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viernes, 3 de agosto de 2012

Los días de “blanqueo” para San Roque

En Benínar, el “blanqueo” cumplía la doble función de embellecer y mantener la higiene en las viviendas, y no se limitaba solo a la acción de “encalar”; todos los muebles y enseres recibían una limpieza a fondo y se les hacía el “mantenimiento” anual. Por regla general, se solía hacer para dar mayor realce a las fiestas en honor a nuestro querido Patrón, que puntualmente llegaban todos los años en plena canícula de Agosto.

La principal materia prima empezaba a cocerse (nunca mejor dicho) muchos meses antes en alguna de las diferentes caleras o “calerínes”, que había distribuídas por diferentes zonas del término municipal. Las había al lado del río; en el Cucanal; en el barranco las Coscojas; por el cortijo Doña Luisa; en el ramblizo debajo de la caseta…

Debajo de los Blanquizales y al lado del río, tuvo una Faustino. Hasta allí llegaban muchos haces de las hermosas abulagas que crecían en el Cortijuelo, trasportados a las espaldas de sufridos jóvenes y no tan jóvenes, para mantenerla encendida cinco o seis días hasta que las piedras se convertían en ascuas como el oro. Era entonces cuando se ahogaba la calera. En espera de futuros compradores forasteros o del pueblo, a veces se le hacía un techo con cañizo y launa, para que las posibles lluvias no apagasen la cal viva.

Se producían dos clases de cal: la cal blanca hecha con rocas calizas, era la que se utilizaba para blanquear las viviendas.

La cal negra se obtenía al someter a altísimas temperaturas en el calerín, a las piedras que se barrenaban de las rocas, o las que se cogían en el mismo lecho del río, siempre y cuando no estuviesen compuestas por hierro o plomo. Esa clase de cal, se utilizaba única y exclusivamente para la “mezcla” empleada en la construcción de viviendas, murallas o balates de gran envergadura.

Bajando por el río y pasado el “Tajo las Palomas”, antes de la fuentecilla del Cejór y enfrente del cortijo de Juan “el Cano”; Pepe “el Huérfano” tuvo en tiempos tres caleras. La leña para alimentar los hornos, se obtenía fácilmente en los “repechones” de los tajos del Cejór, donde se cortaban los arbustos y matojos con sierras, y aprovechando el desnivel se lanzaban hacia abajo.

Haciendo cal de forma tradicional. Filmado en celuloide en 1969 en S'Avall de Ses Salines- Mallorca.
En Benínar era similar.

Por encima de la revuelta de la Mecila al lado de una higuera, en su tiempo, también hubo una calera.

Otra, en el Ramblizo debajo de la caseta, aprovechando unas rocas calizas que había justo al lado.
Entre la balsilla “La Quica” y el “Cortijo doña Luisa”, cuando se echaba la que había en aquella zona, los hermosos espinos que crecían en aquellos cerros, venían “ni que pintaos”.
Antonio Vitoria tuvo dos en la zona del barranco “el Llano” y-o del barranquillo las Coscojas. Haces de leña procedentes de las Lomas rodaban por las laderas hacia el barranco, facilitando el trasporte a los sufridos leñadores.

Los dueños de las caleras vendían la cal “viva” y lo primero que se hacía al comprarla, era “apagarla” en las cámaras de las casas o en sitios bien ventilados; para ello se utilizaban recipientes de arcilla (orzas, o cántaros rotos) y se llenaban de agua, en la que se introducían con cuidado las piedras de cal. Al contacto con el agua se deshacían poco a poco produciendo un hervor y desprendiendo gases durante horas. A los pocos días, la cal se “asolaba” y quedaba una pasta blanca homogénea (si no había alguna piedra con “veta” que la oscureciera un poco). Por encima de aquella pasta, quedaba una “agüilla” amarillenta que se cristalizaba, y que los niños, pendientes de todo el proceso y advertidos con que podíamos quedarnos ciegos si cometíamos alguna imprudencia, agujereábamos con algún palillo, y que al día siguiente había vuelto a cristalizar.

Las mencionadas caleras, y otras que en uno u otro momento funcionaron en la zona, abastecían temporada tras temporada las necesidades de un pueblo que mantenía aquello de: ¡por lo menos una vez al año!
También una vez al año desde finales de los cincuenta, (seguramente estando de ministro de información y turismo D. Manuel), “Moñico” con su trompetilla, anunciaba por las esquinas a todos los vecinos del pueblo: por orden del señor alcalde… Se hace saber… Que en el plazo de un mes tienen que estar blanqueadas todas las fachadas de las casas y las tapias de los corrales!!... El cementerio, escuelas y viviendas de los maestros, así como el ayuntamiento, la cárcel (y puede que la ermita) corrían a cargo del municipio.
Naturalmente que en aquellos años se hizo necesaria una producción extra de cal, que muchas veces llegaba desde los pueblos vecinos.

