La Primera Parte de “La Casa de Paco Roda” estaba
dedicada a la descripción de la fachada, el interior de la casa... y, en esta
Segunda, me voy a referir a mis recuerdos de la actividad que se realizaba en
la parte posterior, que daba a otra calle, concretamente a la Placeta donde yo
vivía. La historia de un pueblo está hecha de juntar las
anécdotas individuales y los recuerdos. No se puede volver a vivir o hacer que
reviva lo vivido por los demás si no se cuenta.
LA
FACHADA POSTERIOR DE LA PLACETA
La
casa de Paco Roda no tenía fachada posterior sino que daba a las traseras de
otras casas, como la de mi tía Emilia y la de Pepe Roda. Lo que pasa es que a
nivel de la planta baja se metía en la casa de al lado que era de Antonio el de
Carmen Roda y de Clemencia la de Juan Sánchez, con una habitación alargada que
llegaba hasta la Placeta y la usaban de corral. Es lo que se llama un
“engalaberno”, o sea, la parte de una edificación que no se encuentra dentro de
los límites de la finca que le corresponde sino que se introduce en el inmueble
de la parcela colindante. Esta situación era frecuente en Benínar, donde muchas
edificaciones se acoplaban unas en otras solapando sus espacios.
Esa
habitación engalabernada era la cuadra, que daba su puerta a la Placeta en
frente de mi casa. En la misma tenía Paco Roda dos burras que se llamaban
Golondrina y Lucera. Todos los días las sacaba para ir a trabajar y yo me
asomaba a mi ventana al sentirlo, porque se cabreaba con ellas y les daba
voces; unas veces porque se les escapaban del corral nada más abrir la puerta y
otras porque no se estaban quietas cuando las aparejaba. Le preguntaba a mi
padre -¿por qué les da tantas voces?, y él me respondía siempre: -porque no le
obedecen. Había días en que Paco se pasaba la jornada entera yendo y viniendo,
cargando el cerón a espuertas cuando sacaba el estiércol.
Una
curiosidad es que Paco Roda, una o dos veces al año, preparaba las bestias y se
iba a sacar el estiércol del corral que había en el Cortijo de los gitanos. No
sé si es porque era él el dueño y tenía derecho a sacarlo a cambio de permitir
la estancia en el mismo, o porque existía algún otro trato con Miguel, que
tenía siempre unas cuantas cabras que hacían estiércol. Eran las que le servían
para el trapicheo de comprar y vender para procurarse el sustento de la
familia. ¿Quién sabe por qué Paco Roda
sacaba aquel estiércol? ¿Era porque el Cortijillo de los gitanos le
pertenecía?.
Paco
Roda llevó siempre una vida más bien austera, como la demás gente del pueblo, y
no se le veía andando y desandando calles, en fiestas y en celebraciones, sino
que día a día aparejaba las burras para la ocasión en una frenética actividad
que le hacía trasponer a la vega, jornada tras jornada mientras duraba la
claridad del día, de sol a sol, unas veces con el cerón y otras con los
capachos, los canastos, los arados, los palos de balcinar, las angarillas, las
aguaderas, etc., según tocara, en un típico pueblo andaluz, como era Benínar,
lleno de gente sencilla y acogedora cuya principal fuente de ingresos era la
agricultura. Siempre iba a lo suyo y si se detenía con alguien era para hablar
del trabajo, de la labor, de si tocaba regar o recoger tal cosecha...
Si
tenía algún momento de ocio era cuando salía al oscurecer, en la calle Ancha
junto a la puerta de su casa, con su boina en la cabeza y la chaqueta de pana
echada sobre los hombros, de la que sacaba para liar un cigarrillo que luego lo
encendía con un viejo mechero de yesca, que para prender aquella torcía
anaranjada con pintas negras había que acercarla a donde salían las chispas y
darle con el filo de la mano a la ruedecilla varias veces. A continuación se le
soplaba y la punta de la torcía se ponía como un ascua, pero nunca se hacía
llama. Para apagarla bastaba con hacerla retroceder dentro del tubo, tirando de
ella por la parte inferior, y taparle el aire durante un momento con el dedo.
Los yesqueros tenían dos tubos unidos en paralelo, uno mas gordo donde se introducía
la mecha y el otro delgado que contenía la piedra. En el extremo de este último
estaba la ruedecilla que era dentada. A la torcía se le hacía al final un nudo
gordo de tal arte que no se le notaba donde estaba la punta. Siempre nos
mandaban a los niños a comprar un librito de papel de fumar o una piedra de
yesquero y a cambio nos dejaban experimentar con el yesquero, haciendo salir
las chispas. Nos pasábamos de rosca, cuando, sin querer, movíamos el tornillo y
salía un muelle que tenía disparado, juntamente con la piedra, teniendo que
pasar un rato buscando ambas piezas en el suelo.
