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sábado, 12 de diciembre de 2009

Apuntes para la historia de la Alpujarra

Publico aquí un artículo que elaboré hace algún tiempo con mi amigo de Laroles, Marcos Antonio Gómez, con notas tomadas de aquí y de allí. Quizás falten cosas, pero, como dice el viejo refrán: son todos los que están. Espero que se útil.
Juan Manuel

Su densa orografía ha convertido a La Alpujarra, a lo largo de la historia, en una fortaleza natural de resistencia ante cualquier imposición exterior, a pesar de lo cual los avatares históricos han sido numerosos e intensos pero las influencias externas sólo se han dejado sentir de una forma muy lenta.

Fría montaña, peñascosa y dura
en valles honda, en cerros eminente,
dispuesta para engaños y celadas
motines, asechanzas y emboscadas

Estos versos de Juan de Rufo en La Austriada, definen casi a la perfección el carácter que la mayoría de los estudiosos sostienen que los alpujarreños han demostrado a lo largo de su historia: gente independiente y de arraigados sentimientos de libertad, reforzados por el tradicional aislamiento que esta zona ha sufrido hasta nuestros días. Ambas circunstancias han fomentado el misterio que la envuelve y le confiere ese encanto tan peculiar de lo desconocido.

Prehistoria
Los res­tos huma­nos más anti­guos que se han encontrado perte­necen al neolítico, (cue­va de los Murciélagos en Albuñol y rambla de las Angosturas, de las Campanas e Intentos en Gualchos, Rambla de Huarea, barranco de las Casillas en Polopos, barranco de Olías, río Alcázar, entorno de Castell de Ferro), de la impor­tancia de las culturas cercanas, como la de Los Millares y el Argar (edad del Bronce), y el Garcel hacen suponer, según diversos autores, que pudieran pene­tra­ran en algunas zo­nas de la comarca.

