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sábado, 3 de octubre de 2009

El médico que se quedó con nosotros

De pequeño me contaron muchas historias de un médico que llegó a nuestro pueblo en el correo con su Señora, dos maletas y un bastón, el cual le servía para apoyarse dado que ya era mayor y le era necesario. Los Benineros quedaron extrañados y había toda clase de comentarios a tal evento, pero no por ello, como eran acogedores, pronto el médico y su Señora tuvieron al pueblo con ellos.


El médico se llamaba D. Emilio Durán Mediavilla. El médico atendía a Darrical, Lucainena, Hirmes y Benínar. Para poder atender a estos diferentes pueblos necesitaba un medio de transporte y él usaba uno muy de acuerdo con los tiempos que corrían que era una borriquilla marrón oscura y, cuando ésta la tenía su dueño ocupada, le dejaban una parda. Los propietarios de estos animales los aparejaban con sus mejores atuendos.


Recuerdo el verle subido en ellas para ir a los pueblos a los que visitaba una o dos veces por semana, dependiendo de cómo se encontraran los enfermos; o si le venían a buscar, él siempre utilizaba su borriquilla para ir a visitar a sus enfermos.

Era un hombre con una edad creo que pasados los 50 años, que siempre llevaba la cabeza afeitada, así como su bastón para apoyarse. Era muy educado y cuidaba mucho su aspecto físico, puedo decir que desde el propio bastón hasta su cabeza. Él era diabético, enfermedad ahora muy normal, pero entonces era el único del pueblo.
Este médico fue el que utilizó por primera vez la casa conocida por todos como la casa del médico. Recuerdo la casa y sus distribución. Tenía dos plantas: en la planta baja tenía su garaje y su cocina y salón, sala de visitas y sala de curas, y en la planta superior salón y dormitorios y baño. Para todos era extraño. Alrededor tenía un pasillo para dar paso al garaje, así como un pequeño jardín, todo ello cercado por un muro. La puerta principal daba a la carretera y quedaba la casa a unos 100 metros de la Ermita.


En aquellos años no había Seguridad Social y si alguna familia la tenía era un caso aislado, pero existía la iguala, que era una pequeña cuota mensual que se pagaba al médico para complementar sus honorarios y tener sus servicios. En aquellos años los sueldos de los médicos como los de los maestros no serían gran cosa, aunque no por ello voy a decir que quien pagaba la iguala estuviese mejor. Eran años difíciles pero en Benínar teníamos la inmensa mayoría para no irnos a dormir sin comer.


Me contaban como a un niño de 5 o 6 años que estaba de vez en cuando enfermo y el médico decidió hacerle un análisis de sangre, cosa no habitual. Pero el médico quería saber qué tenía para curarle y, aunque a él le temblaba un poco las manos, y con el permiso de sus padres se puso a hacerlo. A este chico lo sentaron en un sillón de un peluquero, le tuvieron que atar manos y pies para poder extraerle sangre. Los gritos seguro que se oían en todo el barrio, pero tengo que deciros que las agujas que se utilizaban no eran desechables, así que se hervían y a volver a usar la punta que no estaba fina, ni el grueso de la aguja era como las de ahora. Y después de dos intentos y de estar sudando el medico, una señora le dijo: "Don Emilio ¿me deja que lo intente yo? Y él no lo dudó y le dijo haz, y así fue.


Una vez hecho el análisis dijo este chico tiene “acetona“, algo que ahora no tiene la menor importancia. Pues bien, le puso su tratamiento y en pocos días estaba curado.


Me contaron que en otra ocasión a un obrero que estaba trabajando haciendo leña, es decir de los troncos muy gruesos. Para hacerlos útiles se rajaban con herramientas como cuñas de hierro y dando golpes sobre éstas con una maza de hierro de 5 Kilos se lograba abrir el tronco. Pues bien, me explicaron que un operario sujetaba la cuña de hierro y otro daba el golpe con la maza hasta abrir el tronco. Se utilizaban varias cuñas y de diferente grueso.


Pues bien, realizando este trabajo, la maza fue a la mano de uno de los operarios y le destrozó la mano. Hubo suerte que el accidente ocurrió a unos 500 metros de la casa del médico, y allí le llevaron al accidentado y este doctor le intervino inmediatamente. Los medios que tenía os lo podéis imaginar: os estoy hablando sobre el año 1952,. El pánico entre los benineros y no digamos de la familia era general, pero ese obrero pasados más de un mes y después de una observación diaria por parte del medico, su mano se fue recuperando. Tenía muchos puntos y tablas puestas en los dedos, pero esa mano quedó curada y útil para seguir trabajando. Como es lógico, le quedaron marcas para toda la vida, pero sus dedos, no en todas sus articulaciones pero sí en la mayoría, las podía mover.

En otra ocasión una niña de apenas unos tres años tenia una infección intestinal y su vientre estaba inflamado y con 40 de fiebre. La niña estaba en una sala y en su cuna y el médico apoyándose en su bastón venia a verla dos veces al día. En la habitación y alrededor de la niña muchas señoras todas de luto, la situación se volvió dramática. Los padres le pedían al médico qué se podía hacer. La solución era solo traer hielo para ponérselo en el vientre e ir a la farmacéutica D.ª Soledad a ver si le había llegado algo nuevo.


El padre alquiló un coche llamado la Rubia y se fue a Berja. Compró la barra de hielo la envolvió en paja, se fué a la Farmacia de Dª Soledad, le explicó lo dicho por el médico y dijo: "ha venido un jarabe nuevo que se lo puede llevar y que Don Emilio decida".


Don Emilio esperó la vuelta de Berja y mandó colocar una bolsa de hielo en el vientre de la niña. Dicha bolsa estaba atada al techo para que su peso no le presionara asi como, una vez leído el prospecto del jarabe, mandó darle inmediatamente una cucharadita, y a las ocho horas otra. Pues bien, a las doce horas la niña empezó a abrir los ojos y a bajarle la fiebre, a los pocos días correteaba por la calle. Hoy día es abuela. Ella seguro que no se acuerda, pero fue así. Y esto lo redacto así porque este hombre, Don Emilio, hizo todo cuanto podía por curar a los benineros/as.


Su familia decidió que sus restos descansaran en Benínar, y en nuestro cementerio, pues una señora que igual él salvó, se preocupó de trasladar sus restos al nuevo cementerio, y descansa junto a otro beninero. En la lápida figuran ambos nombres. No estaría nada de más hacer algo para que esa sepultura no pase desapercibida. Sé que cuando yo he ido la he visto y hay quien le recuerda y le pone algunas flores. Asi sucedieron estos hechos y con emoción os los trasmito.

Pepe de Angustias

También asistió algún parto complicado, de los que por aquel entonces era de alto riesgo, con un éxito absoluto.

2 comentarios:

  1. Su nieto Emilio, haber si nos manda alguna foto de su abuelo, creo aque aveces nos lee.
    Saludos Emilio

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  2. Pepe, muy emotivo tu relato.

    Historias como ésta son de mucho interés, sobre todo si se cuentan con el corazón y con tanto detalle, como lo has hecho tú.

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