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domingo, 17 de marzo de 2013

LOLA DÍAZ Y ANTONIO EL DE ROSENDO (PARTE SEGUNDA)



 

Lola Díaz tuvo suerte de dar con un hombre tan bueno, trabajador y apañado como Antonio Sánchez Sánchez (de Rosendo), pero él también tuvo mucha al encontrarla, porque sin ella no hubiera podido vivir. Hijo de Rosendo y de Dolores tenía dos hermanos, uno Juan ya fallecido, padre de Juanito, y  el otro Pepe el marido de Marina.
 
Antonio el de Rosendo
 
Siempre lo he visto trabajando, sabiendo hacer de todo y bien. Era y sigue siendo un maestro electricista, albañil, alambrador, curando naranjos, cortando uva, llevando su labor agrícola, etc.
 
De albañil trabajaba haciendo reformas en las casas pero también se dedicaba a reparaciones de las calles, la fuente pública y el cementerio por cuenta del Ayuntamiento. A veces te lo encontrabas con una escalera larga revisando el alumbrado público. Un año que estuvimos (yo participé) poniendo el alumbrado para San Roque, consistente en un cordón que iba de una parte a otra de la plaza del que colgaban dos bombillas gordas de 150 W, que llamábamos focos, el trabajo ya estaba hecho, pero faltaba conectarlos con la red eléctrica y entonces no habían enchufes, fichas de conexión ni diferenciales para quitar la corriente, y vino Antonio el de Rosendo, se subió a la escalera y enganchó los cables a los de las luces de las calles retorciéndolos con unos alicates. Yo me quedé asombrado de que no le diera calambre y es que se había fabricado él lo que se inventaría más tarde, colocando dos trozos de tubería de goma en los brazos del alicate. Ahora cuando me venden todas las herramientas modernas con aislante para que no te dé la corriente, me acuerdo del  invento de Antonio.
 
En las fiestas ponía un kiosco en la plaza, en los bajos del Ayuntamiento o en la Escuelilla, con un toldo sujeto con palos adornados con haces de cañaveras. ¡Qué buenas estaban aquellas gaseosas!, unos botellines ondulados haciendo como pequeños michelines en el cristal, que enfriaban en unos latones redondos, grandes, llenos de agua y trozos de nieve; pero, lo que nunca olvidaremos, son los vasos que tomábamos de aguanive hecha de fresa o de avellana. 
 
Contaba cosas muy graciosas como si estuviera hablando en serio, con lo que siempre lo pasabas bien a su lado. Un ejemplo, estábamos trabajando cortando uva en la Vegueta y habló de su cabra que era muy buena, pero que la única falta que tenía... y dijo 14 o 15 defectos a cual más grave: que roía la corteza de los troncos de los árboles, se empinaba y comía la fruta, etc. con lo que todos nos quedamos perplejos pensando que no tenía nada de celebrar aquella cabra. ¿Se acordará él de esto?.
 
Hay oficios en los que Antonio fue innovador, trayendo la modernidad al pueblo. Me refiero a cuando curaba los naranjos e hizo los parrales.
 
Curando naranjos
 
Fijaros que había muchos naranjos y curarlos con un bombín manual, o con la típica sulfatadora de mochila colgada a la espalda, era un auténtico suplicio, porque no terminabas nunca. Pero una labor tan penosa como echar insecticida, gracias a Antonio se volvió fácil. Él tuvo el acierto de invertir su dinero en la compra de una gran máquina, que hacía en un rato lo que nos llevaba entonces varios días.
 
Me acuerdo verle llegar al bancal, con la burra cargada con la sulfatadora en todo lo alto y en las aguaderas llevaba los arreos. Tenía la forma de bidón grande, con el mecanismo en la parte de arriba. Le ayudábamos a bajarla e inmediatamente le ponía insecticida y agua que le acarreábamos en cubos desde el brazal que pasaba por allí. Cuando la ponía a funcionar era un surtidor que soltaba una nube gigante de líquido pulverizado y, como  la goma era muy larga, Antonio pasaba de un naranjo  a otro, dando tiempo prácticamente a llegar a todos con un solo depósito  y sin mover la máquina. Unidamente se le tenía que dar, de vez en cuando, a la palanca para cargar la bomba, y de eso me encargaba yo que lo hacía con mucho gusto.
 
Lo que más recuerdo es que usaba siempre el mismo insecticida y oírle decir, una y otra vez, que si el Volck Verano esto, que si el Volck Verano aquello..., por eso me gustaría preguntar a Antonio si recuerda aquella lata amarilla en donde venía el insecticida que empleaba. La llevaba a todos lados y, para abrir la tapa que tenía redonda, era necesario emplear un destornillador a modo de palanca y luego diluir el producto, que era como aceite de color lechoso, en un cubo con agua. Servía para quitarle a los naranjos una especie de ceniza que les daba en las hojas.
 