Edad Antigua
Cuando griegos, fenicios y cartagineses recorrían el Medite­rráneo, también conocieron la costa alpujarreña. Los fenicios fundaron la colonia de Abdera (Adra) que fue el puerto por excelencia de La Alpujarra, pero al parecer no pasarían de la costa, quedando la zona central de la comarca fuera de su influencia directa. Los griegos si parece que se adentraron hasta el corazón de La Alpujarra, pues Estrabón hace referencia a una colonia griega, llamada la Ulissea, de la que puede derivar la actual Ugíjar (cuyo topónimo no es latino, pede ser griego o híbrido), con un templo dedicado a Minerva. A ellos puede deberse la introducción del uso de la moneda en nuestra región. En esos tiempos la Alpujarra, según Estrabón, era una cordillera cubierta de densos y corpulentos bosques que separaban la zona costera del interior.
La presen­cia de los romanos queda atestiguada por múltiples topónimos como Polopos (de populum: álamo) o Laroles que, según M. Carrascosa, el topónimo Laroles, procede del término latino Laurus: los laureles, los sufijos «ena», como Picena (lugar de Picius), Mairena (lugar de Marius), Lucainena (lugar de Lucius), y otros nombres como caz (el canal que lleva agua al molino) que significa vaso. Así mismo, son también interesantes los hallazgos como restos de calzadas en Torvizcón, estatuillas en el cerro de Montecristo de Adra, o el anfiteatro de Villavieja en Berja. Así mismo también se habla de la existencia de un caudillo de la zona llamado Colca, que ayudaría a los romanos en su lucha contra los cartagineses, después de lo cual se colocó a la cabeza de los lugareños para luchar contra los jefes romanos.
Culminaría esta etapa, según la tradición, con la cristianización de la zona a la llegada al puerto de Abdera de los siete Varones Apostólicos en el siglo I o II, los cuales penetrarían en el inte­rior, quedando Tesi­fón en Cas­tala (Berja). Luego, probablemente, algunos pasarían a través del Puerto de La Ra­gua, estable­ciendo Torcuato su sede epis­copal en Guadix y Cecilio en Granada.
La Alpujarra musulmana
En la época medieval es cuando La Alpujarra alcanza una situación preponderante en la Historia. De este periodo de dominio islámico proceden gran parte de los rasgos culturales que han configurado la comarca. Es la etapa de la que hay más constancia, debido a los datos documentales y arqueológicos existentes que hablan de nombres, extensión, límites, estructura geográfico-política, forma de vida y rasgos culturales, hasta el punto de poder considerar la Edad Media como la del establecimiento de La Alpujarra como entidad territorial definida.
Las disputas de la nobleza visigoda por ocupar el trono propició la llegada de los musulmanes en el año 711 con el desembarco de Tariq y la victoria de Guadalete. Árabes y beréberes inician un periodo de islamización, durante el cual la mayoría abrazó las nuevas creencias —muladíes— aunque son respetados los grupos de judíos y cristianos —mozárabes— que continúan con sus antiguas creencias a cambio del pago de un tributo. La zona de la península ibérica dominada por los musulmanes se denomina Al-Andalus y pasa a ser una provincia dependiente del Califato de Damasco gobernada por un emir residente en Córdoba, luego se proclama emirato independiente (año 756) y más tarde Califato de Córdoba (año 929). En 1031, el derrumbamiento del Califato da lugar a los reinos de taifas y luego a los imperios almorávide y almohade y en 1232 se forma el reino nazarí de Granada, el último baluarte musulmán en la península.
Al comienzo de la invasión musulmana ya aparecen las primeras referencias concretas de La Alpujarra. Parece ser que sirvió de refugio a la población hispanorromana para luchar contra los invasores. Pero pronto hubo un fuerte asentamiento árabe en la zona a cargo de grupos tribales, ya que en tiempos del emir Hišân I se sublevaron varios grupos en La Alpujarra (Aybul Bušarra), asentados en la zona de Escariantes (al sur de Lucainena) y Juliana (frente a Mecina Tedel); lo cual ya pone de manifiesto el carácter guerrero y rebelde de sus habitantes que se opusieron en reiteradas ocasiones al Emirato de Córdoba.
Hubo revueltas por distintos intereses entre estado y mundo rural. Cuando llega al trono cAbd al-Rahmân III intenta ponerle fin con una campaña que llevó por Jaén y Granada en el 913, entrando por fin en La Alpujarra donde asedió y tomó el castillo de Juviles, aunque estas tierras fueron dominadas con mayor dificultad.
Durante los siglos siguientes La Alpujarra es un foco permanente de tensión, pues sus habitantes estaban prestos a empuñar las armas en defensa de su independencia ya que no toleraban fácilmente agravios externos. Sobre el siglo XI, cuando estaban establecidos los reinos de taifas, queda constancia de que el castillo de Šant-Aflay, situado en torno al puerto de La Ragua, fue arrebatado a su dueño por Abdallâh a Ibn Sumâdih, en una de las luchas internas de los árabes, pero posteriormente le fue devuelto a cambio del castillo de Siles.
Hasta la época cristiana, La Alpujarra sufrió varios cambios en su estructura territorial: En el siglo XI estaba dividida administrativamente en dieci­nueve ayza (plural de yuz), distrito político-administrativo integrado por varias alquerías y un hisn principal que le daría nombre y que sería a un tiempo elemento defensivo y representación del poder central. En 1162, Mohamet Ben Said reunió gran parte de sus habi­tantes para luchar contra los almohades que habían invadido Granada.
Los siglos XII y XIII hay una nueva división administrativa en cinco aqlim (plural de iqlcem).
El reino nazarita perdura desde que Ibn al-Ahmar se apodera de Granada en el año 1238 hasta que los Reyes Católicos entran en esta ciudad en el 1492. Durante este tiempo La Alpujarra forma la retaguar­dia más apartada del reino musulmán; sigue siendo una zona rural sin la existencia de ciudades que organicen el poblamiento. Parece que no había correspondencia entre las organizaciones familiares y los asen­ta­mientos, sino que al contrario, había una gran movilidad, siendo normal la existencia de propietarios no vecinos en las alquerías. Desaparecen, por tanto, los lazos tribales, la sociedad se organiza en torno a criterios políticos y económicos.
En esta época, sobre el siglo XIV, se hace otra nueva división en este caso tahas o taas, que según unos autores eran doce, según otros cator­ce, que, en todo caso, mantuvieron los cristianos hasta después de la expulsión de los moriscos. Según Caro Baroja:
«La taha era un partido compuesto de 1.000 ó 2.000 vasallos sometidos por la fuerza que obedecían a un alcaide en lo temporal y que tenían como autoridad religiosa un alfaquí mayor. Cada taha estaba constituida por varios lugares y cada lugar por varios barrios. A los lugares se llamaban alcarías o alquerías, voz que en castellano hoy queda más con el significado de casa de campo, aislada. Cada barrio podía tener una gima (aljama más comúnmente), es decir, lugar donde se hacían las reuniones de carácter religioso, una rábita y macaber o cementerio».
Después se siguen aplicando los nombres de estas tahas hasta el siglo XVIII, aunque en algunos casos no se respeta el territorio original.
Los hispanomusulmanes perfeccionaron los sistemas de cultivo y regadío que, indudablemente habría, procedentes de iberos y romanos. Construyeron bancales y paratas por medio de balates de piedra que hacen posible cultivar unas tierras tan escabrosas, ampliaron la red de acequias, muchas de las cuales se han conservado hasta la actualidad e implantaron avanzados sistemas de cultivos con una agricultura intensiva y minifundista, gran abundancia de árboles frutales y una importante explotación de la seda que fue el principal producto de La Alpujarra. Durante siglos se exportó a través de las costas alpujarreñas, pero sobre todo por el puerto de Almería. Es la etapa de mayor progreso y esplendor que conoce esta tierra, la cual ya estaba vertebrada por numerosos caminos que unían unas alquerías con otras.
Con la guerra de Granada, La Alpujarra cobra mayor protagonismo. En 1487 se menciona por primera vez en las crónicas cristianas, en unos acuerdos hechos con el rey Boabdil que no llegaron a cumplirse. En ellos se establecía que, una vez tomados Baza, Guadix y Almería, éste se comprometía a entregar Granada a cambio del señorío con título nobiliario de una parte del reino que comprendía las tahas de Uxixar y Marchena.
Tras la conquista de Almería, en diciembre de 1489, el Zagal, que gobernaba aquellos territorios, se retira a Laujar de Andarax, lugar de señorío que le concedieron los Reyes Católicos, cuya jurisdicción comprendía las tahas de Andarax, Órgiva, Lanjarón y Lecrín, poblado por súbditos mudéjares (1) que protagonizaron varias rebeliones, muestras de la inadaptación al nuevo orden castellano, una de ellas, la que tuvo lugar en 1490, preparada contra el Zagal por su sobrino Abu Abdalah (Boabdil), permitió recuperar el dominio musulmán de La Alpujarra, cuyas gentes se colocaron a su lado. Se intentó atajar el problema por las vías principales de acceso: el Valle de Lecrín por el occidental y Andarax o Marchena, por el oriental. La Alpujarra era desconocida para los castellanos en estas fechas tan tardías, teniendo que recurrir a oriundos de la zona para recorrer los caminos. Se tomaron Andarax y Marchena, pero al final de 1490 volvieron a manos de los granadinos, según un anónimo árabe. Posteriormente se cercó Granada y se hizo una incursión en La Alpujarra donde se atacaron unos 24 lugares destruyendo los nueve primeros, matando y cogiendo cautivos.
Había comunicación con Granada a través de la sierra, por donde se suministraban los víveres a la ciudad, pero la llegada del invierno hizo que Granada no pudiese resistir más, rindiéndose el dos de enero de 1492.
Tras la toma de Granada a Boabdil se le concede La Alpujarra como feudo personal, estableciéndose en Cobda de Andarax —hoy Fuente Victoria, pedanía de Fondón—, donde vivió hasta su marcha a África en septiembre de 1493, forzada por la autoridad cristiana. Abu Abdalah, el último rey musulmán de España, acabó sus días en Marruecos, combatiendo en la batalla de Bacuba por los derechos de un pariente suyo.

