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lunes, 24 de septiembre de 2012

SIEMPRE EXISTIRÁ UN AYER



El Beso, (1886). August Rodin.

Expresión corporal del deseo y la debilidad de la pasión humana que aporta gran intensidad, exaltado erotismo y conmovedora emoción a un insensible mármol. Un beso que cincela el idioma del amor sobre un frío y blanco mineral.

*
Amantes ut apes vitam mellitam exigunt 
(Los amantes como las abejas hacen la vida dulce como la miel) 

Este texto apareció escrito en una casa de Pompeya denominada desde entonces: Casa de los amantes.
- - - Las heridas siempre cicatrizan si hay amor verdadero que las cure pero el amor no se aprende con razones; se siente o no. Cuando se ama no hay que buscarle interpretaciones al sentimiento.

Los cuentos son para dormir a los niños y para despertar a los adultos(cita budista). Así empiezan los cuentos:

 "Érase una vez… in illo tempore…"                                                                                   - - - Este cuento está dedicado a "niños" mayores de 18 años que gusten de la fantasía para afrontar la realidad. Para ayudar a comprender situaciones dadas en cualquier pasaje de nuestra existencia o la de los demás. Se ha ido hilando a través de las charlas informativas habidas con personas que han vivido situaciones parecidas, lecturas de otros relatos…, condimentado con la libre fantasía del autor la cual permite tejer un paño de hilos invisibles que emana un aroma apreciable por todos. 
Porque todos podemos ser guionistas de nuestra historia y también serlo de la de los demás para introducirnos en un mundo que nos muestre los errores del pasado.
- - -
Roque Caballero, permanece sentado en una silla baja de anea, cabizbajo y pensativo, como el pastor que observa al rebaño, mientras con una badila de cobre remueve y aviva las últimas ascuas que languidecen en el brasero de la mesa camilla. 
Las brasas reaniman el color y reverberan el calor de las paredes de cobre con el movimiento de la pala. Un quinqué de petróleo ilumina la estancia. Mientras, con dedos temblorosos, saca de la petaca unas hebras de tabaco para fabricarse un cigarrillo de papel.
A medida que aspira el humo a través de unos labios entibiados de pasión alguna, con el ánimo decaído por los años que ha pasado en solitaria compañía, se le ilumina el rostro al rememorar aquello que se niega a reconocer que todo no fue más que un sueño vivido, y congela su pasado en un determinado momento.
Aquel gozo de un amor al que no supo corresponder haciendo gala de su apellido. La influencia familiar -en especial la materna- hizo que abandonase a Carmen García para desposar a otra joven lugareña y ahora, en su aciaga vejez, medita sobre lo que ha representado para él un matrimonio típico de vida rutinaria.
Roque ya ha superado los ochenta años, y sin embargo, nunca ha experimentado ese hastío del placer que, a veces, sufre el amor; ni tampoco vivió la dictadura del sexo, aunque nunca han dejado de interesarle las mujeres. 
En estos momentos se burla con ironía de su vieja juventud.
Repasa su vida a merced de los pensamientos y se detiene en aquel encuentro que le ha perturbado durante parte de la existencia. ¡Si hubiera obrado de otra manera…! Ahora, consigue asumir los recuerdos y enfrentarse a ellos antes que el pasado se diluya y desaparezca definitivamente unido a la memoria.
El calor del brasero le remite a esa etapa ¿afortunada? ¿desafortunada? Quién sabe. Cuando no sabía cómo ofrecer amor. Cuando solo sabía recibirlo. Cuando la relación pasajera que mantuvo con Carmen y el encuentro aquel atardecer de un verano de apasionante temeridad vivida en ese arrebato que produce la pasión humana que, tal como viene se va, y le ha perseguido durante largo tiempo.
¡Ay!, si hubiera podido perpetuar todo lo vivido. Ahora sí, sabría corresponder a ese sentimiento con esmero sin esperar nada a cambio. En estos momentos comprende que su amor fue instintivo, viril y rápido; tan imprescindible como la respiración fugaz (es tarde para arrepentirse).

Su pensamiento gira según la hora del día. A medida que aparecen los recuerdos se va haciendo cómplice de los mismos. 
Recuerda aquellos dos "nacarados membrillos" cubiertos de blanco corpiño con encaje de bolillo cuando, con sus manos empolvadas con harina de trigo, los colmaban de caricias. Fue una relación inmadura e imprudente de las que, a menudo, gustaba mariposear con pueril vanidad.

Roque es un hombre que no está solo. Aunque muchos días ha sentido esa soledad, sobre todo, desde que perdió a sus progenitores y a su mujer con la que no tuvo descendencia. Porque la soledad no es innata a la propia naturaleza humana, esta se impone y alcanza su meta en la vejez.

