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viernes, 23 de octubre de 2009

¿NO HAY CHUMBOS SIN ESPINAS?


Los chumbos son de color verde-amarillo y llegan a estar rojos cuando están maduros. Son muy buenos, pero cogerlos es complicado, porque están llenos de espinas y hay que saber como hacerlo. Los pinchos son finísimos y una vez que se te meten en la piel es prácticamente imposible sacarlos.

En Benínar se iba a por chumbos temprano por la mañana, utilizando las tenazas del fuego, y antes de comerlos había que barrerlos; para eso, se usaba una mata de bolina o de hierba y se sacudían para quitarles las espinas; después se metían en agua por si le quedan pinchos, que los soltasen. Luego se les hacía unos cortes, en medio y otro en cada punta, para sacar el fruto y comerlo. Nuestras madres nos decía que no nos acercáramos ni siquiera a las chumbas (así se le decía a las chumberas), porque las espinas volaban. Si hace aire te debes poner al contrario del viento porque si no te traerá las púas hacia ti y te pincharán.

También desde pequeños nos metieron en el cuerpo el temor a comerlos porque se dice que es una fruta que impide desahogar el cuerpo convenientemente y si se comen muchos se pueden atascar las personas porque tienen muchas granillas o semillas. Sin embargo, los jóvenes no le temen a nada, como los que se juntaron en una taberna del pueblo e hicieron una apuesta de comerse cien chumbos. “Se trata de hartarse”, decía uno de ellos, y él solo estaba seguro de ganar la apuesta a cambio de una garrafa de aguardiente.

Según los datos de que dispongo, la historia debió desarrollarse de la siguiente manera:

Habían preparado unos cuetones (cubos metálicos) llenos de chumbos y el joven comenzó a ingerirlos con tanta celeridad que el coro de curiosos no paraba de decir a los otros jóvenes que no les iba a dar tiempo a pelar tantos como el otro devoraba por su boca. Estaba eufórico y, entre chumbo y chumbo, se daba sus bailoteos al tiempo que gritaba “ven-ga chumbos, ree-ondos y dulces”.

Luego se sentó en una silla sin parar de comer: parecía que aquellos cubos repletos de chumbos no le iban a durar nada por la manera en que se los ponía en su boca y desaparecían. De vez en cuando, bajaba la mano izquierda y acariciaba la garrafa de aguardiente que le habían colocado al lado, y los espectadores le gritaban “¡vaya tapón que se te va a formar!”.

Se habría comido ya la mitad, cuando paró un momento y se dio unos saltitos como para recalcar: parecía que de una manera controlada empaquetaba los chumbos en su abultada barriga, en filas como los granos de las granadas. “¡Más chumbos!”, gritó, y los congregados siguieron con el jolgorio.

Los otros jóvenes miraban la pila de cáscaras que se había formado en el suelo y proseguían pelando chumbos, aunque pensando preocupados que su amigo iba a enfermar de un atracón. Decían, no es por no pagar la apuesta, pero es que va a reventar y le suplicaban que lo dejase, repitiendo que no era por no pagar.

Había comido ya más de ochenta chumbos, cuando se notaba que la situación de aquella persona empeoraba. Se había puesto muy colorado y el sudor le chorreaba por el cuerpo. Se tuvo que desabotonar la camisa porque ya no cabía en ella, también se desabrochó la correa y algunos botones del pantalón. Al joven le subió como un trombo de gases y soltó un sonoro eructo que le alivió, pero en aquel momento hizo como querer parar. Todos los asistentes, que ya eran medio pueblo, pensaron en silencio que el muchacho se había esforzado y que mereció ganar. El apostante parecía que se dejaba vencer por aquella enorme barriga, que hasta entonces había conducido de manera ágil pero que ahora tiraba de él.

Daban por supuesto su abandono, pero la cosa es que sacando fuerzas de flaqueza, penosamente, sujetándose los calzones con la mano, comenzó a ascender inesperadamente los altos peldaños de la escalera que conducía hacia la cámara que había encima del bar y desapareció metiéndose en la estancia superior dejando a todos con la boca abierta.

Algunos creyeron que se había acostado rendido en la cama del tabernero y los que pelaban los chumbos ya se habían levantado de sus asientos, abandonado la tarea, cuando el joven regresó de nuevo y, tras bajar los escalones muy lentamente, miró a los concurrentes como el que va a hacer una declaración solemne de su rendición y exclamó sorpresivamente:
“¡Ea...!, ¡ya podéis seguir pelando, el paseo me ha bajado los chumbos a los talones!”.

Menudo palmoteo se armó, continuando el espectáculo y volviendo todo el mundo a sus asientos. Así hasta completar la apuesta, siguió el joven aguantando con gran satisfacción del respetable, que no paraban de animar coreando la cuenta atrás.

Pero a penas podía tenerse de pie y controlarse. Notaba como un mar dentro del cuerpo que subía de nivel y le ahogaba; necesitaba aire y el público, que se había arremolinado junto a él, no le dejaba; por eso, tras ingerir chumbo número 99, el penúltimo, pensó que no podía más y hubo de concluir la apuesta porque la cara se le puso de color verde y los ojos como unas brasas. Seguidamente, tras una arcada, de su boca brotó una erupción volcánica de gelatina amarilla y de olor fuerte, que diluvió sobre el público asistente, sin que a nadie le diera tiempo a ponerse a cubierto.

Mojados por el chaparrón, cada mochuelo se marchó a su olivo y así se terminó la historia. Únicamente quedaron en el lugar los taberneros, que tuvieron que ponerse manos a la obra y emplearse a fondo para limpiar la zona. Del joven me dijeron que en varios días no le vieron aparecer por el pueblo

Manuel Maldonado.

8 comentarios:

  1. El autor del artículo no deja muy claro si el comentario es histórico o es una leyenda o un cuento, lo que está muy claro es que el sujeto que se metió entre pecho y espalda los 99 chumbos era todo un animalito.
    El relato está muy interesante esperando todos a ver cuando reventaba dicho individuo, pero nos deja con la miel en los labios ya que no hace mención a los posibles sucesos finales, como asistencia médica, el uso del rabo del candil, etc., etc. Eso sí, nos cuenta que se perdió de la circulación unos cuantos días.

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  2. Magnífico y divertido relato es lo que nos cuentas Manuel. Da igual que el protagonista tuviese nombre y apellidos, los más importante es rato tan divertido que hemos pasado al leerlo.

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  3. El gancho de la Romana también hubo quien lo utilizo.

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  4. Me encanta que os guste. Muchas gracias. MANUEL

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  5. Esta historieta ya la había escuchado a través de mi suegro, no como una leyenda, sino como un hecho completamente real. Pero como está contada aquí, es estupenda.

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  6. El chumbo que tu me distes, era verde y colorado; me lo comí sin pelar y aquí lo tengo atrancado.

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  7. Pero entonces, ¿hay chumbos sin espinas o no?

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