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sábado, 19 de diciembre de 2009

LA HIGUERA


Caminaba entre tinieblas, me guiaba una intuición, no sabía de qué manera me encontré en aquel lugar, sé que un misterioso impulso me obligaba avanzar. Iba como sonámbulo sin oponer resistencia.

A pesar de que era invierno el frío no lo notaba, me alentaba los recuerdos de mi juventud dorada. Sólo, y en silencio, recorrí con dificultad una senda que conducía hasta una explanada que me era familiar.

Intenté separar con mis manos la densa y desenfocada niebla que descendía de la sierra, y se iba deslizando, pausada con silenciosa calma, cubriendo el fondo del valle extendido a sus pies; como un sudario de ameba que envuelve, lentamente, lo que encuentra a su paso con los trozos de la tela. 

Niebla que al unirse con el resto de la lluvia, que el día anterior descargó, se mezclaron como cómplices, dejando el suelo cubierto de una pegajosa launa que añadía peso al calzado aumentando  el espesor.

El sol, poderoso caballero, en su despertar matutino, rompía el alba con los rayos desplegados y, aliado con la brisa que subía desde el mar por los tajos del Cejor, luchaban contra una bruma que se había aposentado. Dejaron ante mí un camino de herraduras que con esfuerzo intentaba recorrer para alcanzar el claro, donde ella, tenía su morada. 

Por fin, con parsimonioso avance, llegué hasta aquel sitio donde un día hubo una casa y, hoy, sólo un montón de piedras cubiertas de yerba seca, semejaba un viejo túmulo.

Al instante reconocí mi refugio; el salón donde mi añorada infancia jugaba. Ella fue mi confidente muda, amparo de mi desventura, la única en quien yo confié.

Con la emoción contenida me dirigí hacia una tapia con la fe de verla viva y, ¡oh Dios!, derecha y majestuosa había sido indultada. Desnuda, del color de la ceniza, con sus brazos extendidos como candelabro erguido, se dejaba caldear por el astro matutino. 

Me acerqué con gran cautela temiendo que despertara pero... no, ella dormía o tal vez soñaba ¿quién? La higuera.

¡Ay de mi higuera! que vino de la Arabia feliz. Quien contempla tu aislamiento, llora con desconsuelo viendo el hito que fue en tiempo muy cercano, cuando vivía entre vides, olivos y manzanos.
La envidiaban los azufaifos, ciruelos y también los nogales. 

De corteza cenicienta cuyas hojas, peinan vientos, ¿quién dijo que eras fea por no vestirte de flores? si tu alma es tan dulce como la miel de tus higos y aireas con tu arrogancia al natural de Benínar cuando va de peregrino a su pueblo, y reza bajo tu copa con devoción al patrón y agradece al Señor -que el cielo y la tierra guía- las virtudes de su gloriosa madre: la Virgen Santa María.

Higuera de las Viñuelas que el aire, duende gitano, rasga como a una guitarra la lija de tus ramas. 
No, no fue la hoja de la parra trepadora, quien cubrió el pudor de nuestro padre Adán y nuestra madre Eva. Según a mí me contó un menestral de Turón, fue tu hoja lobulada de higuera beninera la que tuvo tal misión.

[Después de probar la fruta prohibida, Adán y Eva supieron que estaban desnudos, por lo que juntaron varias hojas de higuera y se taparon con ellas (Génesis 3,7)]



Cuando me acerco a ti, oigo que te lamentas al recordar el arboricida que segó a tus hermanos. 
¡Qué verde era mi valle! ¿En qué lo han convertido?, ¿Qué pecado ha cometido para que sicarios, sin tregua ni caridad, talaran sin compasión, con cortes de sierra seca, matando los centenarios troncos que allí vivían en paz? 

Las estoicas raíces se aferraban a la tierra como valientes guardianes de Pompeya y Herculano, mas sus silenciosos aullidos fueron callados por animales salvajes venidos de otros parajes. 

Con qué derecho el hombre, como caballo de Atila, puede matar sin conciencia y ocultar los atentados en ataúd de metal con sonido de bronco motor. Mas a ti, higuera mía, se olvidaron los malvados.

No estés triste por tu historia, ni escondas tu condición, estás llena la gloria de un humilde labrador que un día con amor te plantó en el lugar. 
Te ocultó, mi hermosa higuera, junto al muro de la casa de las miradas de fuego, que un tiempo sobre ti arrojaron a ávidos mercenarios, huestes de gente extraña, sin razón ni criterio, no perdonaron casas, árboles ni el cementerio.

Tu humildad milenaria te salvó del sacrificio, pues eres sobria en la sed, por eso creces entre peñas de las paratas de un huerto y naces entre los huecos de las paredes de piedra de la casa de un señor; que antes fue rico pudiente de explotar a sus sirvientes.