Los Moriscos
En un principio las capitulaciones eran respetuosas con la pobl
ación islámica: se les dejaban sus propiedades, se le respetaban sus costumbres, la libertad de culto, el ejercicio de la justicia según las leyes musulmanas y la libre circulación de personas. Los Reyes Católicos hicieron gala de diplomacia y generosidad, pero había un sector intransigente que instigó para establecer condiciones mas duras, entre otras la obligación de bautizarse. Esto llevó a una sublevación de los mudéjares en 1500; al ser vencidos se les dio a escoger entre bautizarse o marcharse a África. La mayoría optó por la primera opción, lo que significó la desaparición de la condición de mudéjar, dando lugar a la de morisco, que es la denominación aplicada a los musulmanes convertidos o a los cristianos nuevos nacidos tras los bautismos masivos y a sus descendientes. Según Caro Baroja:
«...desde le punto de vista raciológico los moriscos granadinos eran una mezcla de árabes, sirios, beréberes, elementos indígenas y judíos antiguos, con algunas dosis variables de sangre negra o de gente muy diversa: persas, hindúes y turcos inclusivamente».
Lo cierto es que, en estas zonas, no había gran diferencia racial entre la población morisca y la cristiana vieja; la distinción más bien era de tipo social, pues se tenía en cuenta la línea masculina y la religión del padre; así, había cristianos viejos de madre morisca y viceversa.
Entre los moriscos existía un grupo de inconformistas, denominados monfís o monfíes, vocablo que en árabe quiere decir desterrado. Refugiados en las montañas, se organizaban en cuadrillas dirigidas por un jefe y salían a fincas y caminos a robar para sobrevivir, matando cuando era preciso. A veces cometían sus actos de acuerdo con los corsarios turcos y beréberes.
Las sedas eran una gran base de la economía de los moriscos, pero, además, eran hábiles tejedores, alarifes, carpinteros, panaderos, etc. Desempeñando sus oficios con estilos diferentes a los de los cristianos viejos, aún siendo el mismo. En la agricultura, los moriscos eran propietarios de los minifundios del medio rural, pero con los repartimientos, muchos pasaron a ser asalariados de los cristianos viejos. Destacaban como excelentes hortelanos con cultivos intensivos de vergeles de tipo mediterráneo, frente al cristiano viejo más experto en el cultivo de secano y grandes superficies; de ahí la gran riqueza que supieron sacar en la Alpujarra, tierra más apta para la horticultura, con una intrincada e ingeniosa red de regadío. Pero la dimensión de las parcelas de regadío solo permitía obtener lo necesario para el autoconsumo familiar, a excepción de la seda y el aceite, que destinaban a la venta. La ganadería y la apicultura eran otras fuentes de economía del morisco rural. Además, ejercían oficios como molineros, de aceite y harina, y artesanos. Este sistema productivo establecía una estructura social integrada por una gran masa de campesinos moriscos, frente a una poderosa minoría de cristianos viejos, dueños de las tierras de mayor valor, que detectaban el poder local, ejerciendo, además, el dominio ideológico.
La conversión forzada al cristianismo generó en la mayoría de los moriscos más apego a su civilización y un tajante rechazo de la cristiano-castellana. Conservaron en secreto su cultura, tradiciones, ritos y organización. Honraban a los ancianos y a los padres; fuera del hogar las mujeres significaban muy poco y consideran jefe al más viejo en el linaje por la vía paterna. Los grupos de linajes y familias se regían por consejos de ancianos y celebraban con fausto los acontecimientos familiares como nacimientos, circuncisiones, bodas y muertes, cumpliendo primero con la Iglesia, pero luego celebraban con más gusto el rito mahometano. Los alfaquíes ejercían su ministerio ocultamente y conservaban pequeños santuarios rústicos –rábitas– donde, a veces, vivían santones de gran prestigio y con ciertos poderes. Celebraban el ramadán, practicaban las abluciones y oraciones prescritas por el Islam y cumplían sus prohibiciones, lo que, si lo hacían en público, causaba burlas y ataques por parte de los cristianos: no bebían vino ni comían cerdo, ni nada que hubiese sido untado con su grasa, ni tocaban con su ropa a ese animal y rechazaba nabos, rábanos y zanahorias porque eran alimento de los cerdos. Tampoco podían comer carne de animales ahogados, mordidos o muertos de manera que la sangre quedara coagulada, por considerarlas impuras; tenían, por tanto, carnicerías propias y con matarifes especiales.
La mayoría de los conversos sabían árabe, lengua que los cristianos llamaban algarabía, en forma tan despectiva que aún hoy ese término significa manera de hablar fuerte y atropelladamente o griterío confuso. Pero aún hablando castellano, se podía notar el que era morisco por algunos rasgos fonéticos, como por ejemplo transformar la «ll» interna en «li», convertir la «ñ», hacer «e» «i», etc.

También se distinguían de los cristianos viejos en la indumentaria. Diversos autores han dejado constancia, en textos y grabados, de las ropas moriscas y de su evolución en distintas épocas, en función de las modas, la economía y la situación social. En las ciudades se adaptaban más al traje castellano, pero en el campo era más notoria la diferencia, como la alcandora (2) de ageo teñido y los zaragüelles (3) como elementos básicos (4). Además conservaban la costumbre de teñirse cabellos y piel con alheña y los lavados y baños frecuentes, cosa poco usual y mal vista entre la población castellana. Las mujeres gustaban entradas en carnes y, para estar más atractivas se pintaban y tatuaban los brazos y las piernas, usando gran cantidad de ungüentos y cosméticos para la cabellera, que o dejaban suelta o ceñían con una diadema o corona, utilizando también joyas de significado religioso, sobre todo patenas.
La conquista cristiana no solo colocó al Islam en situación de religión prohibida, sino que, además, puso a los moros en categoría inferior. Aunque a los moros antiguos, desconocidos, de tiempos más o menos remotos, se les considerada sabios como astrólogos, arquitectos y guerreros esforzados, el morisco era —según opinión general— un individuo inculto, incluso cerril, que ocupaba, por su terquedad, el último grado en la escala social, un individuo con ciertas habilidades técnicas y manuales, pero indocto.
Sus prácticas y costumbres, que incrementaron al ser obligados a convertirse, producían irritación entre los cristianos y servía de burla y escarnio. Pero no solo en el ámbito popular sufrían vejaciones y ultrajes, también los representantes del poder institucional practicaban una represión continua y sistemática, como relatan los diversos historiadores. Sirvan como ejemplo los siguientes párrafos de Luis de Mármol:
«Acostumbraban cada año los alguaciles y escribanos de la audiencia de Ugíjar de Albacete, que los más de ellos estaban casados en Granada, ir a tener las pascuas y vacaciones con sus mujeres y siempre llevaban de camino de las alcarías por donde pasaban, gallinas, pollos, miel, fruta, dineros, que sacaban a los moriscos como mejor podían».
«...estamos entre ellos avasallados como ovejas perdidas ó como caballero con caballo sin freno; hannos atormentado con la crueldad; enseñannos engaños y sutilezas, hasta que hombre querría morir con la pena que siente [...] cada día nos buscan nuevas astucias, mentiras, engaños, menosprecios, abatimientos y venganzas [...] Tienen misa cantada y otra rezada y las dos son como el rocío en la niebla: el que allí se hallare, vérase nombrar en un papel, que no queda chico ni grande que no le llamen. Pasados cuatro meses, va el enemigo del abad a pedir las albalas en las casas de la sospecha, andando de puerta en puerta con tinta, papel y pluma, y al que faltare la cédula, ha de pagar un cuartillo de plata por ella...»