Estuvo casado durante más de cincuenta años, sólo hacía dos que era viudo. La razón y la imaginación convivieron con él durante todo ese tiempo en un matrimonio tradicional y desdichado, donde un día monótono sigue a otro más monótono; donde siempre suceden las mismas cosas durante el mismo tiempo y en lugares repetidos.

No conocía otro territorio que el suyo salvo el periodo que tuvo que cumplir con el servicio militar en una colonia española del norte africano, lejos del pueblo de su niñez que está rodeado de colinas y regado por manantiales junto a un río permanentemente fluido y a veces crecido. Siente ese vacío que se percibe cuando las personas más importantes que han formado parte de la existencia han desaparecido; una tras otra.

Cuando se es joven la satisfacción inmediata es lo único que cuenta, la tragedia viene cuando se envejece y puedes discernir lo importante de lo trivial. Es entonces cuando adviertes que el amor aparece muy pocas veces en la vida, es entonces cuando reparas en que tiempo lo dejaste partir.

Roque ya no tenía ni veía futuro alguno; no le quedaba mucho tiempo, este se le iba agotando, sin embargo, sí podía y quería recordar para detener el ayer. Le daba miedo acabar este ensueño y no tener otro que lo sustituyera. 
Así pues, libera sus pensamientos que se elevan y se unen a una minúscula nubecilla que desprende el humo del pitillo para desaparecer en el aire de la estancia empujados por el viento que se cuela por la ventana. 
Ese viento que fue testigo en el tajo del Cejor cuando el hijo predilecto del amor despertó la pasión incontrolada que arroya como el agua de un torrente.

[El Cejor, formidable tajo de afilada talladura que cicatriza el viento. Hinca en la corteza terrestre unas rotundas paredes verticales que sostienen la bóveda celeste de un templo imaginario techado por un laberinto de nubes.
Paredes pulidas por el río que dibuja sierpes enmarañadas en la arena entre peñas, breñas y simientes, y abre, con mano verde, una brecha que rubrica la corriente.
Río Verde, pedregoso don viviente, que rinde sus laderas al reino de alacranes entre zorros y torcaces y demás aves.
El Cejor un testigo mudo del hombre que ama a la mujer que espera junto a la fuente que mana y aprende el idioma del amor.
¡Cejor! de dramática belleza.] 

- - - El gallo empieza su matinal canto de alborada en el valle cuando raya el día que recibe la paz de los pájaros, del clima, del silencio… La aurora espera impaciente que el sol descorra las nubes y muestre al cielo tan limpio, como recién lavado. Entonces, la mañana lucirá blanca, espléndida, como tantas mañanas de tantos años.

Carmen se despertó antes que despuntara el alba. Cuando el silencio de la madrugada hería la soledad de su alcoba. El pueblo aún dormía. Unos cuantos habitantes se preparaban para vender las hortalizas en los mercados de Berja o de la cercana Murtas.

Se oye trajinar por la casa de paredes revocadas de adobe que está próxima al molino harinero, no muy lejos de la calle Real. Tiene el paramento exterior encalado de un luminoso blanco y, por dentro, las paredes pintadas de azulete reflejan el cielo los días que el sol brilla en soledad.

Es el mes de mayo. Carmen siempre se levanta a la misma hora. Se lava las manos y la cara, embastecidas de usar un jabón que ella misma elabora en una jofaina y tira el sobrante del agua al corral de la casa que da a las traseras de la calle principal. 
La vivienda pertenece a su padre, Juan Simón, herencia de los abuelos, que a la vez la había recibido de sus antepasados. En tiempos fue un mesón que le fue secuestrado a un morisco -allá por el 1556- porque huyó a Berbería. 
El edificio había sido facheado por Juan Simón en su juventud, mientras era un aprendiz de albañil.

Juan Simón García, hábil operario de profesión, y en ocasiones jornalero si es requerido para algún trabajo eventual, trabajó toda su vida de sol a sol. También ejercía de enterrador en Benínar, pueblo realengo que se vio desbordado de trabajo cuando el cólera hizo su aparición en la provincia de Almería trece años atrás (1885) y dejó un aire embalsamado y al pueblo convertido en un cementerio por los "emigrados" a la morada eterna más los hidalgos que partieron para América: a trabajar.  
Era una casa grande y por eso la explotaban como hospedería a la vez que servía de taberna llevada por su única hija, Carmen. De vez en cuando, acogía algún visitante: gitanos, feriantes y algún pastor trashumante que se dejaba caer por el municipio, bien para comerciar o bien porque eran arrieros de paso. 
También, algún mozo de los pueblos vecinos que iban "a buscar novia" durante las fiestas patronales, se había hospedado en dicha posada.