Segruidamente
os voy a relatar la experiencia de un viaje que tuve ocasión de realizar con
Paco Roda a Granada a propósito de que habían adquirido un piso y se desplazó a
hacer algún trámite. Se vino conmigo en mi coche por ese largo camino que sube
por Turón y recorre la Contraviesa y mi mayor preocupación era de qué íbamos
hablar durante tanto tiempo. Pero la realidad es que se me pasó el viaje
volando porque descubrí a un hombre que no era como yo creía, siempre cabreado
que daba miedo, sino dicharachero, ocurrente y con cierto desparpajo para
contar historias. Me di cuenta que Paco Roda siempre llevaba puesta una sonrisa
que le daba a su cara una cierta luminosidad; sonrisa no de esas enseñando los
dientes, sino como tímida. ¡Fijarse y veréis como es verdad, todos los que
tengáis ocasión de mirar una foto suya!.
Me
contó como era la vida antiguamente en las cortijadas por donde pasábamos y se
sabía los nombres de todos aquellos parajes. Al llegar a un cortijo bodega que
hay junto al cruce de la carretera que comunica con Murtas, dijo que allí había
ocurrido antiguamente una tragedia cuando se le fueron los frenos a un coche
que tenían aparcado y pilló al novio de la hija del dueño, que era un joven
médico y había venido un domingo a visitarla. Llegando a Órgiva se refirió a
donde estaban los frentes durante nuestra pasada contienda, los de un bando en
la bajada desde la Sierra de Lújar, y los del otro en los olivos cercanos al
pueblo. Dijo que la guerra en aquel lugar fue muy dura y cruel. Pero lo que más
me impresionó fue lo que me contó de su vida cuando estuvo en Cuba, creo que se
le saltaron las lágrimas como si siguiera enamorado de aquella tierra. Lo que
más le maravillaba era lo productivo que era el campo. Ya sabéis que los
caminos en nuestra zona son muy secos y no crece nada en los mismos, pues él me
puso el ejemplo de que ponías allí una mata de boniato en un camino y crecía y
echaba fruto sin ni siquiera regarla. Yo le miraba de reojo, mientras conducía,
y vi como movió las manos como si en ese momento estuviera haciendo un nudo en
un tallo de la planta de boniato, hacía el hoyo y lo enterraba para sembrarlo
con una azadilla.
Los
últimos años fueron difíciles y Paco Roda seguía llevando su labor adelante,
pero a otro ritmo, porque ya podía menos. Estaba delgado como prácticamente lo
había estado siempre y fuerte, que parecía hecho de acero. Caminaba con los
típicos pasos de una persona mayor, pero tan vivos eran sus ademanes, que a
cualquier lugar donde iba parecía que le esperaban con urgencia. Lo malo es que
nadie estábamos preparados para el momento de abandonar el pueblo y eso hacía
mella especialmente en la gente mayor como él, que en el fondo deseaban no tener
que pasar por ese trance. Fue una tarde en que se encontraba en los Majalones,
reflexionando al abrigo de un balate al que daban sombra unos olivos, donde
tenía un huerto con los tomates, pimientos, berenjenas, etc. cuando debió darse
cuenta que había llegado su hora y echando una última ojeada a la labor, se
cargó la sulfatadora sobre la espalda y se encaminó hacia el pueblo casi
arrastrando los pies, con pasos menudos y lentos. Dudaba si llegaría, pero
reuniendo fuerzas pasó al Cajorrillo donde la acequia cruzaba rebosante, de
bote en bote, al mismo tiempo que un aire movía las hojas de los parrales, en
tanto que el sol perfilaba los cerros que había por encima del pueblo y las
sombras recortaban decididas los espacios de luz. Y cuando dio vista ala carretera,
la ermita y la panorámica de Benínar que desde allí se ve, lo último que
contempló porque no podía más, tuvo que prdirió ayuda a Encarnación y Antonio
Fernández, que lo sentaron en una silla a la entrada de su casa y no dio tiempo
para más. Nunca volvieron a oírse sus palabras, una leve inclinación de cabeza
y la sonrisa de siempre. Sucumbió a la vida con la misma discreción que había
vivido y allí mismo cayó bajo el manto de la noche.
Como
había oscurecido, todos los que volvían de la vega se iban parando y
contribuyeron a difundir la noticia. Pronto un gran gentío se había
arremolinado en la puerta, entre los que se comentó que Paco Roda fue una gran
persona y muy trabajador, de lo que era buena nuestra que todo lo había dejado
arado, sembrado, regado y sulfatado.
EL
GALLINERO
Para
terminar una foto en que se ve la vista que desde mi casa tenía el gallinero
tan hermoso de la casa de Paco Roda en el terrado. Hubo un tiempo, cuando no
existía ni tele, que la gente de Benínar nos acostábamos y nos levantábamos
como las gallinas, o sea, al anochecer y, cuando el gallo de gallinero decía
kikirikiii, quería decir que iba amanecer y había que prepararse para dejar la
cama; ya que al campo se salía temprano para realizar la mayor parte del
trabajo con la fresca, antes de que llegara el grueso del calor del mediodía.