El Estado, estimulado por los cristianos viejos, aplicó una política aculturalizadora que culmina en 1526 con las drásticas medidas de la Congregación de la Capilla Real, que significaban la condena de todas y cada una de las costumbres y prácticas religiosas de los moriscos, y cuya suspensión durante cuarenta años compraron a Carlos V por una crecida suma. Felipe II, añade a la creciente acción represiva de la Inquisición una serie de medidas socioeconómicas, como la revisión de títulos de propiedad de la época nazarí, que perjudicaron enormemente a los moriscos, pues muchos no pudieron acreditar la propiedad de sus tierras, siéndole confiscadas. Hace efectivas las medidas de la Capilla Real de 1526, mediante pragmática publicada el 1 de enero de 1567 por la que se prohíben todas las practicas tradicionales de los moriscos: nombres, lengua, hablada y escrita, vestimenta y adornos, fiestas, ritos y celebraciones, baños, etc.
La tensión fue creciendo, debido a una adversa coyuntura económica que agudiza la presión del grupo dominante sobre la población morisca, hasta que éstos se sublevaron el 24 de diciembre de 1568, dando lugar a una guerra civil, caracte­rizada por una extrema violencia, dentro de un carácter esencialmente religioso y reivindicativo. El líder de la rebelión fue don Fernando de Córdoba y Valor, perteneciente a una antigua familia musulmana, según parece descendiente de los Omeyas, convertida al cristianismo. Cambió su nombre por el de Aben Humeya.
Antes de que la confrontación bélica se formalizase, se produjeron matanzas y tormentos de cristianos viejos, destrucción sistemática, con ensañamiento, de lugares de culto, objetos e imágenes, parodias y burlas de los ritos y creencias católicos, dirigidos y ejecutados, en gran parte por los monfíes, a cuyo frente estaba Fárax Aben Fárax.
Luego establecieron una lucha de guerrillas, fortificándose en los lugares más ásperos de las sierras cercanas y utilizando la táctica del ataque repentino en pequeños grupos desde castillejos y peñones, a los que volvían tras cada asalto.
El marqués de Mondéjar, capitán general de Granada, fue el encargado de sofocar la sublevación, consiguiendo en 1569 la importante victoria de Tablate a las puertas de La Alpujarra. Los moriscos se refugian en el interior de la comarca y el marqués inicia una campaña sin éxito, ya que sus tropas desconocían el terreno que era el mejor aliado de los rebeldes. Esto les permitía una amplia libertad de movimientos con una gran ventaja estratégica. El marqués de los Vélez inicia una campaña por la parte oriental, también sin gran éxito, mientras los rebeldes recibían ayuda militar del Imperio Otomano, ansioso de establecer una cabeza de puente en España.
Felipe II, que quería acabar pronto con la revuelta por el creciente peligro de que suponía el Imperio Otomano en el Mediterráneo, encargó a don Juan de Austria el mando de las operaciones en abril de 1569. Este sometió primero a los moriscos del Albaicín y después llegó hasta el mismo corazón de La Alpujarra, arrinconando a Aben Aboo, que, tras asesinar a su primo Aben Humeya, había tomado el mando de las huestes moriscas. Se tomaron Adra, Berja y Ugíjar, y Aben Aboo se refugió en Bérchules, donde fue asesinado por sus propios hombres que entregaron su cadáver a los cristianos. Con esto se llegó al final de la guerra, a la que sucedió una serie de venganzas ultrajes y muertes. La población morisca fue dispersada por otros reinos de España. Felipe III decidió la expulsión en abril de 1609. Desde entonces hasta 1614, cuando se consideró finalizado el proceso, salieron hacia África, según algunos, cuatrocientos mil moriscos y según otros, unos ochenta mil. Así comienzó el destierro humillan­te de quiénes tuvieron que abandonar las tierras donde habían nacido y vivido desde hacía generaciones, perdiendo sus hogares, haciendas y gran parte de sus bienes.

La Alpujarra perdió para siempre la capacidad de trabajo y la sabiduría de estas personas que supieron extraerle tanta riqueza. Valga como ejemplo que, según Caro Baroja, la quiebra en rentas reales que causó la expulsión fue en La Alpujarra del 42 % del total del Reino de Granada (7.273.534, de un total de 17.310.441), más del doble que en el distrito de Granada (2.690.201 maravedíes) y 9 veces del de Almería. Así, como más de doscientos años después escribió Charles Didier:
«El fanatismo religioso, que a pesar de todo fundó la monarquía española, centinela avanzada de la cristiandad, ganó en esta ocasión sobre el interés material. La industria, el comercio de la Península, su agricultura sobre todo, nunca se repusieron del golpe que les proporcionó la expulsión de los Moros; pero al fin la unidad peninsular estaba constituida y el islamismo fue devuelto a su cuna para siempre».