Los artilugios que se inventaban para blanquear las fachadas, a falta de largas escaleras, eran de lo más variopintos: las escobillas atadas con “tomizas” a  cañas dobles para llegar hasta los aleros; escaleras “encaramás” a viejas mesas; antiguas máquinas de “asulfatar” etc. ayudaban a  llevar con éxito la labor, aunque casi siempre quedara más blanco el “empedrao” de la calle, que la propia pared.
Escobilla para encalar

La llegada de un “avispao blanqueaor” con herramientas adecuadas, solucionó muchas “papeletas” y el pueblo resplandecía durante todo el verano y gran parte del año.

 

Ahora le tocaba al interior de las viviendas…

El “zafarrancho” que se producía en todas las casas, era  como un “ritual” que había pasado de generación en generación. Si siempre había que mantener las casas en “perfecto estado de revista”, barriendo, fregando o rociando; dándole a los “bajillos”, “esconchones” y cenefas un par de veces  a lo largo del año, en verano se hacía con calma, y se le dedicaba dos o tres días.

De repente, una mañana de vacaciones te “echaban de la cama” más temprano que de costumbre, y te encontrabas con una casa irreconocible. Los muebles amontonados en el portal o en los pasadizos; las paredes desnudas de cuadros y espejos; los bazares huérfanos de  las coloreadas “fuentes” y objetos de vidrio antiguos, heredados de las abuelas…

La casa parecía mucho más grande, y las habitaciones vacías, respondían a nuestras palabras con un eco al que no estábamos acostumbrados.

Los niños nos sabíamos de memoria como desmontar nuestra vieja cama de hierro, y empezábamos por las “perindolas” o barras de cobre; quitábamos los flejes o las colchonetas; los largueros, cabezales y espaldares… Mucho más fácil era plegar los pesados y pintorescos catres que había en algunas casas del pueblo.

Normalmente, el “blanqueo” lo hacían las mujeres de la familia, pero había personas que por razones de edad y si no tenían hijas jóvenes que les ayudasen, encargaban dicha labor a las “blanqueaoras”  (mujeres muy “apañás” con la escobilla) que de esa manera sacaban su sueldo yendo de casa en casa.
Poco a poco, las paredes y techos de las casas cambiaban de color, pues era frecuente añadir un poco  de “azulete” en la cal para algunas habitaciones; también polvos de almagro (marrón rojizo) u ocre en las cámaras, zócalos o rincones donde estuviese la cocina. Aquellos colores oscuros, hacían resaltar el blanco de las chimeneas, poyos y cantareras hechas de obra.

Mientras, otros miembros de la familia fregaban con ceniza, arenilla y limón, los objetos de cobre que adornaban las camas, así como los braseros, “almireces”, peroles, chocolateras y perolas del mismo material que adornaban las paredes de muchas casas.

Hasta las acequias o la ramblilla, se solían llevar las mesas de madera de las cocinas, y las sillas de “anea” (tanto las altas, utilizadas para comer en la mesa, como las bajas, para comer las migas). El estropajo obtenido al deshacer algún trozo de soga de esparto vieja y la “sosilla” hacían milagros…
Al mobiliario más “noble” como cómodas, baúles, arcas; así como las vigas de madera, puertas y sillas de “baqueta”, se les “daba una mano” con aceite de linaza, para potenciar aquel color oscuro tan “señorial”.

Cardando lana tras lavarla en el río
Incluso la lana de los colchones, se había lavado en el río días antes en grandes canastas para no perderla; una vez seca se “abría” o se “cardaba” con dos cañas.

En un par de jornadas la casa volvía a la “normalidad”, y parecía distinta por el cambio de color y por aquel peculiar olor a limpio que se mezclaba con el de la cal y los aceites.

Las bombillas forradas con papel de seda de colores, los hules nuevos en la mesas camillas, las “piristras” y cintas en los rincones o encima de pedestales con tapetes almidonados, ponían la “guinda” y todo quedaba…  “a  punto, para celebrar San Roque por todo lo alto”.

Juan Gutiérrez, Julio 2012.

6 comentarios:

  1. Excelente tu comentario tocayo, acabo de leerlo y me parece como si hubiera visto una película, no te has dejado atrás nada importante, si acaso un detalle que a mi me llamaba mucho la atención: era cuando sacaban las camas a la calle y las quemaban con papeles para matar a los bichitos que se habían metido por las rajas de la colchoneta de madera, después las fregaban hasta con agua caliente y quedaban super limpias, y ya hasta el próximo año.