La gente del pueblo se distraía con el baile: pasodobles, polcas o mazurcas en la plaza mayor durante la fiesta grande, además, se reunían organizando remolinos o corros para recitar trovos y cantar las rondeñas que entonaba con sones desbordados de tal alegría que despertaban a un pueblo dormido:

"Somos un grupo de viejos solterones incansables; porque a las mozas de hoy nadie se atreve a hablarles..."

Los hombres tocaban las guitarras o laúdes, violines o bandurrias, zambombas y panderetas. El carnaval, disfrazados de máscaras, era muy animado y se acompañaba de las comparsas. Eran gentes de tierra adentro que sólo veían el mar desde los fríos montes azules de los alrededores poblados de rastrojos, jarales y algún árbol entelerido.

En aquella época del año 1898 (año que coincide con la pérdida de las últimas colonias españolas de Cuba y Filipinas), donde la tasa de analfabetismo en España alcanzaba un alto grado [63 %] y en Benínar a la práctica totalidad de sus habitantes, la mujer vivía una situación de libertad cautiva. Atrapada en un mundo que era un encierro con linderos que limitaban su propia responsabilidad y donde existía falta de privacidad. Un mundo que no le permitía salir de los límites que le había marcado una sociedad alejada y detenida en el tiempo.

Carmen era consciente que su existencia estaba hecha únicamente de obligaciones y su libertad no era más que una entelequia. Internada en una comunidad que se aísla del resto del mundo. Una sociedad que sólo diferencia a sus miembros del mismo modo que lo hacen entre sí las estaciones del año: por los cambios de temperatura o el temperamento de los que viven dentro. Desde el nacimiento hasta la muerte todas las actividades que se realizaban eran de una previsión calculada.

Sin embargo, Carmen tenía el suficiente empuje y aplomo para usar el libre albedrío y vivir con insolente libertad los sentimientos y poder comunicar a su padre el afecto que sentía por Roque, puesto que, su temperamento apasionado de carácter sereno y mirada caliente, daba más que nada, la medida de una emoción dominante, incapaz de ocultar la luz que irradia. Cuando el deseo invadía su cuerpo no se contenía, y se dejaba arrastrar por él, como el viento huracanado que destruye lo que encuentra a su paso. 
Era el temperamento de la mujer campesina acostumbrada a trabajar y a no abrir demasiado los ojos para no quedar ciega con lo que se mostraba ante ellos.

--"Papa, igual que no puedo atrapar al viento, ni impedir que la luna salga de noche, tampoco consigo que la mente impida al corazón amar; el amor siempre pide estar junto a la persona que amas. Son inevitables esas clandestinas pláticas con Roque que tenemos en breves y furtivos encuentros. 
Encuentros que sé el riesgo que encierran cuando son espiados por esa sociedad que los prohíbe fuera de la penumbra de la alcoba."

--"Odio el acecho y la murmuración de la gente de esta tierra fecundada de dolor; tierra que lame sus doradas miserias y las envuelve en un sudario de infamia. 
Aborrezco ser una amada de mesón que se ve acosada por caminos inseguros. ¡Si al menos los que murmuran iluminaran el túnel de la noche y profundizaran en la dimensión del llanto!".

El padre con la cabeza gacha le dijo:

--Niña!, no te hagas ilusiones ni confundas deseos con realidades. No dejes a tu corazón entorpecer las razones de la cabeza. Sabes que Roque no es de nuestra clase, somos eslabones difíciles de enganchar. Hay una penosa distancia entre nosotros y los dueños de esta tierra."

--"Roque es un sátiro mezquino, un hombre gris que siempre muestra una actitud y una manera de hablar arrogante por haber estado unido a su madre que aparenta superioridad al heredar un molino y algún que otro marjal, insuficientes para sostener el boato y el abolengo del que presume."

--"Con dinero cree que se puede comprar todo, pero ignora que nunca lo podrá tener todo. Pertenece a un mundo de amantes cuyos labios clandestinos y gravedad distante tienen sentimientos que se oponen a los tuyos. Con los modales que gasta así lo demuestra cuando se encuentra en plena berrea rodeado de los amigos."

El corazón de Carmen, era como el de una paloma blanca. A menudo sentía la necesidad de desplegar las alas en actitud de vuelo pero alrededor suyo, siempre revolotean cuervos negros que intentan oscurecer las impolutas plumas.

[Eran tiempos donde se concertaban matrimonios como se cierran los tratos en el comercio. El factor primordial era el patrimonio de los contrayentes; lo más importante. Mientras que, el amor físico y la atracción entre las parejas ocupaban un segundo o tercer lugar o no se tenía en cuenta]

A los veintiocho años, Carmen, se consideraba añosa para procrear -diferente a reproducirse que corresponde a las bacterias-. Sin embargo no deseaba vivir sin haber sentido el placer de la descendencia, no quería ser una yerma que camina a la deriva sin rumbo establecido. Era consciente que la espera forma parte de un estado embrujado del querer.

