¿TAN SOLO DOS DÍAS AL AÑO SE PODÍA SER BONDADOSO?.
Un carruaje, que procede de los cortijos de Turón, transportando a unas señoritas, - que después saldría reflejado en unas coplillas del carnaval, - ya cerca de la Navidad, comienza a descender por La Cuesta del Cucanal al apuntar el día. Verían como de todas las chimeneas de todas las casas del pueblo está saliendo humo. El humo se envalentona, pero pocos metros después, va perdiendo fuerza, se paraliza y da la sensación que Beninar está bajo una cúpula de humo, sostenida por las columnas que tienen como base todas las chimeneas del pueblo.
Conforme se va acercando, le llega el olor a tomillo, pendejo y matablanca, que es con las matas que se solía encender la chimenea en Beninar.
El olor es único e inconfundible. La identidad de cada pueblo alpujarreño. El olor a tribu. El olor con el que se identifican dentro de una manada, cada familia.
A las pasajeras del carruaje también les llegan los sonidos del pueblo, destacando, como en varios sitios, se escucha el lamento de un cerdo que está siendo forzado a tumbarse en una mesa.
El carruaje, no atraviesa el pueblo por la C/ Real, al estar empedrada y resbaladiza. Bordea el pueblo pasando por delante de la casa del médico, la única casa del pueblo que no tiene corrales, pero si sus moradores, degustarán de casi todas las matanzas del pueblo, desde que comienzan hasta que terminan; tampoco tiene huerta dicha vivienda y tiene sus ristras de pimientos secos; tampoco tiene atrojes y no les faltan sus buenas hogazas de pan, recién salido del horno y su alcuza de aceite, siempre llena, sin tener olivos.
Quien como los habitantes de aquella casa para ser el jurado de las morcillas, butifarras y longanizas, en su punto de sal de todas las preparadas en Beninar.
En las matanzas eran donde todos los benineros, pobres y ricos sacaban pecho y presumían de ser bondadosos y de compartir.
Las viajeras, están saliendo del pueblo, han dejado la casa de Juan Cuerdas y no se han enterado de aquellas mañanas de matanza en Beninar, donde los cerdos eran sacrificados en las calles, para que sus vecinos, familiares y amigos le preguntasen por el número de arrobas de carne que tenían a su disposición para todo el año.
En aquellos dos días de matanza, cada familia de benineros, cada beninero, era protagonista y le salía la bondad de forma espontánea, sin que ningún paisano le restase un ápice de protagonismo.
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