Nuevos pobladores

Tras la expulsión de los moriscos, un territorio considerable había quedado despoblado desperdicián­dose gran cantidad de recursos, pues estaban abandonadas una agricultura y una industria florecientes, y, además, el peligro turco en el Mediterráneo hacía presagiar un desembarco en la zona que rápidamente caería en su poder al carecer de defensa. La comarca se repobló con gentes venidas de muy diversos lugares: Andalucía occidental, ambas Castillas, Asturias, Galicia, Reino de Valencia, Murcia, etc.
La nueva colonización era una aventura, La Alpujarra había quedado desolada por la guerra y estaba ocupada por un ejército de aluvión y la persistencia en las sierras de moriscos y desertores, reliquias de todas las guerras, que tenían en vilo a los nuevos habitantes. Corsarios beréberes y moriscos huidos allende, desembarcaban frecuentemente en las playas desiertas y llevaban al interior sus devastadoras incursiones.
A la marcha de los moriscos habían quedado más de cuatrocientos lugares abandonados, pero se consiguieron repoblar 258 pueblos, quedando el resto perdido para siempre, pues los materiales que lo formaban eran aprovechados por las poblaciones vecinas para ir restaurando sus propias casas y para la construcción de balates. En cada uno de los pueblos quedarán dos familias moriscas para enseñar a los nuevos pobladores su sistema de cultivo, de regadío, su arte de la explotación de la seda, etc. A los pobladores se les ofreció el reparto de las haciendas, que eran de tres tamaños distintos, en suerte de feudo franco sin ningún tipo de vasallaje y sólo tendrían que pagar los impuestos correspondientes. Esto hizo que unas cuarenta mil personas que en su tierra natal no vivían muy bien se decidiesen a venir a la Alpujarra, comenzando una nueva etapa: la del lento y paulatino proceso de adaptación de los recién llegados, en muchos casos fracasada, y de decadencia continuada de toda la comarca. Varias causas explican, según diversos autores, esta decadencia: las consecuencias mismas de la revuelta que originaron destrucción y abandono, el número insuficiente de repobladores, la dureza del medio físico, la poca capacidad de los pobladores procedentes de la llanura para adaptarse a la montaña, el desconoci­miento de los métodos de cultivo propios de la zona, como el regadío y la arboricultura (el suyo era el de secano, que poco a poco fueron implantando adaptando para ello un terreno que estaba cubierto de bosque y monte bajo).

Organización militar

Después de la guerra de los moriscos el dispositivo defensivo de la costa y de las comarcas aledañas del interior seguía siendo el mismo que antes de la rebelión. Se mejoró la guarda y defensa de la tierra, pero en los primeros años del siglo XVII las guarniciones de las fortalezas costeras y de los pueblos del interior se habían ido reduciendo, los pueblos no tenían organizadas las milicias, pero continuaba la persistencia en las costas de los corsarios berberiscos y el peligro de invasión turca crecía.
En octubre de 1620, Adra fue saqueada por los ocupantes de unas galeras turcas y argelinas, que iban de paso, alertados de la desprotección de la ciudad por el esclavo berberisco Juan de la Cerda, que guardaba el ganado de su amo en la costa de Guardias Viejas. A unos ochocientos corsarios, la población solamente pudo ofrecer la resistencia de treinta infantes y cuatro escuderos al mando del capitán Tovar: toda la guarnición que había. La escaramuza finalizó al día siguiente, cuando los invasores fueron derrotados y expulsados por las milicias concejiles de los pueblos vecinos, organizados por el alcalde mayor de Ugíjar, don Sebastián Céspedes y los soldados que pudo reunir el capitán Guréndez de Berja.
Ello obligó a condensar y mejorar las defensas de toda la zona: se repararon y construyeron castillos y atalayas por toda la costa. Las fortalezas costeras determinaban jurisdicciones en las que se incluían los pueblos inmediatos del inte­rior y se organizan unas milicias concejiles con la participación directa de los vecinos residentes hasta doce leguas hacia dentro. Debían estar organizadas en escuadrones con sus cabos, hacer ejercicios y alarmas tres veces al año y armarse a su costa. Estas milicias llegaron a tomar tanto auge que fueron llamadas a actuaciones fuera del territorio alpujarreño: fueron varias veces a Almería, Motril y Málaga; en el año 1706 acudieron a defender a Murcia de los ingleses y en 1719 pasaron a Ceuta a socorrerla contra los moros. Esta organización militar dura hasta la primera mitad del siglo XIX cuando la ocupación de Argelia por Francia destruyó las bases de los corsarios que amenazaban el reino de Granada.
En 1671 el Papa Clemente X declara Mártires de la Fe a todos los cristianos asesinados por los moriscos entre 1568 y 1571.

Reforma administrativa
En 1.728, La Alpu­jarra se estructura en distritos, estableciendo su capitalidad en Ugíjar, de la que depende toda La Alpujarra Alta, la actual­men­te almeriense, hasta el Presidio de Andarax (hoy Fuente Victoria), Murtas y Turón e inmediaciones de Órgiva.
A partir de mediados del siglo XVIII, la población alpujarreña comienza a aumentar, lo que supone un desarrollo económico, consecuencia de transformaciones agrarias. Los habitantes ya habían superado las vicisitudes del principio y se habían ido adaptando plenamente al terreno con el paso de las generaciones. Se habían implantado nuevos cultivos, como vid y cereales y se había mejorado el sistema de regadío con nuevas acequias, No obstante, el sistema de pequeña propiedad privada establecido, frente al latifundio instaurado en la parte occidental de Andalucía, impidió un progreso económico realmente efectivo.