"Me estaban aconsejando
que tu querer lo dejara,
como si el cariño fuera
¡ay! un reloj de pared
que se cuelga donde quiera"
(popular)


Carmen Luque, -madre de Carmen- había muerto durante el parto (la mortalidad de las parturientas en esos años era muy elevada). Su abuela materna Carmencica, la amamantó con leche de burra y nunca la había instruido sobre la relación que debe mantener la pareja durante el matrimonio. 
Sólo recordaba, cuando chica, en la calle Julbina de Berja, mientras esperaba a su padre que cerrara una venta, despertó su curiosidad infantil una cháchara que mantenían dos mercenarias del sexo al comentar una a la otra sobre el éxtasis que había experimentado una de ellas y no sabía definir con palabras. 
Nunca llegó a entender el significado de ese diálogo entre esas mujeres, hasta que... años más tarde, comprendió de lo que estaban hablando.

[En Benínar, la mayoría de los hombres se ganaban la vida con el cultivo del campo y/o ayudándose de algún pequeño oficio. Las mujeres generalmente además de saber cómo gobernar la casa, realizaba todos los quehaceres domésticos: lavaban la ropa en el río o en los pilares de la fuente más cercana. Recogían aceitunas y almendras. Eran imprescindibles en la matanza del marrano. Acarreaban las cargas de agua necesarias para el abastecimiento doméstico. Amasaban el pan en un horno familiar. Llevaban el almuerzo (generalmente migas) a los hombres que laboraban lejos, y ayudaban sólo, en las pequeñas tareas que no requerían un gran esfuerzo físico como: atar tomateras, limpiar cebollinos…
No ocurría lo mismo en algún pueblo colindante donde las féminas sí se empleaban a fondo en ciertas tareas propias del rol masculino]

Roque era un hombre alto de cierta gallardía, algo pinturero que presumía de origen preclaro (ilustre). Dueño de un molino y agricultor de una pequeña hacienda. Acostumbraba a llevar en la boca una rama de durazno que le daba seguridad (¿o servía de freno a un primitivo e inevitable instinto?). 
Con cierta frecuencia, acosaba a Carmen cuando la veía pasar cerca del molino y fue "abriendo camino" a pasito lento, hasta conseguir que ella también se fijara en él.

La madre de Roque, Anica, mujer temperamental, tampoco era ajena a las otras mujeres del pueblo; quería para su hijo una mujer que pudiera ampliar las propiedades de su vástago y único heredero universal.

Carmen, cada vez que veía pasar al molinero, discretamente, se asomaba a través de las cortinas mientras los rayos solares recorrían la luz a medida que declinaba la tarde y teñían de púrpura y anaranjados las paredes de la estancia. Finalmente, consiguió alcanzar unos breves y esporádicos escarceos. Encuentros que nunca pasaron a palabras mayores.

Sin embargo, Roque alcanzaba el cielo con el pensamiento cuando el erotismo explotaba y se renovaba constantemente en él con el furor que marca el celo. 

Cuando elevaba al cielo un cirio airoso, encendido, y veía con los ojos cerrados la luz de una alborada al imaginar a Carmen espejear las sábanas con los pies en el río; como la barca varada que espera al remero para hacerse a la mar. 

Figurarse verla dormida era para él… como poseerla y sentir como su respiración ligera llenaba el silencio de la estancia.


[El hombre mata, de este modo, al amor cuando se proyecta en la sombra e ignora si es indulgencia o agravio cuando navega solo en un mar carente de sirenas. Ese era el peregrino conocimiento del hombre acerca del corazón femenino]


"Corazón que no quiere sufrir dolores pase la vida libre de amores"
(Ibn Hazm)
 - - -

Las palabras y las miradas de la gente se propalan con rapidez y pueden acribillar mucho más que una lapidación sin dejar huella alguna. 
De aquellas citas amorosas se creó cierto mito que corría de boca en boca. Carmen, con celo de mujer, trataba de evitar que su piel blanca como la de una paloma se manchara entre el negro de los cuervos de alas recortadas y lenguas largas y afiladas.
Cuando entraba sola en la temible estancia de la noche, una solitaria experiencia sexual le mostraba el riesgo que podría implicar la batalla del amor. Un amor que no la satisfaría de la misma manera como ella hubiese querido y deseado. Un amor entre dos seres fusionados que anhelan encontrar un aljibe rebosante y obtener un perfume de gracia en un parto de fuego clandestino. 
Un amor que no lo apagara una hebra de agua que descienda por un ramblizo cualquiera.
"Amémonos sin tasa ni medida
puesto que para amar hemos nacido 
adora mi gorrión cual yo tu nido
pues sin ellos ¿valdría algo la vida?"
(Pietro Aretino)