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  2. En este tiempo en Benínar el pleno empleo.
    Ya la paja y el grano tenían que estar en el pajar y en los atrojes.
    En plena recolección de las almendras. Aquellas chicharras incansables.
    Los huertos en plena producción y por ello, llenar los capachos para ir a vender a los pueblos cercanos.
    La confección de los vestidos nuevos para estrenar en las fiestas.
    Ir a la vega a por brazaos de hierva puesto qué, los corrales estaban repletos de conejos para comer estos días.
    En este tiempo es cuando se recolectaban los garbanzos en plena madrugada, la humedad de la noche (en agosto refresca el rostro) la mata del garbanzo estaba flexible y cuando le daba el sol se rompía por completo.
    La Puerta de la Ermita parecía la entrada de un hormiguero, donde todas las hormigas llegaban cargadas para la casa.
    Las hormigas de las eras también estaban haciendo su agosto buscando los granos desperdigados para llenar ellas sus atrojes.
    Los pastores en la sierra y por ello los secanos y la vega estaban en silencio sin el sonido de los cencerros.
    Juan tus escritos nos cargan las pilas del recuerdo.

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  3. Hola Juan:
    Ya sabes que todos en casa somos asiduos lectores de lo que se escribe en Plaza Benínar y nos ha gustado mucho tu relato. No sólo nos has hecho revivir las imágenes, sino también los sabores y olores de aquellas limpiezas. De aquellos estropajos de esparto que salían desenredando un ramal viejo. Recuerdo a la gente del pueblo blanqueando dentro y fuera de las casas. Aquella escobilla que se ataba a la punta de la caña para llegar a lo alto de la fachada.
    A última hora venían a vender la cal de otros pueblos. La anunciaban diciendo !cal blancaaa¡.
    También venía un blanqueador de Darrical que usaba una sulfatadora para blanquear las fachadas.
    Te voy a dar la noticia, para tí y para otros que lo conocían en Benínar, que el día dos de este mes ha fallecido D. Fernando Peinado, a los 90 años de edad.
    He visto la esquela en el periódico y cita a los hermanos (no a todos, por lo que creo que tan sólo los que actualmente viven), entre los que está D. Jesús. Pero no nombra a la hermana Rosarito (¿habrá muerto?).
    Bueno, un abrazo para ti y el resto de la familia.
    Manuel Maldonado

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  4. Un bonito relato bien estructurado.

    Si aún existiera Benínar, se hubiese podido filmar todas y cada una de las labores que allí se realizaban, amen de los lugares y las personas que vivieron y se describen en este artículo, pero... con otra banda sonora.

    Se añade a los anteriores, ya publicados, para enriquecer la memoria del pueblo y enseñarnos la importancia, una vez más, de conservar la memoria, bien en imágenes, bien en escritos, (así no formaremos parte de esas tribus subsaharianas, cuya historia narrada se transforma en leyenda generacional por carecer de escritos).

    Éste nos recuerda, de nuevo, y nos enseña el vocabulario y la expresiones tan propias del pueblo para enriquecer el diccionario que alguien está recopilando.

    Espero el siguiente todo el que pueda aportar,que como tú, haya visto y vivido tantos oficios que hay que rescatar aunque sólo sean para mostrarlos al resto de los que no lo hemos visto.

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  5. Beninar tiene una historia singular, Benínar de cada momento vivido, de cada sitio, de cada persona hay narraciones que aun se podrian contar, Juan de cada cosa hace como si fuera en el momento vivido.
    Animaros, contad cada uno la historia que recuerde que seran muchas y de muy buen agrado.
    Para eso esta Plaza de Benínar, para sacar a la luz las muchas historias de nuestro pueblo.
    Pazzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzz

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  6. Celebro que os haya gustado mi narración, y que hayais recordado un montón de cosas.

    Amigo Manuel, la otra noche, al leer la noticia de la muerte de D. fernando me que dé muy sorprendido. Hace un par de navidades (cuando os visité en Granada) visté a D. francisco y tambien a los hermanos Peinado; era una visita que tenía pendiente desde hace muchos años y cuando estaba en Granada siempre se me pasaba por alto.

    Los Peinado (una institución en Granada) y concretamente D. Fernando, Jesús y srta. Rosario (fallecida hace unos tres años) fueron muy importantes en la vida de un buen puñado de beninerillos, entre los que nos encontramos tú y yo.

    Es raro que Adolfo no me haya dicho nada; seguramnte no se habrá enterado.

    Espero que pueda poner el comentario, pues la otra noche no se me colgó.

    Un abrazo para todos y un beso muy grande para tu madre.

    Juan Gutiérrez.

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