El siglo XIX
Durante la invasión francesa, con la presencia en 1810 del general Blaque en esta zona, se crearon partidas contra los franceses, volviéndose a repetir en suelo alpujarreño la lucha de guerrillas.
En 1833, Javier de Burgos establece la división provincial de España, desapareciendo como tal el Reino de Granada y par­tien­do a La Alpujarra entre las provincias de Granada y Alme­ría, lo cual afectó decisivamente al desarrollo y futuro de la comarca. A esta medida política y administrativa le seguirá el decreto de 21 de abril del año siguiente por el que se crean los partidos judiciales de Órgiva, Ugíjar, Albuñol y Motril, frac­cionando aún más a La Alpujarra.
A mediados de este siglo, según Pascual Madoz, la población de toda La Alpujarra pasaba de las 170.000 almas, confirmándose el crecimiento demográfico del siglo anterior.
En este periodo, de intensa actividad política. Surge el fenómeno del caciquismo, arraigado en esta tierra hasta casi nuestros días. Es la figura del hombre, quizás más culto que el resto, rico más por las rentas que por el trabajo, manipulador del poder, patriarcal, paternalista y casi bondadoso para quienes le sirven y duro hasta hacer la vida imposible a quien intenta enfrentársele. A partir de la restauración de Alfonso XII, la hábil creación de Cánovas y Sagasta del turno de partidos en el gobierno, el clientelismo político y social se hace más evidente, utilizándose el poder en beneficio de quiénes lo ostentan y en el de sus seguidores y en detrimento de los contrarios, con lo cual los adictos de uno u otro bando, progresan o caen en desgracia en función de los cambios de partido en el gobierno. No por eso cae el caciquismo, sino que incluso es potenciado por personajes como Natalio Rivas, prestigioso abogado nacido en Albuñol y muy hábil político, diputado provincial y más tarde diputado en Cortes. Destacaron el también diputado por el distrito de Ugíjar, Francisco Almendros o Vicente Rivas, conservador y opositor del liberal Fernando Álvarez.
Exaltada en la época romántica la importancia de la rebelión de los moriscos y la decadencia de España que le siguió, se avivó el interés literario por la comarca. Casi todos los extranjeros de cierto prestigio que visitaban España, se interesaban en conocer la “aislada, misteriosa y romántica” región de La Alpujarra y luego contar sus experiencias. Richard Ford, Gustavo Doré, Charles Davillier, Charles Didier y otros dejaron excelentes descripciones y algunos dibujos interesantes, destacando, además del magnífico paisaje y la forma de vida tan singular, el carácter independiente y levantisco de los alpujarreños. No ignoraron tampoco los españoles a esta comarca; el más destacado fue el accitano, Pedro Antonio de Alarcón que satisfizo su viejo deseo de conocer la legendaria y extraña Alpujarra en 1872, acompañando a su buen amigo de Madrid, Federico Hope aspirante a diputado a Cortes por el distrito de Albuñol, en viaje electoral por aquella demarcación. Fruto de aquel desplazamiento fue una de las obras más conocidas del autor y, probablemente, el mejor libro de viajes de la época, publicado dos años más tarde con el título de “La Alpujarra, sesenta leguas a caballo, precedidas de seis en diligencia” (5). Con un estilo más científico, exploraron la comarca otros españoles como Antonio Rubio (6) y el catedrático de Medicina de Madrid, el granadino Federico Olóriz. Éste recorrió gran parte de la comarca en 1894, realizando unos estudios antropométricos, epidemiológicos y socioculturales, entonces inéditos y no superados aún (7).
En 1884, se produce un terremoto, con gran destrucción de viviendas pero sin víctimas y aparece una epidemia del cólera morbo, con gran mortandad, que afectó a poblaciones como Laroles, Murtas, Picena, Válor y Yátor.
Se inicia entonces una franca decadencia económica y demográfica debida a varias causas: la inestabilidad económica arrastrada desde la expulsión de los moriscos, que se agravó a causa de la plaga de la filoxera en 1888, que acabó casi por completo con el viñedo, principal fuente de riqueza agrícola de la zona. A esto se une la decadencia de las minas de plomo de Sierra de Gádor, que daban trabajo a muchas personas de las partes central y oriental de La Alpujarra y cuya importancia había sido tal que Pascual Madoz las describió así:
«... minas de diferentes clases, especialmente de galena plomiza de Sierra de Gádor en tanta abundancia que este país, que antes parecía ser la cuna de la escasez y de la abyección y cuyos moradores, proletarios, entorpecidos con el narcótico de la miseria, yacían en el estupor de la molicie y en el olvido; este país, repetimos, descubiertos los inmensos tesoros encerrados en las metalíferas entrañas de la sierra de Gádor, ha cambiado enteramente el aspecto y se haya transformado en otro de opulencia, de riqueza y de ilustración».