Tanto va el cántaro a la fuente que… al final se viola el origen del mundo y el de la vida y derrama en él una mágica simiente que mancilla una tierra casta y noble como la de una maldición. 
Tanto fueron los encuentros entre ambos, que un atardecer, cerca de la fuente del Cejor, donde Carmen, acostumbraba ir a por una carga de agua se encontró con Roque que la seguía y la provocaba con acosos cada vez más insistentes.
"La brisa de la mañana guarda secretos para mí
No te vayas a dormir.
Debes pedirme lo que realmente quieres
No te vayas a dormir.
La gente va y viene a través del umbral
donde dos mundos no se tocan
No te vayas a dormir
Toma a uno que no lleve cuentas
Que no quiero ser rica, ni tengo miedo a perder
Ni me mueve el interés. Soy una persona libre
que voluntaria se entrega a un ser
para arder como papel en la lumbre"
(Jalaluddin Rumi)

Con el fondo musical de una rana croando en un charco de agua, de los numerosos meandros que se forman en el río y, el brillo plateado de la luna que pronto comenzó su andadura para encandilar las estrellas, la pareja inició el siguiente diálogo:

(Roque) --"Carmen, sabes que yo te quiero como a nadie he querido. Quisiera estar siempre a tu lado y ver qué solución encuentro que nos convenga a los dos. Tú me atraes con insistencia y me gustas como a mí me gustan las mujeres: Laboriosas y temperamentales."

(Carmen) --"También yo me siento atraída por ti, porque eres tal y como a mí me gustan los hombres: Viriles y fuertes. A veces, imagino que ya soy tu esposa y nos pertenecemos aunque nunca hayamos vivido juntos como marido y mujer. Sé que puedo hablarte así porque estoy muy pero que muy enamorada de ti y no puedo evitarlo."

(Roque) --"Si estuviéramos en otro lugar y viviríamos otras circunstancias sociales, entonces sabría darte lo que tú te mereces, pero aquí tengo recortadas las alas y me han enseñado a ocultar los sentimientos, pero… lo que siento por ti me empuja a luchar contra el destino."

(Carmen) --"Eso no es cierto, Roque, no te engañes a ti mismo, puesto que tú nunca has tenido alas. Te ha faltado el coraje suficiente para lanzarte a volar conmigo. Vives atrapado en un mundo del que quisieras huir y del que no puedes, ni siquiera lo intentas aprender."

(Roque) --"No, no es cierto del todo. Hay una parte mía que quisiera estar siempre a tu lado y otra que me lo impide. Tengo una lucha interna, un duelo entre dos pasiones: mi familia y la tuya que se dañan mutuamente."
--"Cuando estoy junto a ti, me vienen oleadas de emoción y no puedo ni quiero sustraerme a las mismas."

(Carmen) --"Tus palabras hacen que se me enciendan las mejillas. Yo, en cambio, si me entrego, lo hago del todo sin temer al lúbrico impulso del amor. En cambio tú, te proteges continuamente. Creo que no sientes amor sino el deseo de captar esa corriente y el fervor que conlleva la pasión."
--"Estar junto a ti es sufrimiento asegurado, aunque mi deseo florece durante todo el año rechazo una pasión que se pueda marchitar al final de temporada. Mis besos siempre han sido de amor, los tuyos, en cambio, saben a traición…"
[El aire, impulsor del deseo y del acto de la íntima relación, es un propagador frenético del placer, que excita al instinto reproductor, sube el calor y enciende, con rubor de amapola, la cara de la mujer que preludia el de un ser poseído]
En ese instante, sin poderse contener, Roque se quitó el chaleco rodeó a Carmen con los brazos por la cintura y la atrajo a su vera. La tendió en un lecho que la moral imperante denominaría vergonzoso y rudo. 

Carmen intentaba impedir que las manos de Roque la liberaran (con ese arrebato que engendra todo celo) del corpiño y las medias y, sin poderlo evitar, la mies madura de los labios del molinero sellaron los suyos con el fulgor de un beso.
Fue una llamarada que abrasa, una pasión lasciva que la hora más cálida del anochecer enciende voluptuosa.

¡Oh llama de amor viva,
que tiernamente hieres
 de mi alma en el más profundo centro!
Pues ya no eres esquiva,
acaba ya, si quieres;
¡rompe la tela de este dulce encuentro!

