Lola Díaz tuvo suerte de dar con un hombre tan
bueno, trabajador y apañado como Antonio Sánchez Sánchez (de Rosendo), pero él
también tuvo mucha al encontrarla, porque sin ella no hubiera podido vivir.
Hijo de Rosendo y de Dolores tenía dos hermanos, uno Juan ya fallecido, padre
de Juanito, y el otro Pepe el marido de
Marina.
Antonio el de Rosendo
Siempre lo he visto trabajando, sabiendo hacer de
todo y bien. Era y sigue siendo un maestro electricista, albañil, alambrador,
curando naranjos, cortando uva, llevando su labor agrícola, etc.
De albañil trabajaba haciendo reformas en las
casas pero también se dedicaba a reparaciones de las calles, la fuente pública
y el cementerio por cuenta del Ayuntamiento. A veces te lo encontrabas con una
escalera larga revisando el alumbrado público. Un año que estuvimos (yo
participé) poniendo el alumbrado para San Roque, consistente en un cordón que
iba de una parte a otra de la plaza del que colgaban dos bombillas gordas de
150 W, que llamábamos focos, el trabajo ya estaba hecho, pero faltaba
conectarlos con la red eléctrica y entonces no habían enchufes, fichas de
conexión ni diferenciales para quitar la corriente, y vino Antonio el de
Rosendo, se subió a la escalera y enganchó los cables a los de las luces de las
calles retorciéndolos con unos alicates. Yo me quedé asombrado de que no le
diera calambre y es que se había fabricado él lo que se inventaría más tarde,
colocando dos trozos de tubería de goma en los brazos del alicate. Ahora cuando
me venden todas las herramientas modernas con aislante para que no te dé la
corriente, me acuerdo del invento de
Antonio.
En las fiestas ponía un kiosco en la plaza, en los
bajos del Ayuntamiento o en la Escuelilla, con un toldo sujeto con palos
adornados con haces de cañaveras. ¡Qué buenas estaban aquellas gaseosas!, unos
botellines ondulados haciendo como pequeños michelines en el cristal, que
enfriaban en unos latones redondos, grandes, llenos de agua y trozos de nieve;
pero, lo que nunca olvidaremos, son los vasos que tomábamos de aguanive hecha
de fresa o de avellana.
Contaba cosas muy graciosas como si estuviera
hablando en serio, con lo que siempre lo pasabas bien a su lado. Un ejemplo,
estábamos trabajando cortando uva en la Vegueta y habló de su cabra que era muy
buena, pero que la única falta que tenía... y dijo 14 o 15 defectos a cual más
grave: que roía la corteza de los troncos de los árboles, se empinaba y comía
la fruta, etc. con lo que todos nos quedamos perplejos pensando que no tenía
nada de celebrar aquella cabra. ¿Se acordará él de esto?.
Hay oficios en los que Antonio fue innovador,
trayendo la modernidad al pueblo. Me refiero a cuando curaba los naranjos e
hizo los parrales.
Curando naranjos
Fijaros que había muchos naranjos y curarlos con
un bombín manual, o con la típica sulfatadora de mochila colgada a la espalda,
era un auténtico suplicio, porque no terminabas nunca. Pero una labor tan
penosa como echar insecticida, gracias a Antonio se volvió fácil. Él tuvo el
acierto de invertir su dinero en la compra de una gran máquina, que hacía en un
rato lo que nos llevaba entonces varios días.
Me acuerdo verle llegar al bancal, con la burra
cargada con la sulfatadora en todo lo alto y en las aguaderas llevaba los
arreos. Tenía la forma de bidón grande, con el mecanismo en la parte de arriba.
Le ayudábamos a bajarla e inmediatamente le ponía insecticida y agua que le
acarreábamos en cubos desde el brazal que pasaba por allí. Cuando la ponía a
funcionar era un surtidor que soltaba una nube gigante de líquido pulverizado
y, como la goma era muy larga, Antonio
pasaba de un naranjo a otro, dando tiempo
prácticamente a llegar a todos con un solo depósito y sin mover la máquina. Unidamente se le
tenía que dar, de vez en cuando, a la palanca para cargar la bomba, y de eso me
encargaba yo que lo hacía con mucho gusto.
Lo que más recuerdo es que usaba siempre el mismo
insecticida y oírle decir, una y otra vez, que si el Volck Verano esto, que si
el Volck Verano aquello..., por eso me gustaría preguntar a Antonio si recuerda
aquella lata amarilla en donde venía el insecticida que empleaba. La llevaba a todos
lados y, para abrir la tapa que tenía redonda, era necesario emplear un
destornillador a modo de palanca y luego diluir el producto, que era como
aceite de color lechoso, en un cubo con agua. Servía para quitarle a los
naranjos una especie de ceniza que les daba en las hojas.
