LA ALAMEDA II.
Sin dudar el disfrute pleno era ver la burra broceando en el lomo de la acequia de la Mecila.
En éste punto coincidimos casi todos los benineros: Contemplar a nuestros animales brocear.
Quizás era el mejor premio, - la gratitud, - que se le podía dar a los que incondicionalmente, - los mulos-as, burros-as, - nos acompañaban desde amanecer hasta la vuelta a casa ya casi de noche, con los brazos partíos, del pulso mantenido con el secano.
Aquella generación de benineros fue la última con capacidad para valorar la ayuda prestada por los animales de compañía a todos los alpujarreños, desde que en La Alpujarra se comenzase a levantar los balates.
Recuerdo que en Beninar se solía decir cuando se cruzaban dos paisanos, los que llegaban o salían del pueblo:
“Vamos a arar”. “Vamos a barcinar”. “Vamos a por agua”.
Los benineros-as, utilizaban la palabra, “vamos”, refiriéndose a la pareja formada por el animal y su dueño.
Los momentos más relajantes siempre fueron los que llegaban a Beninar. El animal cargado de sacos de aceituna, de almendra, de capachos dejando un reguero a olor a albaricoque, de brevas, de, … En éste caso el beninero delante el animal detrás. El beninero cortando los restos de pan duro, - el que había estado colgado todo el día, dentro de un cenacho o en una talega al sol, - con su navaja corva y el animal acercando su hocico para roer aquel pan, ambos lo comparten hasta que la talega o el cenacho, se pone boca abajo como expresión de terminar, no solo el pan, también el día y ambos juntos.
Años después, cuando los benineros nos volvemos a encontrar, nos acordamos de todo, pero de forma especial de aquellos animales que pusieron el 50%, para que la familia saliese adelante.
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