
Una de las fuentes de riqueza más importantes que tuvo Beninar fueron los parrales de uva de mesa. Popularmente se conocía como "uva del barco", ya que se dedicaba para la exportación y como medio de transporte se usaban barcos que salían desde el puerto de Almería. También se denominaba "uva de Almería".
Los mercados que demandaban la uva del barco eran fundamentalmente, EEUU, Inglaterra y Alemania. Posteriormente la exportación se ampliaría hacia los países escandinavos como Noruega, Suecia, Finlandia y Dinamarca, en los cuales la uva representaba un producto extraordinariamente exótico. También países más lejanos comenzaron a demandar esta uva, como es el caso de la India, Canadá, México, China, Cuba, etcétera.

Ya en tiempos tan antiguos como 1835, la producción en Almería alcanzaba las 60.000 arrobas de uva, en 1881 era de unas 660.000 arrobas y en la primera década del siglo XX la producción era alrededor de 2,5 millones de barriles, que se dice pronto.
Durante el siglo XX hubo dos crisis fuertes en la exportación de uva. La primera crisis ocurrió durante la primera guerra mundial con un descenso a la mitad en la exportaciones. La segunda crisis sobrevino durante la guerra civil y la segunda guerra mundial, donde la exportación se paralizó completamente. En la década de 1970, la uva recupera casi el explendor de principios de siglo, pero con la llegada masiva a los mercados de las variedades italianas e israelitas, se perdió progresivamente cuota de mercado desapareciendo prácticamente en su totalidad la exportación de la variedad almeriense.
La uva del barco es un híbrido entre la uva blanca denominada de Jaén, habitual en el Andarax, con la uva Rágol. Se caracteriza por la forma alada de los racimos, grano cilíndrico, de color amarillo cera, de grueso hollejo, con pulpa carnosa y crujiente. Estas características permitían su exportación a largas distancias sin que se afectaran sus cualidades.

Me viene a la mente mi abuelo Federico, que ya muy mayor tenía dificultades con el oído. Pero era curioso que cuando el tema de conversación era el precio de la uva, sus dificultades con el oido milagrosamente mejoraban...
Las faenas de limpiar racimos, en Beninar representó el inicio de la liberación de la mujer.
ResponderEliminarPara las mujeres aquello era nada más y nada menos que en su mano se le ponía por primera vez un sueldo.
Aquel sueldo era pagado integramente en pesetas, no como se pagaban la mayoría de los sueldos de las partidoras de almendras, de las blanqueadoras, de las que en diciembre de rodillas cogian aceitunas y en el mes de agosto en pleno secano almendras; de las labadoras de tripas y de las lavadoras de canastas de ropa en Pirondo.
Fue el oficio en el que querían partipar todas las mujeres, e incluso las remilgadas y de las que estaban continuamente sentadas en su pedestal.
Después aparecio otro oficio también para las mujeres que consistía en cortar con las uñas los capullos de las alcaparras.
Las remilgadas y las del pedestal, a dicho oficio no se prestaron.
En las faenas de la uva, con la silla acuestas, llegaban al almacen y sin poner condiciones, se sentaban una al lado de otra como lo establecía el encargado.
De aquel oficio, nacen, las repasaoras y las maestras. Toda una distinción en la que para llegar a dicho grado, no se tenía presente, ni donde se vivía ni la familia de procedencia.
El olor a serrín - corcho triturado - superaba a todos los olores de aquel almacén.
A las mujeres, había que tenerlas en plena concentración, para que no dejasen ninguna uva picada o podrida, puesto que con esa solo en el barril, contaminaría a las demás. Se les permitía cantar, pero no el escuchar los discos dedicados que en aquellos tiempos se escuchaban en la radio.
A los niños pequeños de las trabajadoras, se les permitía que jugasen entre las cajas, mientras la madre estaba trabajando.
Para la mujer tener entre sus manos billetes, gracias a su jornal, fue el cambio social más importante en Beninar, sin poder compararlo con ningún otro.
Saludos.
Nadie para disfrutar de una sombra, como los benineros sentados bajo un parral, con las piernas estiradas y la espalda descansando en el tronco de la parra.
ResponderEliminarCon un racimo de uvas, de las doradas, de las que maduraban al sol, las que tenían el color a miel de girasol, las menuicas, pero las más sabrosas.
Aquella tarde era para disfrutar. Las uvas del barco no tenían olor, o los benineros no lo encontraban al tener aún cahmuscados los pelillos de la nariz, por aquella noche pasada del último día de las fiestas del pueblo, donde los cohetesillos, asustaban a propios y extraños. Mejor dicho extranjeros. Para los benineros los que estaban en la plaza por las fiestas, o eran del pueblo o eran extranjeros.
Aquel año había sido espléndido. Seguro que fue como el año que se ve en una foto del foro, en la que los hombres tenían que arremargarse, - doblarse los perniles hasta casi las rodillas - para pasar el río el día de San Roque. En aquel año las parras de los arenales habían tendio agua de sobra.
Aquel año, había estado todo el año moliendo trigo, el último molino del río, el que estaba a la entrada de las Angosturas.
El beninero sentado debajo de sus parras, mientras los animales domésticos disfrutaban de los tallos tiernos de hierbas que crecían en el brazal, se ha quitado la gorra bilbaina y ha empezado a repasar, aquello que estaba contemplando desde el momento en que sembró las riparias que después fueron injertadas.
Bueno, primero antes de decidir el destino de aquel trozo de tierra, la familia se estrecho, un poco para comprar los alambres en Berja.
Pero aquello que está contemplando, por un tiempo va a sacar a la familia de estrecheses, puesto que el parral, ha sido necesario apuntalarlo, por la gran cosecha que estaba contemplando.
Ni Velazquez, ni Murillo, ni, ... - cuando se retiraban para ver desde lejos el cuadro que terminaban de pintar - podian sentir aquello que él estaba sintiendo. Aquella era su obra, su culminación y es estaba degustando, los frutos de su cosecha y estaba viendo aquellos racimos apiñados unos a otros. Ni Picaso pudo meterse dentro de sus cuadros, ni Dalí, pudo saborear los racimos que pintase.
Se sonríe, al acordarse de lo que dice su mujer, cuando se acacha, para ver aquel techo de racimos y decir a continuación:
- Mira que está bonico el parral, precioso. Parece que se han disputado los racimos, el tamaño, para ser el más grande y el más apretado. Pero yo no lo puedo remediar, cuando veo los racimos, no los veo, para mi estoy contemplando colgando del parral billetes de cinco pesetas. Esos que tienen dibujado un tio muy viejo, y muy feo, pero de cuantas estrecheses nos sacan esos billetes.
Saludos.