Alambraor
No sé como aprendió este oficio pero se le daba
bien y, no solamente hizo parrales en Benínar, sino en otros lugares cercanos y
más lejanos. Concretamente, estando en el pueblo, fue muchas temporadas a un lugar
llamado Campohermoso de Níjar.
En aquella época muchas tierras de cultivo se
pusieron de parrales que iban cogiendo auge, llegando a ser la uva la principal
cosecha del pueblo. Porque se hacían para las parras de “uvas de embarque”,
llamadas así por tener el aguante necesario para poder transportarse al
extranjero metidas en barriles en las bodegas de los barcos, que entonces no
tenían contenedores frigoríficos. Estábamos cortando la uva y hacían
comentarios sobre quienes se las comerían y decían que las nuestras las
enviaban a India, desde el puerto de Almería.
Cuando alambrábamos se notaba que Antonio era el
que dirigía, pero con la gracia que tiene siempre. Empezaba por poner los palos
de las cuatro esquinas que eran los que sujetaban el parral, él quería que
fueran de olivo porque le daban confianza. Decía que los de eucalipto eran más
bonicos pero no mejores. Lo de los muertos a mi me llamaba la atención:
preparaba una piedra alargada, atada con dos alambres retorcidos y la metíamos
en el fondo del hollo, que luego se atacaba con piedras y tierra. El alambre
que salía servía para anclar el palo esquinero, pero luego parecía que no
podías pasar al lado sin cogerte y se movía todo el parral. Cuando el muerto se
hacía en la base del balate en la parata de más abajo, hasta allí llegaba el
alambre y era ideal para hacer escalada subiendo agarrándote al mismo, poniendo
los pies en las piedras del muro.
Lo que más recuerdo son las herramientas que
utilizaba, como aquella sierra que se tenía que tensar constantemente, dándole
vueltas a un trozo de madera atado a una cuerda que tenía. Igualmente la llave
de hierro, que parecía un puñal con el mango y unos agujeros en la hoja. ¡Qué
habilidad tenía Antonio para retorcer los alambres con aquella llave!. El manejo
de las trócolas, como carruchas dobles unidas por cuerdas, era muy interesante
porque permitían tensar los alambres con menor esfuerzo.
El último parral que hicimos fue en unas paratas
que teníamos en Hirmes y vino Antonio a hacerlo. Quiero destacar dos cosas y
una es que con los alambres que sobraron, parte de un rollo de alambre gordo y
de otro fino, me hice aquí un pequeño parral, lo que es un recuerdo permanente
de aquella tierra que nos hace tanto tilín.
La otra cosa es una anécdota que voy a contar.
Resulta que el día de Hirmes, por la tarde, Antonio y mi padre pensaron
quedarse para el día siguiente, porque no se había terminado el parral, y que
yo regresara al pueblo para que no se preocuparan y traer la comida. A mi me
pareció bien por no tener que dormir en la casa de allí, porque estaba de
almacén, sin ninguna comodidad, ni camas... (He puesto una foto, que es copia
de una de Pepe el de Angustias, recordando aquella casa que existe
prácticamente igual que como estaba entonces. !Gracias Pepe por todas tus
fotos¡). El viaje que hice aquel día fue algo accidentado hasta el pueblo; de
unos cuatro kilómetros, se hacía por una vereda que era la cuesta de Hirmes,
que pasaba por lugares cuyos nombres impresionaban nada más oirlos, como la cueva
de los muertos y el peñón de la vieja.
Llevé conmigo el mulo, más para traerme la carga
que para ir montado, porque desde pequeño estaba acostumbrado a ir con la burra
y cuando iba solo se asustaba. Pensad que vais por un camino estrecho, con un
precipicio al lado y que se asuste. Por eso comencé a bajar tirando de él,
atrochando desde donde estábamos intentando encontrar el camino, pero llegué a
un lugar sin salida, teniendo que saltar por un pequeño balate a punto de
herirse sobre todo el mulo. Luego me dio regomello de lo que podía haber pasado
y de lo que me hubieran regañado, y estando en eso se atravesó delante la
culebra más larga que he visto en mi vida viva. Aunque ni siquiera se fijó en
mi, el corazón se me puso latiendo al máximo, que parecía que se salía del
pecho.