El siglo XX
Comienza un proceso de recuperación, se introduce el tendido eléctrico, si bien su repercusión en los pueblos no se va a notar hasta mediados de siglo, reduciéndose en la mayoría de los casos al alumbrado doméstico. También se inician importantes mejoras en las comunicaciones con la construcción de carreteras.
El 18 de julio de 1936, gran parte del ejército se subleva contra el gobierno republicano, en manos de partidos de izquierdas desde las elecciones de febrero. La revuelta triunfa en Granada y fracasa en gran parte de La Alpujarra, estableciéndose un sólido frente en las faldas de Sierra Nevada. En la parte más occidental y el valle de Lecrín, la sublevación triunfó gracias a la acción de la Guardia Civil de Órgiva y Lanjarón y los refuerzos que recibieron de Granada, quedando una zona que abarcaba Lanjarón, Órgiva y el barranco de Poqueira como avanzada nacionalista.
En la Granada insurrecta se establece el III cuerpo del Ejército, con tres divisiones, una de las cuales (la 33) cubría los límites que van de Sierra Nevada al mar, al este de Motril. En el lado gubernamental estuvo la 23 división, dependiente de la autoridad republicana de Almería, que puso su cuartel general en Berja. En mayo de 1938 se desplaza a Ugíjar y junto con la 71, que estaba en Albuñol, forman el 23 Cuerpo de Ejército.
La actividad bélica no fue intensa, habiendo escaramuzas en Órgiva, Sierra de Lújar, en el Cascajar Negro (Sierra Nevada), término de Capileira y en zonas altas de Bubión, siendo frecuentes los hostigamientos nacionalistas de las posiciones republicanas en Pórtugos, Pitres, Trevélez, Jubiles, sin que se llegase a modificar sustancialmente la línea de frente hasta terminar la guerra. A final de marzo de 1939, tras el abandono de posiciones por los republicanos, los rebeldes ocupan progresivamente La Alpujarra, completándola durante mes de abril, tras la toma de Almería.
Paralelamente a la guerra de los frentes, se produce en las retaguardias la represión de los contrarios, producto de la violencia contenida en muchos años, las graves tensiones vividas y la irrupción de personajes violentos, radicalizados por el alzamiento militar. También se destaparon odios personales y se aprovechó la ocasión para saldar rencillas particulares.
En la zona gubernamental se produjo una represión espontánea, desde abajo: Fueron perseguidos elementos de derechas y sacerdotes, se quemaron iglesias y se destruyeron otros símbolos del poder dominante y de las clases explotadoras. Lo más significativo fue la existencia, desde mayo de 1938, de un campo de trabajo en Turón para construir la carretera de este pueblo a Murtas, que conectaría el centro de La Alpujarra con Almería sin pasar por la costa, más vulnerable tras la caída de Motril. Aunque el proyecto no finalizó, por allí pasaron unos 500 presos políticos procedentes de Almería, que sufrieron bastantes penalidades, torturas y asesinatos.
En la zona sublevada, tuvo lugar una represión de Estado como estrategia para asegurar la retaguardia que alcanzó a todo el país y duró décadas. Fueron perseguidos los políticos de partidos de izquierdas y miembros de organizaciones sindicales. En el barranco del Carrizal, junto a la carretera de Órgiva a Lanjarón fueron asesinadas y enterradas con cal viva unas 5.000 personas de las que unas 350 eran de los pueblos de La Alpujarra y los demás eran traídos de otros lugares, principalmente de Jaén, Alcalá la Real y los que, tras la caída de Málaga huían hacia Almería y eran capturados por los nacionalistas. Parece que se eligió este escenario para desmoralizar a los republicanos refugiados en la cercana Sierra de Lujar y que podía presenciar desde lejos las ejecuciones.
Terminada la contienda se intentó organizar la resistencia al nuevo régimen que solo sirvió para darle muchos quebraderos de cabeza a los nuevos gobernantes y generar más inseguridad, represión y sufrimientos en las poblaciones rurales. En La Alpujarra se movían agrupaciones guerrilleras, “bandoleros” según las autoridades, “alzados”, “huidos”o “los de la sierra” en la terminología popular, que se escondieron en las montañas. Aún se recuerdan las aventuras de perso­najes como el Mota, que andaba por La Alpujarra almeriense, el Bonilla, muerto en un cortijo de Bérchules, el Saltatrenes, de Berja; los Galindos, dos hermanos de Murtas; el Tangarino, de Lucainena; el Bizco, de Júbar; el Palanca, muerto por la Guardia Civil en Cherín y Rabin, asesinado en Laroles mientras dormía. La guerra de guerrilla volvió de nuevo a La Alpujarra, esta vez pérdida de antemano por los protagonistas y sus familias que sufrieron persecución, torturas y marginación.
Fue una época difícil, en que la mayoría de las personas sufrían miedo, escasez y hambre, si bien, en esta tierra de minifundio la agricultura y ganadería familiares permitía la mínima subsistencia sin las penalidades de las cartillas de racionamiento de las zonas urbanas ni la extrema miseria de las regiones de jornaleros. Como consecuencia de la guerra civil, de la mundial y del bloqueo a España por parte de las potencias vencedoras, se produce una gran decadencia económica, que propició el amiguismo, los privilegios para los adictos al nuevo régimen y el estraperlo, lo que supuso la aparición de nuevas y grandes fortunas e incremento de la pobreza general. A ello se le sumaron algunos años de malas cosechas como la del tristemente el año 1945, denominado “año del hambre”, en que la escasez de víveres puso a muchas familias en situación insostenible. Esto produce otra gran sangría demográfi­ca debida a una importante corriente migratoria, sobre todo hacia Madrid, Cataluña, Alemania Suiza y Andorra, muy evidente en la década de los 60. Entre 1950 y 1981 se perdió aproximadamente el 50 % de la población global de La Alpujarra, lo que motivó, en 1965, la concentración de los tres partidos judi­ciales y otros servicios de parte granadina de la comarca, en Órgiva.
El nuevo régimen se acompaña de una política populista, realizando importantes mejoras en los pueblos, como instalación de agua corriente, saneamiento, alcantarillado, pavimentación de las calles y algunos avances en las comunicaciones.
El interés de La Alpujarra entre los investigadores sigue vigente en esta época, pues su aislamiento continúa fomentando ese halo de misterio que la hacen tan atractiva para los estudiosos de lo raro. El irlandés Gerard Brenan es el más conocido debido a la popularidad que ha alcanzado su obra “Al sur de Granada” y el magnifico estudio acerca de la situación de España antes de la guerra civil, publicado bajo el título “El laberinto español”. Otros fueron el suizo Jean Christian Spahni, que se afincó en Murtas en los años 50 y escribió La Alpujarra (La Andalucía secreta); el colombiano Harod López Méndez, en los años sesenta (España desconocida. La Alpujarra: Rincón misterioso), Pío Navarro (años setenta)... y un sinfín de estudiosos contemporáneos, más científicos y menos divulgados pero que, en definitiva, han contribuido mucho a disipar el halo de lo misterioso de esta tierra singular y, sobre todo, a proporcionar un conocimiento más exacto de ella.