(San Juan de la Cruz)

Carmen, jamás había sentido tal éxtasis. Ovillada en un abrazo se estremecía sobre el polvoriento suelo de arena enamorada que alfombra el lecho del río tatuado de herraduras hasta sentirse desfallecer.
Tendida de espaldas, con el refajo desplegado tendía un brindis a la naciente luna, cerró los ojos sin oponer resistencia, prisionera entre dos piedras redondas que Roque colocó junto a las caderas para impedir cualquier movimiento. Unos brazos apretaban con suavidad y firmeza. Una prisión menor que, sin embargo, daba libertad a una vida enclaustrada.
Las manos de Carmen empuñaron con fuerza la arena del río que aún conservaba el calor el día mientras un sudor  perlaba su frente.  Durante breves segundos, pensó en la acción legendaria  de la serpiente sobre el pajarillo:
[Encima de un pequeño olivo, vio a un pájaro hipnotizado por la mirada fija de una serpiente. El ave era incapaz de apartar la vista del reptil que le paralizaba y le impedía moverse. Lenta y sinuosa, la serpiente, ascendió por el tronco y al llegar frente al pajarillo lo absorbió en su vientre].
Roque seguía sujetándola hasta hacerle daño y cuanto mayor dolor sentía ella, más aumentaba su felicidad. Pues el dolor es placer para una moza violentada; ni siquiera notaba las magulladuras que le estaba produciendo aquel incómodo "tálamo nupcial".
Carmen reprimía los jadeos, mientras en él, iban y venían, subían y bajaban. Gemidos que redoblaron los ecos y empinaron el sonido subiendo por las paredes del tajo. 
A veces eran susurros de amantes otras se mezclaban entre sollozos alegres de la mozuela que formaba un pareado con redoble del ¡crooc-crooc! de una tórtola posada en la raíz de una higuera, cuyos tentáculos trenzados buscaban puntos de apoyo en la pared rocosa del precipicio.

Al cabo de un tiempo, Carmen, de repente y durante breves segundos, sintió cómo su espalda se estremecía sobre los granos de la arena caliente; cómo temblaba una luz sobre su cuerpo agitado hasta ver al cielo partirse en mil pedazos. Era el caleidoscopio que hace trizas las figuras de su interior y lanza las coloreadas formas al espacio infinito.

Embrujada por el celo del querer; flaqueada entre los brazos de aquel amante molinero, la lujuria la roció con lluvia de oro desprendida de un guisopo perfumado -renacida Dánae *-. 


*[Dánae, encerrada por su padre Acrisio en una torre de bronce, fue poseída por Júpiter en forma de lluvia de oro].

Un rocío caliente, amoroso e insistente cuya flora cubre una piel de primavera y, se ve mancillada con sangre de novicia que recibe los síntomas de una erupción jubilosa que vierte lava caliente de un volcán que se fue apagando con lentitud.

Una fina película de sudor cumplido lubricaba a los dos navegantes encallados en la arena del río. Un sonido reposado los arrullaba con el agua que manaba de la fuentecica.

"Es de vidrio la mujer,
pero no se ha de probar
si se puede o no quebrar,
porque todo podría ser.

Y es más fácil el quebrarse,
y no es cordura ponerse
a peligro de romperse
lo que no puede soldarse.

Y en esta opinión estén
todos, y en razón la fundo:
que si hay Dánaes en el mundo,
hay pluvias de oro también."

(Miguel de Cervantes)

Más tarde, ambos se reincorporaron sudorosos y fríos. Se vistieron sin decir nada. 
Ella, algo aturdida, sacudió unas brozas prendidas en el cabello y se arregló la saya del color de la cáscara de almendra y las enaguas empercudías de espejuelos que la deshonra había escondido entre los pliegues. 
Se palpa la faltriquera y se ata el pañuelo a la cabeza.

Él, reflejando en el rostro una pupila amarga, se abrocha el botón de la blusa sudada que despide un olor a trigo, a tierra mojada y a tabaco en rama. 
Después se anuda un pañuelo al cuello y sacude con las palmas de las manos los calzones de gruesa y oscura pana, aprieta la faja y respira hondo con aliento de resaca que deja la cansera de la batalla y se cala un sombrero de fieltro fino de lana.

Después, ambos se despiden, e intentan ocultarse de las furtivas miradas de la gente del pueblo cuyas reglas inflexibles de conducta presionan homogéneas. 

Anduvieron con prudente separación el uno del otro. Sólo giraban la cabeza de vez en cuando hasta ver crecer la distancia. Caminaban desde esta realidad a la esperanza, antes que dieran el toque de ánimas las campanas de la iglesia del pueblo.

Eso ha sido la pequeña diferencia entre dos géneros humanos que el destino configuró. Dos titanes del amor que, exhaustos, han vencido con suspiros enjaulados. 
Roque ha superado la frontera de su vigor físico en un juego que entraña el instinto dominador de todo hombre. 
Carmen, partícipe de una relación que envuelve el júbilo de la pasión, renace entre sollozos, como el niño que ve la luz después de un doloroso parto primerizo. 
Fue la primera y única vez que ambos cuerpos se unieron para sentir con reciprocidad el calor mutuo de ambas pieles.

                                                   "Tras de un amoroso lance
y no de esperanza falto

volé tan alto tan alto

que le di a la caza alcance"
(San Juan de la Cruz)

El viento no sabe leer pero escucha y propaga las conversaciones. 