Bueno, pues continué y cuando llegué a la parte
llana, donde el camino sigue por medio de la ramblilla, decidí subirme en el
mulo porque yo era muy buen jinete en aquella época; pero, nada más montarme,
salió corriendo como asustado, haciendo como en esos espectáculos de rodeo en
que se suben en un toro o en un caballo y trata de tirarlos, amagaba la cabeza
y al mismo tiempo subía por detrás las patas para librarse de la montura. No
obedecía mis órdenes y pensé que terminaría lanzándome por los aires. En
cuestión de segundos iba examinando el suelo, de arena pero con muchas piedras
sueltas, cogido con todas las fuerzas con los brazos y los pies; aguantaba
mientras me pasaba por la imaginación que seguro que no me encontrarían hasta el día siguiente, ¡qué
sabe Dios! cuando me buscarían unos pensando que estaba en Hirmes y los otros
que en Benínar. Fue entonces cuando dije ¡sooo!, que lo había dicho antes
muchas veces y no había servido de nada, pero en esta ocasión se paró el mulo
milagrosamente continuando andando como
si no hubiera pasado nada, solamente mirando a un lado y a otro asustado, por
lo que rápidamente puse los pies en la tierra. No quiero decir como me sentía y
ni para abajo ni para arriba de regreso me volví a montar. Os pongo una foto de
aquel mulo, que era muy bueno pero que tenía esa falta cuando no iba con la
burra.
Finalmente quiero hacer mención a que Antonio el
de Rosendo, y también Lola, son muy dados a ayudar a los que lo necesitan,
entonces lo hacían trayendo agua a quien no tenía medios o echando launa al
terrao para tapar una gotera, etc.
Manuel Maldonado,
Marzo de 2013.
Qué de recuerdos juntos.
ResponderEliminarUna maestra de Hirmes (que fue compañera de mi madre estudiando en Almería) me preparó (cuando yo tenía entre ocho o nueve años) para que entrase en primero en un colegio interno en la capital. Mi burra (la tía trina) y yo hicimos dicho trayecto unas cuantas veces.
Manuel: Tienes tu mente llena de recuerdos maravillosos, y sabes como compartirlos con los demás.
ResponderEliminarLeyendo lo que escribes sobre Antonio, seguro que a muchos se nos refresca la memoria, y recordamos cientos de anécdotas muy parecidas. Benínar... para siempre.
Deseo que ayer pasarais un buén día, celebrando el santo de las Pepas. Un abrazo, y besos para ellas dos.
Gracias Juan, por lo atento que eres siempre.
EliminarAyer lo pasamos muy bien en familia y mi hermana me comentó que habló con tu Mª Teresa.
Un abrazo,
Manuel
Tengo el gusto de expresar lo que siento ante el reconocimiento a toda la vida de "Lola Díaz y Antonio El De Rosendo".Escribiendo estas líneas, no sé muy bien como empezar pero estoy convencida que serán unas palabras cargadas de gratificación, y cómo no,de admiración hacia ellos.
ResponderEliminarEn primer lugar, quiero dar las gracias especialmente a Manuel Maldonado, por proporcionar luz y forma a este homenaje,tampoco me puedo olvidar de mis paisanos Juan Gutiérrez("Juan de Constanza")y Paco Ramón por sus numerosas muestras de cariño.Gracias a ustedes ha quedado plasmada la vida de mis padres en su adorado pueblo de Benínar.Manuel, como todo un verdadero profesional ha narrado vivencias, costumbres, anécdotas, en definitiva, el modo de vida de Lola y Antonio.Han aflorado en mí muchos sentimientos y recuerdos de aquellos años inolvidalbles que pasé en este pueblo, al que siempre llevo en el corazón.¡Qué años aquellos!
Por otro lado, no quiero acabar mi comentario sin antes manifestar el orgullo que siento como hija de tener como padres a estas magníficas personas.Me siento afortunada de que ellos me hayan dado la vida, ya que, han sido y siguen siendo para mí, un ejemplo a seguir y un espejo en el cual mirarme siempre.La generosidad y el cariño con los demás son unos valores que he conocido también gracias a ellos.Ese afán de superación día a día y constancia en la vida le han ayudado para seguir un camino en el cual, no sólo han pasado buenos momentos sino también algunos más díficiles. Pero ahí han estado ellos siempre.
Por último, voy a reiterar el profundo agradecimiento a todos aquellos que han aportado su granito de arena para llevar esta idea a cabo.Como bien empezaba esta historia en el blog, pienso que Lola Díaz y Antonio Sánchez El De Rosendo tampoco hubieran sido los mismos sin sus paisanos,sus queridos benineros y su pueblo, Benínar.
Me despido con un fuerte abrazo.
Encarna Mari Sánchez Díaz ( Hija de Lola y Antonio)