Nosotros oíamos y nos regíamos por el gallo del gallinero de Paco Roda, que lo
teníamos en frente.
Supongo
que a Paco y a Mª de Gádor les agradará verlo (es el que tiene las ristras de
pimientos rojos, porque cuando se hizo la foto, en los últimos años, ya habían
quitado las gallinas) y a todos nos encantará contemplar el paisaje urbano y
rural que perdimos hace treinta años bajo las aguas.
También
quiero que os fijéis en la mujer de la fotografía que es Pepa la del Cartero.
Todos los días lee lo que ponéis sobre Benínar, porque le encanta y eso le
ayuda a mantenerse. En la actualidad se encuentra prácticamente igual, si cabe
está más señorica y, cuando va a arreglarse a la peluquería, viene de guapa que
parece que siempre ha vivido en la capital. A sus 97 años recién cumplidos,
todavía es la primera que se apunta a ir al huerto a quitar hierba y hacer lo
que haga falta. Otro día pondré una foto de como se encuentra ahora.
Manuel
Maldonado
Me encantan tus relatos Manuel. Me pasaría los días leyéndolos y no me cansaría, es que se vive tu narración, es ligera, amena, sencilla y muy entrañable. Por eso te doy mi enhorabuena y te pido sigas deleitándonos con tus historias que no tienen de sobra ni una coma.
ResponderEliminarSaludos a tu madre, hermana y para ti un abrazo. Juan
También me uno a los elogios que hace Juan. La descripción, además de poética nos enriquece con el vocabulario de la zona.
ResponderEliminarCasualmente, a esta segunda parte de la casa de Paco Roda, le puedo añadir (como en la primera)que sé a quien pertenecía el cortijo donde vivían los gitanos de Benínar. Era de mi bisabuela Loreto Pérez (a quien cariñosamente llamábamos Mateto). Se lo cedió a ellos gratuítamente y, tal vez, por ese motivo, Paco Roda tenía derecho a cargar el estiércol que producían; pues Mateto era abuela de su mujer, Clemencia Sánchez y de mi madre Dolores.
Es importante que hayan más personas, como Manuel, que se decidan a contar pequeñas anécdotas del pueblo. Entre todos podremos ir enlazando los hilos y tejer nuestra pequeña historia del desaparecido e inolvidable Benínar.
Juan y Pepe:
ResponderEliminarOs agradezco las palabras que me dedicáis.
Vosotros si que sois apañados y se os nota lo que queréis al pueblo.
He leido las aportaciones que hacéis, de datos sobre el tema, tanto a la primera parte como a la segunda. Me parece muy oportunas e interesantes.
Juan parece que paco Roda, como tu dices, se enamoró de Clemencia desde que ella era muy pequeña.
Pepe, me suena "Mateto" aunque no estoy fijo si yo la conocí. Tu bisabuela creo que caminaba por el pueblo siempre con el mantón en la mano y a ella es a la que dedican la estrofa de la canción del avión que dice "la mujer del albañil, con el mantón en la mano, ha tirado por el Carril, con dirección para el Llano".
Un abrazo para los dos,
Manuel Maldonado
Manuel: Para empezar y después de felicitarte de corazón, el Juan del primer comentario no soy yo. Podría ser un Juan que tienes muy cerca??
ResponderEliminarEs muy agradable llegar en lunes y encontrarse en "nuestra Plaza" con cosas como esta, que nos hacen revivir mucho de lo que casi teníamos olvidado por el paso de los años.
Si me emociono con la descripción de la vega, pagos o alguno de nuestros cerros, cuando se habla de alguna persona que convivió con nosotros en el pueblo (y que hacemos pocas veces...por respeto, y por temor a que se nos malinterprete), la emoción es doble como doble o triple es el valor de cada uno de nuestros paisanos.
Es por eso, que el retrato que haces de Paco Roda (padre) llega muy adentro. Si alguien que te lea no llegó a conocerle, con tu relato se hará una fiel imagen de esta persona respetada y querida por todos.
Todas las cosas que has escrito y has compartido en el blog son muy interesantes, pero esta vez te has superado; has puesto más corazón... y eso se nota. Felicidades.
Inevitable el recuerdo para Clemencia, María de Gador y Paco. Igualmente para toda tu familia y muy especialmente para tu madre.
Un abrazo para todos.
Que bonito.
ResponderEliminarEste Paco Roda y su mujer Gador Rodrigez.tuvieron dos hijos Antonio Roda Rodríguez y Juan Roda Rodríguez .yo soy hijo de Antonio Roda .pues Paco Roda Eran mis abuelos.yo nací en Viladecans.Barcelona.pero me acuerdo de mis raíces.
ResponderEliminarY yo lo corroboro Francisco Roda, allegado de la antonio de familia lejana de Turón
ResponderEliminarSi como dices todos estos pueblos del contorno se enlazan con este apellido Roda de la antigüedad asta los presente.y si an ido espaciendo con los años por toda la península y incluso mundial mente
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