 

 

Alambraor
 
No sé como aprendió este oficio pero se le daba bien y, no solamente hizo parrales en Benínar, sino en otros lugares cercanos y más lejanos. Concretamente, estando en el pueblo, fue muchas temporadas a un lugar llamado Campohermoso de Níjar.
 
En aquella época muchas tierras de cultivo se pusieron de parrales que iban cogiendo auge, llegando a ser la uva la principal cosecha del pueblo. Porque se hacían para las parras de “uvas de embarque”, llamadas así por tener el aguante necesario para poder transportarse al extranjero metidas en barriles en las bodegas de los barcos, que entonces no tenían contenedores frigoríficos. Estábamos cortando la uva y hacían comentarios sobre quienes se las comerían y decían que las nuestras las enviaban a India, desde el puerto de Almería.
 
Cuando alambrábamos se notaba que Antonio era el que dirigía, pero con la gracia que tiene siempre. Empezaba por poner los palos de las cuatro esquinas que eran los que sujetaban el parral, él quería que fueran de olivo porque le daban confianza. Decía que los de eucalipto eran más bonicos pero no mejores. Lo de los muertos a mi me llamaba la atención: preparaba una piedra alargada, atada con dos alambres retorcidos y la metíamos en el fondo del hollo, que luego se atacaba con piedras y tierra. El alambre que salía servía para anclar el palo esquinero, pero luego parecía que no podías pasar al lado sin cogerte y se movía todo el parral. Cuando el muerto se hacía en la base del balate en la parata de más abajo, hasta allí llegaba el alambre y era ideal para hacer escalada subiendo agarrándote al mismo, poniendo los pies en las piedras del muro.
 
Lo que más recuerdo son las herramientas que utilizaba, como aquella sierra que se tenía que tensar constantemente, dándole vueltas a un trozo de madera atado a una cuerda que tenía. Igualmente la llave de hierro, que parecía un puñal con el mango y unos agujeros en la hoja. ¡Qué habilidad tenía Antonio para retorcer los alambres con aquella llave!. El manejo de las trócolas, como carruchas dobles unidas por cuerdas, era muy interesante porque permitían tensar los alambres con menor esfuerzo.
 
El último parral que hicimos fue en unas paratas que teníamos en Hirmes y vino Antonio a hacerlo. Quiero destacar dos cosas y una es que con los alambres que sobraron, parte de un rollo de alambre gordo y de otro fino, me hice aquí un pequeño parral, lo que es un recuerdo permanente de aquella tierra que nos hace tanto tilín.





La otra cosa es una anécdota que voy a contar. Resulta que el día de Hirmes, por la tarde, Antonio y mi padre pensaron quedarse para el día siguiente, porque no se había terminado el parral, y que yo regresara al pueblo para que no se preocuparan y traer la comida. A mi me pareció bien por no tener que dormir en la casa de allí, porque estaba de almacén, sin ninguna comodidad, ni camas... (He puesto una foto, que es copia de una de Pepe el de Angustias, recordando aquella casa que existe prácticamente igual que como estaba entonces. !Gracias Pepe por todas tus fotos¡). El viaje que hice aquel día fue algo accidentado hasta el pueblo; de unos cuatro kilómetros, se hacía por una vereda que era la cuesta de Hirmes, que pasaba por lugares cuyos nombres impresionaban nada más oirlos, como la cueva de los muertos y el peñón de la vieja.
 
Llevé conmigo el mulo, más para traerme la carga que para ir montado, porque desde pequeño estaba acostumbrado a ir con la burra y cuando iba solo se asustaba. Pensad que vais por un camino estrecho, con un precipicio al lado y que se asuste. Por eso comencé a bajar tirando de él, atrochando desde donde estábamos intentando encontrar el camino, pero llegué a un lugar sin salida, teniendo que saltar por un pequeño balate a punto de herirse sobre todo el mulo. Luego me dio regomello de lo que podía haber pasado y de lo que me hubieran regañado, y estando en eso se atravesó delante la culebra más larga que he visto en mi vida viva. Aunque ni siquiera se fijó en mi, el corazón se me puso latiendo al máximo, que parecía que se salía del pecho.