A pesar del cuidado que pusieron en mantener en secreto la relación, los chismorreos, cundían por el pueblo haciendo leña del árbol caído. 
Esos cuchicheos impregnados de una moral polvorienta, se embozaban tras los visillos corridos de las casas de beatas, con un halo de crespones que salen de bocas oscuras como teas encendidas

Pasaron los meses y Carmen notaba como la preñez hinchaba su vientre. Como su cuerpo iba cambiando con ese don que sólo Dios a la mujer concede. 

Como una parábola: la buena semilla esparcida por el molinero, arraigó en mejor tierra alimentada con la fuerza de una pasión que le impide a la cizaña crecer.
La naturaleza que un tiempo colmó sus deseos la había cambiado; no era igual a la de antes. Su rostro se había transmutado en una conmovedora tristeza.
Carmen desconocía el significado de las constelaciones familiares; si lo hubiese sabido, el sufrimiento sería mayor que el dolor del parto al pensar que le podía suceder lo mismo que le ocurrió a su madre cuya muerte, siempre puntual, la vino a visitar para oscurecer esa luz que estaba naciendo y apagar el faro que la iluminaba.

Era un atardecer, cuando el alba se ensombrecía por las tinieblas. Bajo la llama de un candil de hojalata apoyado en la repisa, Carmen, rememora unos segundos el pasado mientras un sudor frío empapa su frente y una angustiosa calentura la remite, de nuevo, a las contracciones. 

Todo fue natural, todo era humano. Un ser se había formando de la sustancia que trenza el amor. No se hizo esperar y acudió puntual a la fecha que estaba previsto, cuando el fruto, ya maduro, vino a ocupar un lugar en el mundo; tan peligroso y tan distinto del que procedía.
Con la cruz del dolor, la parturienta arrastra una sonrisa, bajo su pálida y oscura mirada ve como un imaginario jardín se va marchitando como un dulce nardo al umbral de la partida. 

A medida que contempla la mortecina luz del candil de aceite, florece en su mente aquel sueño que se ilumina un instante con el tenue resplandor de la mariposa, mientras unas mujeres, que ejercen de comadronas, traen y llevan el agua caliente y unas toallas de lino.
Por momentos intenta revivir una irrealidad que un día fue real cuando Roque llenó parte de su vida. Cuando soñó que la hubiera podido compartir juntos. Cuando tuvo lugar la consumación de un placer ilícito que la turbó para siempre.
Finalmente, ya moribunda, yace en el lecho como una flor marchita que refleja en el rostro un dulce sueño. Sus labios contraídos por el sufrimiento esbozan una sonrisa pasajera mientras rompe el tenso silencio el llanto de un recién nacido.
Todo fue liviano, la muerte era la excepción quien… finalmente, cubre a su víctima con una pesada jarapa.

- - -
Siguiendo una vieja costumbre, Juan Simón, durante siete días, tapó con jerga (tela gruesa y tosca) el único espejo de la casa, las ventanas y las puertas del humilde habitáculo como el oficiante de un culto. 
(Él, ignoraba el origen judío de este rito que afirma ser necesario para que el alma del difunto recorra su camino hacia la inmortalidad).
Durante el velatorio, la casa se llenó de un zumbido de voces. Mujeres vestidas de negro rezaban con voz plañidera y giran con manos cansinas las cuentas de un rosario de oscura madera en la alcoba donde se vela el reposo a la muerte. 

Los campesinos, cabizbajos, en otra sala contigua, intentan decir torpes palabras de consuelo cargándolas de fingida aflicción (gesto inútil como el que cierra la puerta cuando ya han robado la casa), mientras contemplan el cuerpo de Carmen que yace entre la sutil fragancia de unas flores que despiden un olor dulzón, y mezcla el aroma con el de los cirios.
- - -
Al día siguiente, un anciano abatido por los años, con paso lento, tira del carro de mano que arrastra un ataúd. Transita por unas calles estrechas y onduladas de sorprendentes recodos. 

Un viento alfanje de otoño levanta el polvo de los caminos de tierra. Le sigue un cortejo y  todos se dirigen al cementerio.

Desde una azotea, se dibujaban las sombras movedizas de unas sábanas tendidas que proyectan su reflejo en las paredes de la calle. 
Los muros blanqueados de las casas reciben el triste espejismo con los ecos de la ignominia. 
Las nubes despliegan su capote y visten un cielo de luto. El sol ha dejado de amarillear las ramblas y se cita con los grillos ¡gri, gri, gri! del atardecer.

