver la cara de orgullo que ponen los maestros cuando hablan de sus antiguos alumnos. “Ese era un cabeza rota”… “aquel habría llegado muy lejos, si hubiese tenido dinero para estudiar”… Al igual que los alumnos, los maestros también tienen sus anécdotas.
    Cada maestro deja una semilla en nosotros, si la regamos con la lectura germinará y llegará a convertirse en árbol, de sabiduría.
    Estés donde estés, aunque sea con unos días de retraso, feliz cumpleaños don Salvador.

    Saludos Benínar.

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  2. A pesar de q yo nunca fui a la escuela en Beninar cuando leo algo asi, siento nostalgia y recuerdo perfectamente a todas mis maestras, hay dos q dejaron huella en mi.

    Juan cada dia te superas, felicidades. Q gracia me ha hecho ver esos libros q yo tambien estudié y tu foto vamos...esa no tiene desperdicio jaja!!!!menudo pelado!!!

    Un saludo. Isabel Mª

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  3. Dicen que la infancia es iluminada y transcurre entre sonidos, olores e imágenes, antes de llegar a la edad oscura de la razón donde el adulto, ya cansado, se ha hecho de pensamientos, emociones y conductas pero... sin desengancharnos del todo de ese niño que llevamos dentro al que unas veces obedecemos mostrando sin tapujos las alegrías y otras lo inhibimos para que no revele los traumas de la niñez.
    Porque el pasado es nuestra realidad, sin él ¿dónde estaríamos ahora?

    A través de estos pequeños relatos intercambiamos las anécdotas e historias que hemos vivido las diferentes generaciones. Los hechos que han ocurrido han sido iguales o muy parecidos, sólo cambian las emociones que percibimos cuando los contamos.

    Los míos eran inviernos en Súria y veranicos en Benínar para ver como lloran los ojos del puente cuando pasaba, a veces tranquilo, otras embravecido, la corriente del río.

    Era verano, cuando gozaba de esos felices estíos, en aquellas aulas que otros habían dejado. Ahora con la capa de tierra que cubre nuestra vejez ¿a quién se la dejaríamos cuando abandonamos los pupitres rayados con tinta de nuestros recuerdos?

    Para esos niños y esa infancia que llevamos dentro, este cuento tal y como a mí un día me contaron:

    "Había una vez un niño que soñaba con reducir el mundo a la lógica pura. Como era un niño muy inteligente lo consiguió. Cuando hubo terminado, se quedó admirando su trabajo. Era precioso. Un mundo limpio de imperfecciones e indeterminaciones. Una infinita extensión de hielo brillante hasta el horizonte.

    Entonces el niño decidió explorar el mundo que había creado. Dio un paso adelante y se cayó de espaldas. Había olvidado la fricción. El hielo era liso, llano y sin manchas, pero no se podía andar sobre él. El niño listo se sentó y lloró amargamente. Pero con el tiempo se convirtió en un anciano sabio, y comprendió que la irregularidad y la ambigüedad no son imperfecciones, sino que son lo que hace que el mundo gire. Quería correr y bailar. Y todas las palabras y cosas desparramadas por el suelo eran ambiguas y estaban abolladas y deslustradas.

    El sabio anciano entendió que las cosas eran así. Pero algo en él seguía echando de menos, el hielo, donde todo era radiante, absoluto, implacable. Aunque le acabó gustando la idea del terreno irregular, no podía vivir allí. Así que se vio abandonado en una isla entre la tierra y el hielo… ajeno a ambos.

    Y ésta era la causa de sus penas".

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  4. Me ha sido imposible encontrar una buena foto de D. Salvador; por eso, estoy encabezando el escrito con tan pocos años, pues todavía no estaba en la escuela cuando hicieron esas fotos en la pared de la iglesia.

    Saludos.

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  5. Quiero dar las gracias a Indaloxes por haber "retocado" las fotos. Sobretodo en la que aparece D. Salvador, pues del modo en que la pusimos nosotros, quedaba tan pequeña que era imposible identificar a nadie. Gracias Paco.

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