A mediados de los años sesenta comienza el desarrollo agrí­co­la de la zona del Poniente almeriense gracias al cultivo de horta­li­­zas en invernaderos. Las corrientes migratorias de La Alpujarra se dirigen entonces a esta zona más cercana, con­clu­yendo el proce­so de despoblación de muchas localidades, pero significando también un importante freno en el descen­so demográfico de otras, cuyos habitantes, se desplazan a diario a trabajar a esas tierras. Esto aumenta el poder adquisitivo de la población, con la aparición del consumismo, la modernización de costumbres, abandono de las técnicas tradiciones de cultivo y uniformidad cultural.
A pesar de ello continúa la perdida de población en casi toda la comarca, lo que motivó la aparición de nue­vos municipios y desaparición de otros por concentración de varios de ellos, como Alpujarra de la Sierra con Yegen y Mecina Bombarón; La Taha con Pitres, Mecina Fondales y Ferreirola; la integración de Cherín y Jorairatar en el ayuntamiento de Ugíjar, y Mecina Alfahar y Nechite en el de Válor. Más tarde y por otros motivos, desapareció Benínar bajo el pantano de su nombre, integrándose Lucainena en el ayuntamiento de Alcolea e Hirmes en el de Berja.
El 4 de mayo de 1994, los reyes de España, Don Juan Carlos y Doña Sofía, realizan un corto viaje oficial por La Alpujarra, a instancias del ayuntamiento de Ugíjar, que celebraba en esas fechas el centenario de su proclamación como ciudad. Visitaron Berja, Ugíjar y Órgiva, conociendo personalmente a los alcaldes de todos los pueblos alpujarreños.
La Alpujarra comenzó el siglo XXI con una nueva proyección. La agricultura bajo plástico que tanta pobreza ha evitado en los últimos treinta años, crece ascendiendo lenta pero imparablemente por laderas y valles; las nuevas técnicas agrícolas aprendidas en el llano se van practicando en las alturas donde los invernaderos reptan por los repechos de los montes y cubren algunas vegas. Los emigrantes volvieron y muchos alpujarreños residentes en las capitales recuperan las viejas casas de sus mayores para segunda vivienda. Aunque aún se reconstruyen menos de las que la emigración destruyó, los pueblos están cambiando su aspecto. La demografía se estanca en algunos municipios porque ya las capitales no ofrecen tantas posibilidades como antes para la gente joven y algunos se aventuran a intentar nuevos medios de vida en el ámbito rural alrededor del desarrollo del turismo: se acondicionan y señalizan senderos, crecen los alojamientos rurales, los restaurantes y tiendas de recuerdos, se celebran de ferias de artesanía, de turismo, del vino, de la repostería.... La fiebre de viajar en la sociedad actual y la publicidad que entorno a ello se hace, puebla estas localidades de visitantes. La declaración de Parque Natural de Sierra Nevada, Parque Nacional en algunas zonas, en cuyos límites se ubican buena parte de los términos municipales alpujarreños es otro acicate al desarrollo, sostenible que le dicen, de la comarca, al menos en sus zonas altas, pues ya se sabe que basta que se proteja un entorno para el visitante acuda masivamente. El programa Líder y otras ayudas que se reciben, están fomentando esta nueva forma de economía que puede cambiar la fisonomía e idiosincrasia de la comarca. Además, está apareciendo un flujo lento pero constante de extranjeros, algunos de gran poder adquisitivo que acuden aquí buscando la tranquilidad y sencillez que perdieron o nunca conocieron en sus lugares de origen y otro de inmigrantes sin miedo a la dureza del campo, al aburrimiento, a la soledad, porque en sus tierras de origen todo esto lo tenía magnificado. Son los nuevos pobladores de esta tierra de poblaciones, despoblaciones y repoblaciones.

BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA:
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NOTAS:
1.- Se denominan mudéjares a los musulmanes que, tras la conquista castellana, permanecieron bajo dominio cristiano, conservando su religión y formas de vida, y muladíes a los cristianos que abrazaron el islamismo, viviendo entre musulmanes.
2.- Vestimenta a modo de camisa.
3.- Especie de calzones anchos, con perneras formando pliegues.
4.- Esta vestimenta duró en algunas zonas hasta bastante después de la expulsión de los moriscos. Los zaragüelles forman parte en la actualidad del traje regional murciano y a finales del siglo XIX aún se utilizaban de forma habitual, al menos, en el municipio de Adra.
5.- Alarcón describe La Alpujarra, los lugares que recorre y sus experiencias personales, a la vez que relaciona aquellos paisajes con la guerra de los moriscos, dando sus opiniones acerca de éstos. Charles Didier, hizo su viaje 36 años antes y con esquema parecido, publicando en 1845 un extenso artículo en la Revue de Deux Mondes, pero con un estilo muy diferente, de un realismo impresionante ¿Había leído el escritor de Guadix este artículo?; probablemente (Nota del autor).
6.- El maestro Antonio Rubio Gómez viajó en 1881 desde Almería al Mulhacem, pasando por La Alpujarra. Fruto de este viaje es el libro “Del mar al cielo, crónica de un viaje a Sierra Nevada”, con importantes estudios sobre esta cordillera y un interesante anejo sobre el enlace geodésico entre Europa y África realizado en 1872.
7.- El diario de la expedición de Olóriz, que se guarda en Instituto Olóriz de la Universidad de Granada, no fue publicado íntegramente hasta 1995, que li hizo la Caja General de Ahorros de Granada, si bien había sido consultado por muchos estudiosos, como L. Roca y N. Murillo en 1956, en un trabajo no publicado, que fue premiado por la Academia de Medicina de Granada, y Juan del Pino Artacho que realizó su tesis doctoral con los datos recogidos por Olóriz, publicada por la Universidad de Málaga 1978, bajo el título de Sociología de La Alpujarra (Análisis de un cuestionario aplicado en 1894).

9 comentarios:

  1. Una completa revisión de toda la historia de la Alpujarra.

    Lo que va deparar el futuro es una incógnita, ya que se encuentra hoy día, y en mi modesta opinión,en una situación que calificaría como de "cruce de caminos". Dependiendo del que se tome, así irán las cosas. O dcho de otra forma, su futuro está muy abierto a varias alternativas.

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  2. Pues sí. Está en un cruce de caminos al que yo he llamado punto de inflexión, porque ni va a continuar como era ni a volver a como fe en el pasado. La cuestión es si irá a mejor o peor.

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  3. Quiero felicitar a Juan Manuel por la estupenda e interesante narración histórica con la que nos ha obsequiado, comó un aguinaldo navideño, y darle las gracias por volvernos a mostrar a, los amantes de la Historia, unos acontecimientos que en la época de estudiantes "olvidaron" los profesionales de la enseñanza oficial. Enhorabuena y adelante con la tarea. Un saludo.

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  4. Muchas gracias a todos por los elogios. Me algro que os haya parecido útil.

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  5. He tenido que leerme el artículo varias veces,tanta información de golpe no estoy acostumbrado a asimilar.Es un artículo excelente,del cual los benineros también hemos sido y seguiremos siendo protagonistas.Buén trabajo,Juan Manuel.
    Saludos cordiales.
    Juan Gutiérrez.

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  6. porfavor alguien me podria dar informacion sobre un acontecimiento ? el manco de pitres, elguien sabe algo? por favor si alguien sabe que me lo comunique. necesito informacion. soledad lopez . 972 568150

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  7. Me a encantado... soy catalán pero tengo raíces de Laroles y cherin... me interesa conocer la historia de la tierra de mis padres. Gracias por este trabajo tan elaborado.

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  8. A mi también me ha encantado.Otro catalán con raíces en Berja.

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