¿ A que es bonita esta primera imagen incluida en la “2ª Exposición Fotográfica Benínar en el Alma 2009"?. Mi felicitación a su autor/a que ha sabido captar de manera inigualble, no solamente el físico de grandes y pequeños, sino también su ternura y forma de ser. Esas caras, esas miradas nos transportan al pasado, allí donde todo era mejor...; pero, no se trata de retroceder en el tiempo, sino de alegrar el presente con estos gratos recuerdos. Está hecha la fotografía, seguramente en una tarde luminosa de invierno, en la terraza de la casa de Pepe Pérez, teniendo como fondo la fachada de la casa de Facundo, que con sus palmeras era de las más bellas del pueblo.
La casa de Pepe Pérez era muy hermosa, estaba situada en la carretera, en la misma entrada del pueblo y daba a tres calles. Tenía muchas ventanas y balcones, habitaciones con suelos de mosaico situadas a diferentes niveles, a las que se accedía mediante escalones, aunque había también una escalera principal que comunicaba con la planta superior que yo la recuerdo como de película, con su baranda o pasamanos de madera maciza. Tenía la casa vistas por las traseras a las paratas que allí había sembradas de naranjos y contaba con una balsa de agua que se llenaba con la Acequia de la Vega, de un brazal que cruzaba la carretera a través de un sifón.
Por supuesto que una de las maravillas de la casa es la terraza que vemos en la foto, cubierta toda por una frondosa parra cuyo tronco trepaba por la fachada desde la base misma de la carretera, que le daba una sombra muy agradable, Siempre miraba la parra al pasar porque la pusieron de ejemplo en la escuela, de que las parras a penas necesitaban nada, ni siquiera agua; solamente se regaba cuando llovía.
Pepe Pérez se casó con Doña María, beninera que fue maestra de las niñas del pueblo después de la Señorita Salud. Un recuerdo de ella era la sabanica que iba en el sepulcro en la procesión del santo entierro en la semana santa. A todo el mundo le causaba admiración porque era preciosa y quien la adornó pintándola fue Doña María.
La escuela de entonces estaba situada en los bajos de la casa de Isabel Pérez y Juanico el de Simón, en el reduto frente a la Sacristía, y otro recuerdo de aquella maestra es que mandaba hacer ejercicio físico a niñas al tiempo que cantaban esta canción:
La gimnasia niñas
desarrollo y fuerza
y por eso todos
debemos hacer.
El cuerpo bien recto
las manos a tras
suben a los hombros
y vuelven a bajar.
Dos pasos adelante
dos pasos a detrás
el cuerpo inclinado
y volvemos a empezar.
Pues volviendo igualmente a los recuerdos de la casa donde vivían en aquellos años, hay que decir que en una habitación que había bajando por unos escalones desde la entrada de la casa, se vendía aguardiente. Por la puerta que tenía al exterior, casi haciendo esquina con la calle de abajo, se entraba a comprar un litro o una damajuana de ese aguardiente, muy seco de los que rascan en la garganta, que gustaba mucho a los benineros.
No era propiamente un bar, pero entraba gente y se le servía una copa en un vasito pequeño. También los arrieros que pasaban por la puerta paraban a veces a tomar una copa o a comprar el aguardiente para llevárselo a los lugares de origen.
La elaboración del aguardiente la hacía el mismo Pepe Pérez en una dependencia contigua a esta habitación, poniendo a calentar la alquitara (el alambique) sobre unas estreves grandes, en un fuego con leña. Aunque no he podido saber los productos que utilizaba para la destilación, es posible que lo hiciera con derivados de uva, cebada o algunas bayas.
Hace tiempo, a esta habitación de la que hablamos de la casa de Pepe Pérez se iba allí también a recoger unas raciones de leche en polvo y de queso que entregaban a las familias de Benínar. Eran unos años difíciles y llegaban como ayuda que nos mandaban los norteamericanos, debió ser algo parecido a las que ahora los países ricos envían a los pobres de África y otros lugares del mundo.
El queso tenía un sabor raro y no nos gustaba. Sin embargo la leche en polvo si que nos encantaba, solía ponerse toda hecha un terrón, que cortábamos en trozos para echarlos a la boca. Todavía me acuerdo de su sabor característico, el único inconveniente que tenía era que se pegaba al cielo de la boca tan fuerte que no había forma de despegarla.