Bajo la perfumada sombra que da tu dulce rama, buena, amplia y muy sana, vestida de primavera, inspiras el verde al poeta, cobija el pastor su rebaño, se citan los amantes bajo la luna nueva. 

El guerrero descansó de su perdida batalla y el viento, experto truhán, de noche travestido, diligente y furtivo, cuando el sol ya no está, yace en el lecho contigo. 
Como un novio encendido, besa y aspira el aroma de la piel de tu madera. 

Tú, alimento del pobre, cautivabas al rico en los postres de la Corte. Si te tratan con cariño te arrancan los higos un niño, mas si a tirones te deshojan, produces un picazón que le sale sarna al bribón y levanta las ampollas de las pieles delicadas.

No te arrugues como el almendro, ni mires al negro ciprés que carece de alimento ni anidan las aves en él. 
Hasta las altivas y bellas palmeras que recibían al visitante, ¡las que jamás se inclinaron ni el viento pudo con ellas! aquellas que vivían junto a la carretera, yacen hoy olvidadas por no ser beneficiosas. 

Muchos fueron los árboles que llenos de vanidad presumían en la vega del agua que recibían y... ya ves como han caído, como res es degolladas.

No envidies al atezado olivo, preferido de Atenea, deja que se jacte de su leño envejecido, pues rojo arderá en la hoguera de un gañán. 

Tu tronco, color de la mañana, no servirá de melena de campana, ni calentará el hogar, ni cocerá el pan. Y en el tránsito hacia la muerte vendrá tu compadre el sol y tu comadre luna a velar el triste final de tu gloriosa existencia.

Aunque tu flor no es tan blanca como la flor del almendro, que anuncia el fin del invierno, tu señera estampa, centinela de caminos, por donde parte el arriero hacia el siguiente destino, enamora a las ventanas de las alquerías desiertas. 
Tu frondosa majestad tapa la entrada a las cuevas dándole fama a un pueblo que orgulloso se proclama: De Benínar y con brevas.


(de repente...)
¡brooon...!, ¡brooon...!, ¡brooon!,
¡plas!,
¡zas! - ¡crec! - ¡blam!,
¡aaah...!, ¡nooo...!,
--¡Peeedro!, ¡Despierta!
--¡Ahhh...!, ¡Qué...!, ¿Qué es esto...?, ¿Dónde estoy?
--Es la almohada, la que tienes abrazada. Has debido tener una pesadilla, aunque al principio parecías relajado, mientras echabas la siesta.
--¿Siii?
--Fuera cual fuese tu sueño, el final no era feliz ¿Verdad?
--No. Había muchos encapuchados que bajaban de unos enormes vehículos y con unas sierras eléctricas iban talando todos los árboles que encontraban a su paso y cargaban la madera en un remolque gigante. Hasta que uno de ellos, separándose del grupo se acercaba a mi higuera en la que yo me encontraba, con una sierra mecánica... y yo me interponía entre los dos hasta que...
--Pedro, en el almuerzo, no debiste comer tantos higos de postre. Sabes que son indigestos y después te sientan mal.
--Es posible... tal vez... pues mañana, querida, quiero aceitunas en la mesa y de postre tomaré naranjas.
--Pero... Pedro. ¡Si a ti las aceitunas nunca te han gustado y de las naranjas sólo te bebes el zumo! ¿Por qué las quieres comer?, ¿Para tener pesadillas?
--Por qué... para qué... para realizar un delicado viaje al fondo de la memoria. Para realizar un sueño.

In memoriam

Los romanos entre el ajuar funerario depositaban, junto a la tumba un lacrimal de cristal para custodiar las lágrimas que los parientes del difunto habían vertido como prueba de su amor.

Valga esta pantalla, como un recipiente actual -pues fue su medio de vida-. Encierro dentro, como virtual lagrimal, mi desalentado aliento hacia un pariente cercano y, elevo el eco de mi afectada voz que triste y sonora clama la gloria para este hombre -informático por añadir un dato- que no se creyó poeta; mas el silencio también crea poesía si sabes escuchar su sonido del mismo modo como él ha sido.
"Anoche conté las estrellas,
no estaban todas cabales.
Faltaba la tuya, Javier,
como una de las principales
(popular)

"Sit tibi terra levis"



José Añez Sánchez (alias: Pedro Sánchez) BCN

2 comentarios:

  1. Muy bonito Pedro, como todo lo q escribes,tu prosa es una verdadera poesia, y aunque a mi no me gustan los higos, si fuese higuera,me sentiria muy orgullosa de inspirar esos sentimiemtos (lastima q ella no te pueda entender).

    Felices Fiestas y todo lo mejor para el proximo año.

    Jazmín

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  2. Suscribo todo lo que dice Jazmín,aunque se nota que no ha provado los higos de Beninar.
    Pedro,recuerdo muy cariñosamente a tu madre María y tu hermano Antonio.
    Felicidades.
    Juan Gutiérrez.

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