Hay en el porte del viejo, aflicción y pesar mientras recorre la vía que lleva al camposanto entre cipreses que inclinan la copa al pasar

Un recorrido que pasa junto a unos cañaverales de la ramblilla del lugar.
El anciano gastado de caminar, arrastrando su dolor, siente el vértigo del paso del tiempo cuando pasa bajo la sombra de un retorcido almendro. El camino lleva en el aire el polen y el perfume de la savia de una adelfa henchida de actividad con un aroma cargante y engañoso. 
Un veneno contenido que desprende ese olor que venda el sufrimiento de Juan Simón. Una ráfaga de aire que viene de Levante le enjuga el sudor.

Solo articula unas breves palabras para maldecir las campanas y a ese largo y vigilante viento de otoño que lleva olor a incienso y estrago mientras las lágrimas preñadas de amargura recorren las ajadas mejillas.

Quisiera gritar fuerte y librarse del sufrimiento que le cautiva mas una mordaza de aguardiente le ayuda a protegerse del mismo. 
Carmen, su única hija, carne de su simiente, es ahora carne de sudario. 
Viajera en un pobre ataúd cubierto de crisantemos blancos que se nutren del llanto del padre.

Cuando llega al pequeño cementerio que se halla orientado al oeste, debajo del reducto que sostiene un altozano, donde se asienta la iglesia mudéjar, descuelga de su hombro el pico y una pala para cavar una fosa en la tierra y devolver un desvalido y yerto glaciar a la madre naturaleza mientras con voz exánime, recita en soliloquio unas preces:


--"¡Fuiste vida ayer; hoy muerta estás! ¡Antes fue dolor; después, recuerdo no más! Polvo al polvo, cenizas a las cenizas; polvo y cenizas que acoge a todos el egoísmo de esta tierra maldita."

--"Un golpe vil te arrebató de aquí llevándote de madrugada a una muerte temprana. Materia inmolada eres que saldas con la vida la deuda de un alma dividida. Quiero un solo vivir para herir hasta matar con mi azada esta tierra brava."

--"Ni cien surcos que trazara, liberarían el dolor que me oprime el pecho y se muestra en mi cara, provocado por quien no sabe de amores ni quiso saber de hechos."

"Asesinado por el cielo
entre las formas que van hacia la sierpe
y las sombras que buscan el cristal,
dejaré crecer mis cabellos, 
con dolor de penumbra iluminada"
(F. G. Lorca)


José Añez Sánchez (alias: Pedro Sánchez)

3 comentarios:

  1. OOOHHHH!!!!!milagro, he encontrado donde se escriben los comentarios, es que no sé que pasaba últimamente que no me salia ni en la pantalla, por eso llevo tanto tiempo que no digo nada.

    José te felicito, por este precioso cuento o novela o...no se como llamarlo, tienes una gran capacidad y una sensibilidad increible para escribir y yo como soy una romanticona se me han humedecido los ojos al leerlo, ademas tal como lo describes aunque los personajes son ficticios, la historia es tan real como la vida misma, todos sabemos que han existido esos matrimonios de conveniencia y no hay que trasladarse tan lejos en el tiempo, todavia quedan vivos muchos Roques y muchas Carmenes, que quizas no consumaron su amor, como los personajes de tu novela, pero seguro que tienen un recuerdo en su corazóncito. Tiene que ser muy triste un matrimonio sin amor.

    La canción no la puedo oir de pena que me da, vi la peli cuando era pequeña y la canción la habia oido montones de veces por la radio y Antonio molina la canta con tanto sentimiento...que no quiero seguir llorando.

    Un abrazo y te animo a que sigas escribiendo. Isabel Mª

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  2. No entiendo mucho de géneros literarios, pero esto es una estupenda novela salpicada de citas que la enriquecen; con un argumento que a todos los benineros, por desgracia, nos es muy familiar, y ambientada en lugares reales. Eso hace que la lectura resulte fácil, pues, mientras leyéndo "vivimos" la historia, en nuestra mente se proyecta una película con viejas imágenes de nuestras calles, río etc.que la hace mucho más creible.

    Me admira lo bien documentado que está el texto (incluso la calle Julbina de Berja),y la sutíleza y realismo empleados en algunos pasajes, en los que sería tan facil traspasar la "raya"...

    Para mí, el momento más triste no es el del padre llevando el ataud de su hija...es, cuando gracias a tu descripción veo a dos seres que después de culminar su amor, por la cobardía de uno, y por el que dirán de la otra, suben río arriba guardando la distancia, y vuelven la cabeza quizá con lágrimas en los ojos para asegurarse que nadie los vea caminar juntos.

    Magnífico. Felicidades José.

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  3. Excelente recreacion de la sociedad beninera de los tiempos en que conoci Beninar.Gracias a esa inexplicable costumbre para mi de juntar patrimonios a mi entender ridiculos encontre en Beninar a la que sigue siendo hoy en dia mi compañera,pero mi alegria tiene un poso de tristeza ante la desilusion que creo en tantas parejas la maldita costumbre de juntar bancales que dio al traste con el primer amor de juventud.

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