Igualmente recuerdo las latas redondas en que venía el queso, cilíndricas de un kilo o más que, una vez abiertas, se utilizaban en las casas para otros menesteres. El latero que iba por el pueblo les fabricaba una tapadera de manera muy ingeniosa, a base de practicar en el filo de una lámina redonda una serie de pequeños cortes, doblando después los trocitos de lata uno para arriba y otro para abajo, para coger entre los mismos el aro que completaba la tapa juntamente con su asa para tirar. Una de éstas latas la he visto en mi casa toda la vida sirviendo para guardar el azúcar, de sus palabras en inglés, que leía una y otra vez, se me ha quedado marcada la de “cheese” (queso).
A mi me parecía Pepe Pérez una persona instruida, de hecho me acuerdo que recurrimos a él para que nos diera clase de cuentas y de gramática, un verano que nos vimos necesitados de refuerzo algunos estudiantes. Pero al poco enfermó de eso que les da a las personas mayores y que se les va la cabeza.
Vivió Pepe sus últimos años con su hijo Andrés y la familia de éste. Era este hijo una persona muy atenta con todo el mundo y también una persona muy trabajadora, que no le asustaba ninguna tarea por muy dura que fuera. Por la puerta que tenía la casa que daba a la calle de abajo, siempre abierta, se veía la cuadra; pero, a la derecha, había una pila de lavar con un grifo en el muro de la balsa. No sé como, pero la pila siempre estaba ocupada con alguna mujer lavando, a cualquier hora que pasaras.
Hubo épocas en que se utilizó esta parte de abajo de la casa, en los veranos, como almacén para el comercio de las alcaparras. Allí se pesaban las que se recogían por los benineros y se depositaban en recipientes con agua y sal. La gente se asombraban de que pagaran tanto por este producto, las alcaparras, que no había tradición de consumirlas en el pueblo.
Cuando marchó la familia de Andrés a Almería, anticipándose al fin de la actividad en Benínar que se avecinaba, la casa de Pepe Pérez fue alquilada en los últimos años a unos canadienses que la habitaron hasta el final. Fueron muy queridos en el pueblo por tratarse de gente muy sencilla y buena. La verdad es que Benínar tuvo una gran suerte con ellos, por contar con la presencia de esta familia y porque nos han dejado un legado valiosísimo, por escrito y en imágenes, de sus días de estancia en nuestra tierra, que convirtieron también en suya por adopción. Mi reconocimiento y afecto a esta gente.
Manuel Maldonado
Siempre he dicho, que cada casa de Benínar tiene una historia; esta tiene una de las historias más importantes de nuestro pueblo; son dignas de recordar.
ResponderEliminarPazzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzz
María Maldonado Sánchez, tia abuela mía, fue la primera universitaria que tuvo Benínar.
ResponderEliminarA principios de los años veinte estudió magisterio en Almería, fue maestra en Turón, Partaloa... y finalmente en Benínar, pero como bien dice el refrán "nadie es profeta en su tierra" y acabó en Vilalba Sasserra (Barcelona). La casa donde vivía tenía más historia.
Esa casa perteneció a un cura que hubo en Benínar y ya tenía el alambique y un bar. En el techo del bar había un agujero con un cristal que usaba el cura para vigilar a su empleado. Este cura le vendió la casa a Andrés Pérez (Andrés "el regalao") y cuando se fue a Berja se la vendió a su hermano Pepe.
Saludos Benínar.
Manuel,excelente,como todos tus escritos.La foto es de mi propiedad,en ella se encuentra mi hermana y fué hecha por una persona relacionada con mi familia.
ResponderEliminarSaludos para ti y para las Pepas.
Juan Gutiérrez.
Yo tengo una visión distinta de dicha vivienda quizás por mis relaciones con la canadiense.
ResponderEliminarRecuerdo que Eugenia la canadiense, reaccionó de la misma forma que Federico García Lorca le ocurrió en Nueva York , cuando el granaino se gastó su primer sueldo en claveles, los convirtió en pétalos, lleno la bañera y se metió dentro.
Eugenia quedó asombrada por un rosal de ramilletes blancos de pitiminí que compartía el parral que había en dicha azotea.
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ResponderEliminarMi padre me ha comentado que esta fábrica producía cantidades grandes, como para abastecer el consumo de todos los los pueblos que estaban cerca de Benínar.
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