Bueno, pues continué y cuando llegué a la parte llana, donde el camino sigue por medio de la ramblilla, decidí subirme en el mulo porque yo era muy buen jinete en aquella época; pero, nada más montarme, salió corriendo como asustado, haciendo como en esos espectáculos de rodeo en que se suben en un toro o en un caballo y trata de tirarlos, amagaba la cabeza y al mismo tiempo subía por detrás las patas para librarse de la montura. No obedecía mis órdenes y pensé que terminaría lanzándome por los aires. En cuestión de segundos iba examinando el suelo, de arena pero con muchas piedras sueltas, cogido con todas las fuerzas con los brazos y los pies; aguantaba mientras me pasaba por la imaginación que seguro que no  me encontrarían hasta el día siguiente, ¡qué sabe Dios! cuando me buscarían unos pensando que estaba en Hirmes y los otros que en Benínar. Fue entonces cuando dije ¡sooo!, que lo había dicho antes muchas veces y no había servido de nada, pero en esta ocasión se paró el mulo milagrosamente continuando  andando como si no hubiera pasado nada, solamente mirando a un lado y a otro asustado, por lo que rápidamente puse los pies en la tierra. No quiero decir como me sentía y ni para abajo ni para arriba de regreso me volví a montar. Os pongo una foto de aquel mulo, que era muy bueno pero que tenía esa falta cuando no iba con la burra.
 
Finalmente quiero hacer mención a que Antonio el de Rosendo, y también Lola, son muy dados a ayudar a los que lo necesitan, entonces lo hacían trayendo agua a quien no tenía medios o echando launa al terrao para tapar una gotera, etc.

 
(ESTA HISTORIA CONTINÚA)

 
Manuel Maldonado, Marzo de 2013.


 

4 comentarios:

  1. Qué de recuerdos juntos.
    Una maestra de Hirmes (que fue compañera de mi madre estudiando en Almería) me preparó (cuando yo tenía entre ocho o nueve años) para que entrase en primero en un colegio interno en la capital. Mi burra (la tía trina) y yo hicimos dicho trayecto unas cuantas veces.

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  2. Manuel: Tienes tu mente llena de recuerdos maravillosos, y sabes como compartirlos con los demás.
    Leyendo lo que escribes sobre Antonio, seguro que a muchos se nos refresca la memoria, y recordamos cientos de anécdotas muy parecidas. Benínar... para siempre.

    Deseo que ayer pasarais un buén día, celebrando el santo de las Pepas. Un abrazo, y besos para ellas dos.

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    1. Gracias Juan, por lo atento que eres siempre.

      Ayer lo pasamos muy bien en familia y mi hermana me comentó que habló con tu Mª Teresa.

      Un abrazo,

      Manuel

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  3. Tengo el gusto de expresar lo que siento ante el reconocimiento a toda la vida de "Lola Díaz y Antonio El De Rosendo".Escribiendo estas líneas, no sé muy bien como empezar pero estoy convencida que serán unas palabras cargadas de gratificación, y cómo no,de admiración hacia ellos.
    En primer lugar, quiero dar las gracias especialmente a Manuel Maldonado, por proporcionar luz y forma a este homenaje,tampoco me puedo olvidar de mis paisanos Juan Gutiérrez("Juan de Constanza")y Paco Ramón por sus numerosas muestras de cariño.Gracias a ustedes ha quedado plasmada la vida de mis padres en su adorado pueblo de Benínar.Manuel, como todo un verdadero profesional ha narrado vivencias, costumbres, anécdotas, en definitiva, el modo de vida de Lola y Antonio.Han aflorado en mí muchos sentimientos y recuerdos de aquellos años inolvidalbles que pasé en este pueblo, al que siempre llevo en el corazón.¡Qué años aquellos!

    Por otro lado, no quiero acabar mi comentario sin antes manifestar el orgullo que siento como hija de tener como padres a estas magníficas personas.Me siento afortunada de que ellos me hayan dado la vida, ya que, han sido y siguen siendo para mí, un ejemplo a seguir y un espejo en el cual mirarme siempre.La generosidad y el cariño con los demás son unos valores que he conocido también gracias a ellos.Ese afán de superación día a día y constancia en la vida le han ayudado para seguir un camino en el cual, no sólo han pasado buenos momentos sino también algunos más díficiles. Pero ahí han estado ellos siempre.
    Por último, voy a reiterar el profundo agradecimiento a todos aquellos que han aportado su granito de arena para llevar esta idea a cabo.Como bien empezaba esta historia en el blog, pienso que Lola Díaz y Antonio Sánchez El De Rosendo tampoco hubieran sido los mismos sin sus paisanos,sus queridos benineros y su pueblo, Benínar.
    Me despido con un fuerte abrazo.
    Encarna Mari Sánchez Díaz ( Hija de Lola y Antonio)

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